Tom se levantó deseoso de beber una taza de café. Lo preparó prolijamente y lo bebió de pie hasta la última gota. Comenzó entonces su día tarareando una canción no muy apreciada de un grupo poco conocido. Pensaba en que el mundo era un lugar seguro para vivir mientras respetes al otro.
Entonces, no tuvo mayores problemas para ir al taller.
Tom trabajaba arduamente cada día pensando que el siguiente sería mejor.
Ese día llegó al taller y trabajó hasta tarde. Llegó al departamento exhausto. Bebió una taza de café instantáneo, miró por la ventana hacia la calle y vio gran parte de la ciudad. Sonrió sin motivos.
Él pensaba que a veces había que sonreír sin mayores motivos.
No tenía una vida perfecta, pero era lo que le había tocado y estaba conforme así: solo y libre.
Pensó en todas aquellas veces que pensó que el mundo era un mal lugar: .
Era un tipo confiado en que la humanidad cambiaría para bien a tiempo. Quizás sucediera, quizás no. Él no lo decidiría. Ni él ni nadie por sí solo.
Sintió que su sonrisa se desvanecía con satisfacción, quizás haya logrado, de alguna forma, contactarse con el paraíso desde la tierra.
Y es que el paraíso está en todas aquellas imágenes que uno siente con el alma más que con la mirada, en esos sonidos que se perciben con algo más que los oídos.
Terminó su taza de café y comenzó a dibujar lo que pudo de la ciudad de noche. Le encantaba ese paisaje de cemento que se formaba por la combinación de la materia prima y el ingenio del hombre.
Terminó su dibujo a tempranas horas de aquel ya sábado. El sol del amanecer le dio de lleno en la cara. Cayó rendido en el sofá.