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Inicio / Cuenteros Locales / orome / Detrás del Muro del Sueño 1.1

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- Ya, fúmate esto por mientras yo preparo todo.
- ¿Y qué es?
- ¿Y qué importa? ¿Querí vivir la volá más grande de tu vida, o no?
- Sí, sí, bueno…

Santiago preparaba todo en el oscuro desván de la universidad donde se encontraban. En aquel tenebroso y rancio lugar ambos jóvenes se iluminaban sólo con unas velas aromáticas. La luz era incapaz de entrar a través de los tragaluces llenos de grasa, acumulada ahí desde que abandonaron el sitio. Según cuenta la leyenda urbana local habían muerto una o dos personas ahí hace tiempo, en alguna riña por drogas. Pero a pesar de la fama del sucucho donde se encontraban, a ambos jóvenes no parecía molestarles.

En la oscuridad, Marcial encendió un fósforo. Con él intentó encender el papelillo, pero el fuego avanzaba muy rápido en el aire enrarecido.

- Ahh, ¡mierda! –gritó Marcial, mientras se quemaba.
- Jajaja, ¿Qué te pasó weón?
- Puta, me quemé po, si no veo niuna weá.
- Ya, toma –le dijo Santiago-, pero hazla piola.

El joven encendió la linterna, y Marcial vio a un joven de cabello rubio revuelto, de ojos verdes y con un cigarro en la boca. Su rostro era anguloso, muy flaco, y su mirada penetrante tenía algo de divertida, o bien perdida. Marcial no estaba seguro. Era alto y bastante delgado, vestía una camisa blanca fuera del pantalón, y una corbata relajada se dejaba caer del cuello. Pantalones y botas completaban su atuendo. Su primo tenía algo de otro mundo, era algo que no podía identificar. Era algo que le llamaba la atención desde pequeños. Por otra parte Marcial era un joven moreno, de rasgos finos y cabello corto. Vestía sencillo, polera y pantalones. Era sin duda mucho más normal.

Puso la linterna encendida entre sus piernas, tomó el papelillo que no pudo encender y se lo llevó a la boca, encendió el fuego, sopló, y dejó que el humo se arremolinara un momento. Luego, aspiró.

Marcial sintió el humo dentro de sus pulmones hirviendo. No pasó mucho tiempo antes de que la linterna se sacudiera. Sintió el fuego vibrar a través de membranas invisibles que se separaban, se volvían a unir, se torcían. Miraba en la oscuridad al tiempo comprimirse y con él el calor moría. El fuego se apagó, y se apagó el mundo, pero los rayos de luz azul de la linterna inundaban todo, el aire, el humo que respiraba.

El mundo se desvanecía, perdía su unidad. Aquello que alguna vez pareció unido en una totalidad real, ahora parecía un espejismo, una sumatoria de fenómenos aislados que chocaban sus destinos, y se escapaban de sus manos, se escapaban de su mente.

Y Santiago se sentó delante de él. Marcial sólo tenía espacio para contemplarlo a él y a sus ojos verdes, sentado con la silla al revés.

- ¿Qué es esta weá? –dijo apenas.
- Marcial, ¿cómo te sientes?
- No sé… – tenía la cabeza revuelta.
- Tranquilo, respira profundo. –Marcial hizo caso, Santiago habló en susurros–. Relájate, ponte cómodo. – su voz sonaba sacra, era firme, como una letanía o un rezo–. Tienes mucho sueño. Ya no te puedes los párpados. Estás cada vez más relajado, y cada vez sientes más y más sueño.
Marcial, a quien su mundo aún le daba vueltas, empezó a cabecear poco a poco.
- Imagina que subes una escalera – su voz bajaba, lentamente, apenas audible–. Esa escalera es muy larga y sube hasta las nubes. ¿La ves? Subes. Y vas, por cada peldaño que subes, te va dando más y más sueño. Así, te sientes cada vez más relajado– una pausa–. Otro peldaño, y más sueño- otra pausa. Tienes mucho sueño. Mucho sueño…– y Santiago se quedó en silencio.

El joven hipnotizado estaba en calma absoluta. Su cabeza se había inclinado levemente hacia la izquierda, y debajo de sus ojos cerrados, sus pupilas se movían velozmente. Su cuerpo estaba relajado, flácido, dormido. Marcial había entrado en trance. Empezó a soñar profundamente despierto.

- Sigues subiendo la escalera. Has llegado hasta el final, y puedes tocar el cielo con tus manos. Es frío y denso. Vibra. Es frágil. Tan frágil– susurró–. Es tan sencillo traspasarla, como una membrana suave. Gélida. –Marcial tiembla–. Quebradiza. - Santiago tomó aire un minuto, estaba listo–. El cielo se rompe. – Tranquilo y firme, su voz es imperceptible en comparación con el rudo murmullo de la linterna– Duerme.

Marcial se quedó dormido. Santiago se tomó su tiempo antes de seguir. Y con calma, le dijo:

- Ahora… relájate: adéntrate en el laberinto que hay en tu mente, déjalo todo atrás. Lentamente deslízate a un mundo tan real, como tú quieras que sea, ¿cuál mundo será este?

¿En qué lugar se encontraba? El mago estaba fumando de su pipa sentado en la silla. Su rostro adusto estaba concentrado en un mundo lejano, en algún pensamiento pasajero. Su larga barba, su sombrero y ropas grises lo delataban como el Peregrino Gris. La hierba fumada se arremolinaba entre sus arrugas de muchos siglos. No le prestó atención, por lo que el joven giró sobre sí mismo y observó la ventana abierta de par en par, por donde la luz entraba a bocanadas a la cabaña. Se levantó y caminó un par de pasos hacía ella, y mientras la luz de la mañana lo envolvía, pudo ver el paisaje que se revelaba poco a poco.

Primero, un suelo árido que se extendía por varios kilómetros, pronto, una enorme montaña, que se alzaba con fuerza hasta el cielo, un cielo claro, menguado por la humareda que se escapaba de ella, la Montaña Solitaria. Era el fuego de un dragón muy grande.

Caminaban desde ella por un camino serpenteante un grupo de enanos, que pisaban toscamente el suelo quemado, de una batalla no tan reciente. Atravesaron el paisaje, pasaron frente a la ventana, y desaparecieron de su vista. Hasta que alguien tocó la puerta.


Alguien tocó la puerta. Marcial, con cara confusa, miraba hacia el sonido desde la ventana, sin entender que sucedía. Una voz de mujer se oía detrás.

Se escuchó que llamaban a la puerta, el mago se incorporó de su silla, y con paso cansado se dirigió a abrir la puerta de madera.

- ¡Santiago! ¡Ábreme! ¡Soy la Lea! ¡Vengo sola! – Santiago se levantó de su silla, arrojó con fuerza el cigarro al suelo, y abrió la susodicha puerta. Allí había una joven de cabello castaño largo, de tez blanca y sonrisa inocente, delgada, con pocas o ninguna curva. Llevaba una falda y una camisa, y sus ojos reflejaban a un Santiago muy ofuscado. Y esos ojos se pusieron un poco aguados.
- ¡¡Cabra weona!! ¡Te he dicho que no molestes cuando estoy en sesión!
- Pe, pero Santiago, yo sólo quería ayudarte…

Los enanos hablaban agudo, extraño. La puerta se disolvió, el mago, desaparecía, pero sus ojos destellaban fuego. Cuando todo se batió mientras caía al…

- ¿Santiago?, ¿y los enanos? – preguntó Marcial con voz tambaleante –, me siento mal… –alcanzó a decir antes de desplomarse en el suelo. Santiago y Lea se movieron rápidamente para socorrerlo.
- Santiago, perdóname, no quería interrumpir la sesión…– dijo Lea, mientras se agachaba.
- Filo, ya lo hiciste. Ayúdame a levantarle las piernas al cabro.

Juntos acostaron al joven en el suelo, y le levantaron las piernas para que la sangre volviera a su cerebro. Santiago sacó de un bolso una botella de agua, la cual abrió y vertió sobre la cabeza de Marcial. El joven volvió en sí, y abrió los ojos. En silencio se incorporó, tomó lo que quedaba de agua de la botella. Lea aún no se atrevía a decir nada, finalmente:

- Santiago, perdóname…
- Tranquila– respondió– tendremos que repetir el experimento otro día, – miró a Marcial–, ¿cómo te sientes tú?
- Mejor, weón– hizo una pausa-. Lo vi Santiago, lo vi.
- ¿Qué viste weón?
- Vi la montaña. Vi la Montaña Solitaria…
- ¿Tolkien?
- Sí – respiró un momento –… Santiago, hay que traer a más gente. En serio.

Texto agregado el 02-02-2014, y leído por 77 visitantes. (0 votos)


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