El pequeño pueblo se desplegaba sobre el polvoroso suelo del casi desértico condado, todos los habitantes estaban emocionados porque este día era la Feria Anual de Primavera.

La gente estaba disfrutando de la poca alegría que podía rescatar en un lugar donde la vida era dura y difícil. No había ley ni derechos, sólo los más fuertes imperaban por ejercicio de la fuerza.

Desde las terrazas bajas detrás del lecho seco del río, donde las pequeñas granjas desarrollan sus magras operaciones, el propietario de una de ellos llegó a la calle principal y única del poblado con la intención de encontrarse por primera vez con su reciente esposa, una mujer desconocida con quien había hecho contacto por correo y pedido que se convirtiera en su compañera en la vida, propuesta que fue aceptada por la mujer, como era habitual en aquellos lugares y tiempos.

Pasaron el día en visitando la Feria y aprendiendo a conocerse mutuamente con la alegría de ver que sus caracteres conjugaban muy bien. Cerca del final del día, decidieron volver a la granja antes de la puesta del sol.

El hombre unció a su mula y a su burro al viejo carro y así comenzaron el viaje sentados uno al lado del otro.

Después de un rato de marcha, la mula se sentó y se negó a seguir adelante. El granjero bajó del carro y acarició al animal, no sin cierta ternura y logró que siguiera por la carretera. Luego subió el carro, no sin advertirle: -Mula, ésta es la primera.

La mujer miraba este proceder con una sonrisa en los labios, pensando que el hombre sabía tratar bien a los animales.

Algunos kilómetros más adelante, la mula decidió parar de nuevo, por lo que el agricultor bajó y repitió su trabajo anterior hasta que la mula decidió obedecer. El granjero le dijo al animal: -Mula, ésta es la segunda.

Luego de unos pocos kilómetros más, otra vez la mula se sentó y se negó a seguir adelante.

El granjero descendió del carro, desenganchó la mula de la carreta, se dirigió a la parte trasera del vehículo, regresó con un fusil grande y diciendo: -Mula, ésta es la tercera. mató al animal con un tiro certero. Arrastró los despojos a los rastrojos aledaños al camino y los dejó a merced de las alimañas y carroñeros del lugar.

Mientras él volvió a subir al asiento de conducción, la mujer no pudo evitar decirle lo terrible que era lo que había hecho, matar a un animal valioso, cuando podría haber atado a la mula de la parte trasera del carro y así obligarla a seguirlos y conservar al pobre animal, que no entiendía lo que estaba haciendo, solamente siguiendo sus instintos y que a lo mejor sólo necesitaba un poco de entrenamiento para saber cuál era su trabajo y además, evitar de ese modo que el pobre burro se encontrara en la obligación de hacer todo el trabajo de arrastrar el carro y que...

Cuando la mujer se detuvo a aspirar aire, el agricultor le acarició el rostro, no sin cierta ternura, la miró profundamente a los ojos y le dijo: -Mujer, ésta es la primera.



Epílogo no contextual: Este cuento no condona actitudes equívocas ni violencia de género alguna, solamente se limita a pintar una realidad que se vive en partes del mundo donde la vida es tan rigurosa que no permite mucho lugar a los sentimientos en la forma que los consideramos civilizados.