Fue hace ya varios años cuando me pasó la parte menos importante de esta historia que te voy a contar. Pero esta es de esas historias que se fijan en la imaginación y la memoria sin que uno pueda borrársela a voluntad, y que se van repitiendo cada vez más, de forma ligeramente distinta, hasta convertirse en algo que uno no sabe si en realidad algún día pasó, como el amor.
Yo no sé si en la universidad todos los demás también estaban enamorados de Catalina. Era fácil estar enamorado de ella porque tenía el pelo rojo y largo, la piel rosada, y los hombros llenos de pecas, porque le gustaba sonreír todo el tiempo y porque su voz era como un sueño feliz y tranquilo, porque era inteligente y suave, alegre pero sin grandes excesos. Lo que sí sé es que yo me pasé media carrera mirándola, como un loco. Ahora que lo pienso, conocía a sus amigos sin que ella me los hubiera presentado, y había visto su casa y a su familia en fotos. En otras palabras, Catalina me gustaba mucho, y todo en ella me parecía perfecto.
Yo estaba convencido de que una mujer como ella jamás le iba a prestar atención a un hombre como yo. No es que yo fuera terrible, es que era normal, y ella, pues era así, como te dije. Tanto fue el gusto por ella que un día, en un arrebato de infantilismo, decidí hacer algo en lo que nunca había creído: como a cuatro cuadras de la universidad vivía una bruja. Yo la conocía porque supuestamente ella le hizo un trabajo exitoso a los amigos de unos amigos, que antes de ir no se conocían, y que ahora están casados.
La bruja se llamaba María y era una persona normal. En su casa no había adornos excesivamente supersticiosos, nada muy raro que me asustara: un levísimo olor a incienso, unos pocos cuadros de Jesús y María, y una mesa de espera llena de revistas de farándula, nada más. La cita era carísima, pero mi desespero era muy elevado. Yo le pedí que hiciera una de dos cosas: ayudarme a olvidarla o, preferiblemente, lograr que ella se enamorara intensa y profundamente de mí. Hoy, cuando lo pienso, me doy cuenta de que todo era muy extraño: hasta ese entonces yo no conocía a Catalina más que en mi obsesión, pero en realidad nunca le había hablado, ni salido con ella. No sabía qué pensaba de nada, ni cómo imaginaba su mundo, no tenía idea de lo que gustaba o lo que no. De Catalina solo tenía su imagen en mi obsesión, y era de mi imaginación de ella de lo que estaba enamorado. Hoy es fácil darse cuenta, pero en esa época le llamaba amor.
La bruja me cobró muchísimo dinero. Para conseguirlo tuve que vender -a las escondidas- la colección de monedas que con tanto esfuerzo habían guardado mi abuelo y mi papá. Yo todavía no lo sabía, pero al enterarse del robo (todavía no sabe que fui yo) de su más querido tesoro, mi papá, como si las monedas fueran su vida, se iba a enfermar. Las monedas las vendí en dos millones de pesos, pero la bruja me cobró un poco más. Se los pagué porque me dijo que el hechizo estaba garantizado, que si no funcionaba ella me iba a devolver más de lo que había pagado.
Durante dos semanas tomé una cantidad de líquidos que no me gusta recordar. Eran bebidas hechas a base de partes de insectos -como en las caricaturas-: patas de cucaracha, alas de mosca, polvo de mariposa, revueltos en jugo de naranja, o en vino tinto. Eran cosas estúpidas, cosas así. Pero yo las hice y me los tomé todos los días pensando en Catalina. Llevaba un termo a la universidad y me tomaba un trago cada cierto tiempo y después me ponía a mirarla, esperando a ver si hacía efecto, entonces ella se daba cuenta de que la estaba mirando y me miraba, y como yo no hacía nada más que dejar mis ojos fijos en ella, entonces reía, entonces yo sonreía, y pensaba, secretamente, que todo estaba funcionando a la perfección: uno puede ser así de tonto en la realidad.
Como a las tres semanas, una semana después de haber dejado de tomar de ese desagradable termo; y con el mismo tiempo acumulado sin ver a Catalina, me sorprendí de repente hablando con ella en la cafetería: quedamos juntos en la fila: yo quería comprar un corazón de azúcar, ella después pidió un café amargo. Ella saludó primero, y el resto del esfuerzo en la conversación lo hice yo. Las cosas salieron bien, nos seguimos encontrando “accidentalmente”, nos conocimos mejor. Ella me dio su teléfono, salimos, bailamos, tomamos y nos besamos esa misma noche.
Al principio fui feliz. Tanto, que había olvidado que Catalina era mi novia gracias a la bruja. Llevábamos tres meses y aunque ella no era lo que yo pensaba, todo iba bien. El problema vino tiempo después, en realidad no éramos el uno para el otro, como en mi imaginación. Peleábamos mucho, todo el tiempo, ella era muy celosa, yo necesitaba mi espacio, mi tiempo. Empecé a alejarme de ella cada vez más. Hoy, cuando lo pienso, creo que Catalina sí era una gran pareja y mujer, pero creo que lo que a mí me pesaba era la sensación de falsedad que había en todo esto. Si esto había sucedido gracias a una bruja, entonces no era amor, sino ficción.
La relación duró mucho más tiempo del que tenía que durar. Pero a los tres años por fin terminamos. Ella me descubrió con otra, con Sarita, mi esposa, es extraño que haya sido ese engaño el que fundó esta relación sólida que tenemos hoy. Catalina se puso como loca cuando se enteró. Yo no la culpo. Es difícil caer a la tierra, darse cuenta de que todo lo que uno está viviendo es un invento. Inclusive, yo le dije, para intentar tranquilizarla, que no todo era lo que ella creía, que para enamorarla yo había ido donde una bruja; que todo había sido, sin quererlo, una mentira, desde el principio. Le dije, inclusive, cómo se llamaba, y dónde vivía. Catalina no lo soportó. Me dejó de hablar, consiguió una beca, un trabajo y se fue a vivir a Australia, al otro lado, decimos por acá.
Eso fue hace ya como siete años. El tiempo pasa muy rápido. Te cuento ahora la historia porque tenía que hacerlo, porque no la había podido olvidar y me quería deshacer de esto, y porque esta mañana, por accidente, leí una historia extraña en el bus, en ese periódico amarillista, que dice que cerca a la universidad donde estudié, encontraron una mujer que todos conocían como la bruja, la encontraron muerta. Dicen que al parecer se suicidó, y que en la carta de despedida, se queja de otra mujer, que durante muchos años la atormentó con maleficios y vudú, porque era una bruja falsa que nunca le cumplió con la promesa de enamorar al hombre de su vida, al que había conocido en la universidad, y que se llamaba como yo. |