María recorre con sus cortos doce años la galería, el patio enorme con las plantas desmesuradas por el clima selvático y la humedad de la tierra rojiza, se detiene juguetona junto a algunos pollitos que caminan cerca, y besa la estampita bendecida.
El patrón y su mujer la trajeron en una vieja camioneta chevrolet, entre las compras y los paquetes de fardos.
Sus manitos apenas alcanzan bien ciertas alturas.
La señora le ha explicado cuales serán sus tareas. María apenas sabe leer, pero siente fuerte que valiente es su corazón al decidirse a viajar desde Corrientes a Posadas, provincia de Misiones, donde abundan los yerbatales y las plantaciones de tabaco, y donde los sueños apenas aparecen tan largos como imposibles. Ella vino de ese desierto que era la chacra, criaban unos cuantos animales y si con suerte alguien de la ruta se desviaba por la señal del pañuelo de su madrina, qué suerte tendrían en leer la carta llegada. Sin radio, sin comunicación: cómo era el mundo para la mitakuña María y las soledades de esos parajes. Meterse en un fardo a escondidas, porque no vaya que la descubran intentando leer de esos viejos libros que alguna vez adquirió en sus esporádicas jornadas en la escuela, para su madrina era pérdida de tiempo y había mucho que hacer. Su hijo se largaba a la tropería, de meses y meses viajando a caballo con las cabezas de ganado para Buenos Aires. Y la mujer había recibido a la niña con todo su bagaje a cuestas, algo de amor brotó en sus ojos al ver el desamparo. Algo bueno podría pasar si esa mujer cubría en parte el desconsuelo de la pérdida, la separación de sus hermanos y un padre que formó otra familia grande e indómita.
María, la de los ojos brillantes como estrellas, es buena y divertida, algo atrevida pero inocente.
Tiene la marca de los abandonos, casi sin sentido de esas viejas familias de campo. Tiene sus 89 años y teje en la soledad de una casa, junto a Kala, la perra de su nieto, y rememora sus andanzas de púber y de adolescente que finalmente harta de tanta miseria, quiere progresar, quiere escalar. Porque para ella la vida ha sido un desafío propio de la desigualdad de su género y su condición social.
María viajará por muchos años en la memoria colectiva de los oprimidos y los olvidados, seguirá el camino de toda empleada doméstica, sobreexplotada desde su niñez. Y recibirá de la vida finalmente, mucho más que algunas monedas.
Tal vez haya mucho de esos otros que se ganan el sustento, detrás de los diez empleados que regentean una casa y una familia, el porvenir siempre es el por venir.
María sabe que pronto llegará la hora de su destino, y que nada ni nadie le podrá sacar tantos recuerdos construídos.
Brindo por ti, María la que en un acto de afirmación con voz potente, le dice a su marido: -Todavía no ha nacido de la panza de su madre el que a mí me me ponga una mano encima.
Y el hombre bajará la vista, a sabiendas que tanta fragilidad ha hecho fortaleza de mujer.
María camina lento ya y no tan firme, pero a andado y desandado muchos caminos.
Brindo por ti, otra vez, querida María.
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