El muñequito de papel se escapó de las tijeras envidiosas que quisieron cortarte a su molde y él rebelde no quiso. No le importó ser tan frágil como un pétalo de rosa. Él quiso escaparse y tomó su real determinación que cuando la luna aullara lobos se iría.

Volando se fue dando temerarias piruetas por los aires dejando con las pinzas abiertas a las tijeras. Recuerdo muy bien que yo lo ayudé a escapar, me tomó de la mano y nos fuimos lejos donde los ojos no nos coman con su discriminación.

Las mañanas tejían sus días en nuestro cubil solitario, lejos de toda pantomima hipócrita que nuestros propios mundos exponían. Los dos éramos felices porque él leía en mis ojos de humana el conocimiento que necesitaba para completar su experimento de convertirse en carne y hueso y yo por mi parte podía leer las líneas escritas en su cuerpo de papel. Los dos nos entreteníamos y nunca nos cansábamos porque veníamos de mundos diferentes, llenos de conocimientos por compartir y complementándonos en un punto infinitesimal.

Así pasó nostalgias en siglos y curiosos quisimos salir a encontrarnos con cada uno de nuestros mundos divorciados.
Entusiasmado y nervioso me dijo:
-¿Será que nuestros mundos canten ahora si la tonada de la paz y la libertad?
Un viento helado azotó nuestros cuerpos respondiendo fatídicamente.
-No seas iluso, aún no es tiempo.
El mismo viento lo separó de mí, llevándolo vanidoso en su regazo, sin saber hasta ahora nada del muñequito de papel. Y yo sigo aquí mirando desde mi ventana el cielo nocturno, esperando encontrar en alguna constelación que me muestre la ruta para volverlo a ver.