CHARLA TÉCNICA
“Bueno, muchachos; hoy hay que ganar si o si. No nos queda otra alternativa. Si entramos a la cancha bien concentrados, ellos no nos pueden ganar. Hay que correr y dejar todo, y no les den bola a los giles que gritan de afuera…al único que tienen que escuchar ustedes es a mí o al Pillapollo, ¿estamos, muchachos? ¿Estamos?” Los jugadores, sentados en el suelo y cubriéndose del implacable sol debajo de una morera, escuchaban atentamente al ocasional Director Técnico del equipo. Era la final del Campeonato Anual de Veteranos, que organizaba la Liga Tucumana de Fútbol y se jugaba en la cancha de Agua y Energía una mañana de principios de enero.
Gómez Omil, o el “Góme” como le llamaban todos, tenía un equipazo. Había finalizado primero en su zona clasificatoria, con veinte triunfos, sólo seis derrotas y cuatro empates luego de haber disputado treinta fechas en las cuales supo pasear su buen fútbol y temperamento de equipo destinado a ser campeón. “Todos sabemos que la cancha va a estar hasta la jeta, pero eso no tiene que importarnos. No hay que dejarse intimidar por los gritos y las puteadas. Por algo estamos donde estamos. Por algo estamos donde estamos, por algo hemos llegado a la final. Acuerdensé que nadie nos ha regalado nada en todo el campeonato, y por eso estamos donde estamos, ¿sí?”
La barriada, que apoyaba con fervor lo realizado por la Comisión Directiva del “Góme”, incentivados por la campaña del equipo, había hecho un gran esfuerzo económico para poder contratar como asesor del DT de Gómez Omil, al Pillapollo Marchese, el ex jugador y otrora ídolo de San Martín. Rifas, bailes, aportes desinteresados y voluntarios, fueron a parar a una bolsa común del equipo de Floresta, para “solventar los gastos del próximo campeonato”, como explicaban los miembros de la Comisión Directiva cada vez que iban casa por casa a vender una rifa a los vecinos. “¡Eh!, vos Pajarito, vos sos el que tenés que mandar al equipo dentro de la cancha…ordenálo. Así que muchachos,… ¡Ah!, otra cosita, ojo con el Negro Pelé, miren que ese hijo de puta ya nos ha “bombeao” más de una vez, así que mejor juguemos callados y a no protestar nada de lo que cobre y tratemos de no cometer fules al pedo, ¿ah, changos? Bueno, eso nomás. Vayan a la cancha ya, porque ya ha salido La Mago a la cancha. Suerte changos, y acuerdensé que hay que ganar si o si, no hay otra.”
La Mago, el otro equipo finalista y para el colmo eterno rival clásico del equipo de barrio Floresta, estaba conformado en su mayoría por ex jugadores profesionales de la Liga Tucumana de Fútbol, qué se yo, hablamos de Palomeque, de Palomba, de Cecotti, entre otros, y había demostrado tener más chances que el “Góme”, según los ojos de los que saben de fútbol, de ganar el campeonato, por lo expuesto a lo largo del torneo en la zona que le tocó jugar. El técnico de Gómez Omil era mi padre, y lo convocaron sólo para que dirija ese partido final; el anterior técnico, “Ladeao” Peñalba, había renunciado en el transcurso de la semana por desavenencias con algunos jugadores del plantel, y, además, como lo indicaba su apodo, por tener graves problemas con la bebida.
La charla técnica que mi padre brindó al equipo antes de que éste saltara a la cancha a disputar el partido, a pesar de su fuerza y el optimismo que transmitía, no dio los resultados que esperaba tanto el técnico como la barriada que hinchaba por el “Góme”. El desempeño del equipo aquella mañana de domingo fue más que lamentable. El score final lo dice todo y habla por sí solo de lo que sucedió dentro de la cancha de Agua y Energía, allá por el parque Guillermina. Para decirlo de una vez, aunque con algo de vergüenza, porque uno también tiene su corazoncito puesto en el Góme, ganó La Mago 7 a 1 y de esa manera se clasificó campeón del torneo, relegando a un segundo…si el resultado de la final hubiera sido menos abultado se podría decir “relegando a un segundo honroso puesto”, pero como no fue así, sino todo lo contrario, ya que hubo por parte de La Mago una impresionante exhibición de fútbol bien jugado, cuyos soportes eran toques, gambetas y goles, entonces queda así no más, es decir, “relegando a un segundo lugar” al equipo de Gómez Omil.
Los muchachos estaban destruidos; nadie se podía mirar de frente y dar una explicación coherente del desastre que se había producido dentro de la cancha. De mi padre mejor ni hablar, estaba hecho mierda el pobre, y fumaba y fumaba. El que sí habló luego de mojarse la cabeza con agua del bidón, fue el Flaco Cañete, pero habló sólo para armar quilombo. El Flaco había jugado esa mañana de cinco, y a decir verdad no la vio ni cuadrada; pero él señalaba a algunos de sus compañeros de equipo de ser los verdaderos culpables de semejante catástrofe deportiva, los acusaba de ser irresponsables por haber salido la noche anterior “hasta la madrugada”, como decía el Flaco, y de darle al chupe sin importarles un carajo el partido; a otros directamente y sin pelos en la lengua los acuso de vendidos, y a los miembros de la Comisión Directiva, a algunos que estaban allí y que se animaron a dar la cara en tan mal momento, los trató como “mangas de pelotudos” por no haber puesto un poco más de empeño a la hora de contratar a un Director Técnico como la gente, capacitado y profesional, y no a ese viejo pelotudo del Boci, que lo único que sabe hacer es fumar y jugar a la quiniela. Boci era mi padre, como dije. Y el Flaco Cañete seguía diciendo cosas, estaba descontrolado, hasta que algunos se le vinieron al humo para cagarlo a trompadas, pero siempre hay gente que mantiene la compostura en estos casos y frena la batahola. O separa, o convence. Y se lo llevaron al Flaco a otra parte.
A la noche, ya en el patio de mi casa y algo más tranquilos, una cervecita de por medio, charlaban el presidente del club Carlos Leiva, Ramón Juárez, el tesorero y mi viejo. Haciéndome el distraído con otras cosas, yo fui testigo de aquella reunión, y escuchaba atento esa conversación de hombres grandes con agarradas de niños. Hasta que de pronto, el presidente Leiva se levantó y dio un solo golpe a la mesa que hizo retumbar toda la casa, y dijo: “Bueno, che, después de todo se cagaron para hacernos nueve, como nosotros le hicimos el año pasado.”
En Julio de 1999
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