Un lunes el joven de 28 años, se detuvo. Llegó a su oficina, escribió una corta carta informando su renuncia a su puesto como gerente de una prestigiosa empresa, en donde ganaba un muy substancioso salario, vendió todo lo que pudo, lo demás lo regaló y se fue a la playa. Se ofreció a lavar coches y a vender empanadas, ganaba apenas lo suficiente para vivir, una hermosa muchacha decidió acompañarlo, tuvieron dos hijos. Cuando lo conocí ya tenía 70, correosa su piel y en sus entrañables ojos, la sabia alegría y la tranquilidad de tantos años rebosaba su alma. Le pregunté que fue lo que lo detuvo a los 28, cuando dio ese giro tan impresionante a su vida y me contestó: La muerte de mi madre. Descubrí ese Lunes que yo estaba viviendo solamente las expectativas ambiciosas de mi madre, ella quería que fuera un empresario exitoso, con títulos y maestrías, con un enorme salario y autos caros. Ella consideraba que eso era lo que yo requería para una vida entera y provechosa. No es un error lo que ella conocía, sin embargo al morir me dejó solo y así pude descubrir en un abrir y cerrar de ojos, que mi vida me pertenecía a mi y era mi decisión, así que tomé la mejor forma de vivirla. |