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Nunca había dejado de tener esperanza. Muy dentro de él sabía, aunque se empeñara en negarlo con aquella pose de artista atormentado y autodestructivo, que la vida siempre guardaba pequeñas recompensas para aquellos que dejaban lo mejor de sí mismos en el camino. Y pese a que el suyo siempre había estado plagado de dificultades y escollos que el mismo se había creado realmente para poder tener algo en que excusare cuando todo fallara, nunca había dejado de tener fe en el universo y esperaba que aquello pudiera salvar su alma cuando el camino de excesos que había optado seguir se cobrara sus inevitables facturas.
John nuevamente se apoyó contra el respaldo de su cómodo sillón y observo el lento atardecer tras la amplia cristalera de su ventanal. Las acompasadas notas de un piano resonaban en su aparato de música. La música siempre había sido una especie de guía en el caos de su devenir, y ahora, cuando las aguas se habían calmado, la apreciaba con el deleite de aquel que se sabía conquistador de batallas imposibles, héroe anónimo de su propia vida.
Ella había aparecido para quedarse. Quedarse en su vida. Eso nunca había sido una opción antes para él. Su existencia solitaria parecía contrastar con la posibilidad de compartir algo mas que una conversación, unas copas y una noche de excesos que pudiera acabarse antes de que el solo fuera testigo de sus actos. Y sin embargo, no se sabe bien como, se quedó. Y no solo eso, sino que además él estaba encantado de que lo hubiera hecho. Acarició tímidamente un pequeño bulto en el interior del bolsillo de su chaleco y miró nervioso el reloj. Ya casi era la hora, y el momento no podría ser mejor. Los últimos rallos de sol bañaban de una luz rojiza la habitación, aportando una falsa sensación de calor que contrastaba con el frío día invernal que había extendido sus gélidas manos sobre la ciudad. Abrió cuidadosamente la botella de vino que había estado esperando pacientemente en la mesa cercana. Aquel ritual con el vino le relajaba a la vez que le apasionaba. Era una más de sus pequeñas pasiones, quizás un tanto excesiva, que solía disfrutar en aquella nueva vida que se había abierto ante él. Recordó las muchas copas de vino compartidas en las muchas veladas que habían disfrutado los dos a lo largo de los últimos años. Aquel liquido rojizo era el confidente más apropiado para todas esas conversaciones sobre el mundo y su insignificante existencia en él, unas conversaciones que habían terminado en múltiples ocasiones en confidencias y complicidad. Una complicidad que hoy se tornaba en la familiaridad imprescindible que entre ellos definía una existencia única. Dos almas entrelazadas en una única vida, en un único devenir. Tomo un sorbo de su copa comprobando como la oxigenación había sacado ya los mejores detalles de aquel vino, al igual que Thelonius Monk continuaba sacando las mejores notas del viejo piano que sonaba en la grabación. Nuevamente jugueteó con la pequeña caja que guardaba en su bolsillo.
¿Era el momento? Siempre lo había sido, desde el primer día, desde el primer minuto en realidad. Los primeros meses fueron como cientos de vidas juntas, los primeros años la eternidad del paraíso en existencia. Deberían existir dudas, pero no en esta ocasión, lo tenía muy claro. Pese a sus diferencias la única opción realmente existente era aquella, tenía que serlo ya que separar ambas vidas sería como separar la cabeza del cuerpo de sí mismo. Sin duda aquél era el momento. Había sido el momento desde el primer segundo.
La noche comenzaba a ocultar ya lentamente los últimos rayos que apenas una fracción de vida había llenado la sala, y ahora la tenue iluminación de la misma servía de cobijo para John y sus últimos pensamientos. La botella de vino ahora medio llena reposaba en el centro de una mesa lujosamente dispuesta para dos comensales. El hogar. Había sido muy difícil conseguir encontrarse lo suficientemente cómodo en un sitio para poder llamarlo hogar, pero finalmente lo había conseguido. Y si bien las paredes que definían su pequeño templo y todo lo que decoraba el mismo le daba esa sensación de acogimiento, de tranquilidad, sabía que realmente era ella sentada a su lado por las noches, era ella durmiendo junto a él, lo que había convertido aquello en un verdadero hogar. Tal era así que las pocas noches que ella no podía estar allí las habitaciones siempre se habían tornado más oscuras, más frías. Incluso la música parecía sonar más triste también. John jugueteó nuevamente con la pequeña caja que guardaba en su bolsillo. Muchas veces se había imaginado haciendo aquello, pero nunca había llegado a creerse que realmente podría hacerlo. Incluso en ese momento, mientras escuchaba la puerta principal abrirse dudaba de que fuera capaz de hacerlo. Tomo un nuevo trago del vino de su copa, valiente inspirador en muchas otras ocasiones en las que las fuerzas habían flaqueado, y se dirigió a la puerta para recibirla a ella mientras su mano se escurría dentro de la pequeña caja que todo el día había tenido en su bolsillo y sacaba de ella un pequeño anillo que mantuvo bien agarrado dentro del bolsillo entre los dedos.
-“¿Qué tal te ha ido el día?”- Preguntó con una sonrisa mientras su cuerpo se agitaba con la adrenalina que se agolpaba en él. La noche acababa de empezar, y sería la noche más larga de su vida. Una noche que abriría las puertas de su nueva vida juntos. Para siempre.
Nunca había dejado de tener esperanzas, y la vida le había recompensado.

Texto agregado el 30-01-2014, y leído por 125 visitantes. (0 votos)


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