Soy uno y soy dos.
A veces uno,
a veces dos.
Ahora, siempre dos:
como el día y la noche.
Sol y luna.
Ser siempre dos
es un dilema,
un martirio;
porque ni soy el uno
ni soy el otro,
sino una extraña mezcla
de remedo humano y bestia.
Cuando soy el uno,
parezco yo;
pero no soy yo.
Cuando soy el otro,
parezco el otro;
pero no soy el otro.
Mis demonios
y los del otro,
del que no da la cara,
muerden, laceran,
pueden matar,
al otro y a mí.
¿Quién anhela el cielo,
si en el infierno se está tan bien?
Cuando quiero ser la luz,
sólo muestro oscuridad.
Cuando soy oscuro,
un rayo de luz muy fino,
me impide perderme.
Mis ojos me delatan,
porque nunca desmienten mis deseos.
Mirar con inocencia
es una basura,
una porquería
que ya no conozco.
Stevenson sabía:
Jeckyll y Hyde.
Bien y mal, mezclados
en un dúo inmortal.
Cortázar sabía;
su magia habla de dobles
y almas recuperables,
de locos perseguidores.
Borges sabía;
los sueños están vivos
y vuelven eternamente,
poblando la realidad.
No puedo más.
¿Quién soy yo?:
¿el del sueño o el de la vigilia?
¿el de luz o el de oscuridad?
¿el que se muestra o el que se oculta?
Ser oscuro,
podría ser mi cielo.
Ser luz,
podría destruirme.
Prefiero ser Nada,
fundirme con el polvo,
no ser más.
Ya no vivo.
El miedo me atrofia,
me paraliza,
me desgarra.
Soy luz tenue
y oscuridad infinita.
Desastre viviente,
mierda a la orilla del camino.
Soy ángel y demonio,
blanco y negro,
cielo e infierno.
Nada, es mejor que Doble.
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