Es suave el proceso de la muerte,
sea ya por una suerte de misericordia o de lastima o de amor.
Descienden, tus oídos, cálidos en sudores,
similares a los sudores de Fernanda, la de la primaria en 5°B;
como los sudores de más de un metro de piscina,
el sudor de la vecina con su boxer y el árbol sin su navidad.
Se aloja en tu estomago, con mariposas sin entrañas,
en arritmias de tres por minuto, de rueda de la fortuna sin mamá;
en un torso que se vacía para siempre y de una vez,
que se arranca de ninguna ultima y primera vez.
Y te envuelve, en los 30 segundos del abrazo más largo de la historia;
y en tu nariz se siembran todos los aromas, en tus manos;
florecen los labios en sabores de cilantro, albahaca u hollín;
y truenan besos con promesas en tu oído, y todos te llaman por tu nombre.
Así como se ha de marchar, ha llegado. Te abandona.
Permaneces sin apellido, sin dirección y con la camisa puesta;
uno a uno, todos los grises se presentan a devorar colores,
y la boca,
seca y sin palabras,
no puede más que pronunciar
el agudo,
el amargo sabor a contusión. |