Aquel Hombre
Se levantó a las 7:00 am de un día cualquiera, se miró al espejo y descubrió un rostro nada conocido que lo observaba con inquietud. ¿Quién era ese personaje entrecano, de cabello corto, ojos marrones con lánguida mirada?
Hizo memoria, buscó por los cajones fotos, recuerdos, que lo llevaran a reconocer a aquel ser que lo observaba. Un brusco salto lo condujo a otro espejo, esta vez al de la cómoda del dormitorio, que lo presentó de cuerpo entero, bastante flaco, casi escuálido, con los brazos colgando de sus hombros, la piel reseca apergaminada que le restaba dignidad, al igual que unas desconocidas partes que otrora fueran su orgullo. Las piernas conjugaban con el cuerpo cansado que pedía clemencia.
Su fino sentido de la percepción lo llevó a concluir que el individuo que osaba posarse frente a él no era más que el mismo, al que por un descuido momentáneo lo llevó a desconocer. La última imagen que recordaba lo situada unos 30 años atrás, en una fiesta con amigos que terminó en un bacanal donde el desenfreno era la norma en lujuriosas jornadas orgiásticas de excesos y desbordes.
Se sentó en la cama, y empezó a recorrer con la mirada los objetos que lo rodeaban; sobre las paredes cuadros de dudosa autenticidad, la cómoda con el espejo, dos mesas de luz a ambos lados, nada de fotos y un par de libros de su lado.
Un minimalista cuarto que remataba con un amplio ventanal que lo acercaba a la realidad, y un gran cortinado que peinaba la alfombra.
Fue en ese instante en que golpean la puerta
-¿Quién es?- Fueron las únicas palabras que logró pronunciar el apabullado individuo.
-¿Quién va a ser?, soy yo, mi amor- se filtraba por la puerta.
Quien sería ese señor que se refería a él de esa forma. No recordaba ni siquiera sus preferencias sexuales, aunque le parecía bastante extraño que lo suyo fueran las relaciones con el mismo sexo.
Un chispazo neuronal lo llevó a un tiempo de momentos compartidos con damas de voluptuosas figuras, angostas cinturas, generosos bustos y caderas prominentes. Unos flashes con imágenes que aceleraron sus pulsaciones, irguieron su cuerpo, lo pusieron de pie despertando al antiguo amigo al que había abandonado hacía tiempo entre sus piernas.
-¡Abrime tonta!- se escuchó resonar en el pasillo.
La sentencia hizo retroceder a su rozagante compañero al tiempo que se le fruncían sus esfínteres.
Fue con decisión hacia el picaporte, solo lo que trasponía su puerta podría explicarle su angustiante confusión.
Mientras abría la cerradura, cataratas de imágenes desfilaban por la garganta del diablo de sus ideas.
De costado tras la puerta, asomó su cabeza al tiempo que la abría con delicadeza. Por el rabillo del ojo pudo descubrir la presencia ansiosa de un hombre mayor, que miraba para todos lados, con un balde que contenía una champaña a punto.
Cuando las miradas se encontraron, un rubor incandescente colmó el rostro que aguardaba presuroso y al que con un hilo de voz se le oyó decir:
-¿Es la habitación 302?
Con medida reacción, el huésped oso revisar los números que se exhibían en la puerta, advirtiendo un tres un cero y otro tres.
Disculpándose por el error y con la vergüenza a cuesta el amante furtivo se cruzó de lado y comenzó a azotar nerviosamente en la habitación contigua.
En la habitación 303, se respiraba una mezcla de frustración y alivio.
Debía seguir hurgando entre sus tenues recuerdos, algo que le devolviese su presente.
Mientras tanto fue en búsqueda del incondicional amigo, que le pedía una mano.
OTREBLA
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