Estancia la Argentina
Un buscador de tesoros un tanto particular. Un paisano de la región ribereña del rio Paraná, conocedor como pocos de la zona, meteorólogo de profesión, su especialidad eran las tormentas eléctricas. Un cazador de cumulus nimbus. Con un precario instrumental, lograba ubicar las zonas de formación, las probabilidades de actividad eléctrica en las nubes y la caída de rayos. Su meta principal era el de determinar las zonas de contacto con la tierra, demarcarlas y analizar la composición del terreno. Ya había abandonado hacía años su trabajo como pronosticador del tiempo en el canal local de noticias.
Un cambio repentino y la codicia egoísta, lo hizo un ser ermitaño, poco sociable enfrascado en una cabaña en las afueras de la ciudad de Reconquista, rodeado de cartografía del lugar, mapas antiguos, libros de historia y de leyendas urbanas.
Sabía que para que se produzca una descarga eléctrica eran necesarias ciertas condiciones topográficas, como sitios altos, árboles y principalmente materiales conductores.
Los metales son excelentes conductores de corriente eléctrica y dentro de éstos el que menor resistencia ofrece al paso de la electricidad es la plata, desechado en la industria por sus altos costos.
Su avidez por la historia lo hizo un erudito en temas de la conquista del Rio de la Plata. Había estudiado con una minuciosidad académica todas las campañas de los europeos por la zona.
Lo que más lo había atrapado era La leyenda del Rey Blanco, que remonta a los tiempos en el Cerro Rico en Potosí con las vetas más importantes de plata en el mundo.
Supo que uno de los itinerarios para sacar el metal con destino a la metrópoli era la ruta Potosí, Salta, Tucumán Córdoba Rosario y el puerto de Buenos Aires con destino final en Sevilla. Precisamente se hallaba en la región donde otrora circulaban los carruajes hacia Buenos Aires con su preciada carga.
Era la ruta menos rentable de las utilizadas, solo por robos y saqueos no llegaban al puerto casi la mitad de las cargas argentíferas.
Esta situación alentó al huraño y hosco aventurero a realizar un relevamiento topográfico de su región determinando zonas donde podrían encontrarse tesoros escondidos por los malhechores en la espera de un momento propicio para hacerse de las fortunas que rara vez pudieron disfrutar.
Los rayos y centellas como señal divina habían persuadido al investigador que le marcarían los sitios con los tesoros escondidos, habida cuenta de la atracción que tenía las grandes concentraciones de plata en el destino final de estos fenómenos atmosféricos.
Cada vez que se detectaba actividad eléctrica en las nubes su corazón se aceleraba y parecía salirse de su cuerpo. Fue descartando localizaciones poco probables y así pudo determinar los sitios en que podría encontrarse con la llave de la fortuna. Un corredor de dos kilómetros cuadrados, de planicie roma a ambos lados de la ruta panamericana, antiguas rutas del llamado camino del inca.
Si un rayo osaba dirigirse a esa región era seguro que era en busca del metal blanco.
Fue hacia fines de un enero bochornoso cuando la embravecida naturaleza se mostró a plenitud, lanzando un reparador riego en la castigada zona de campo yermo. Todo comenzó con la aparición de los primeros relámpagos en el firmamento y una lluvia de descargas eléctricas estremecieron los campos. La prolongada sequía facilitó la tarea del meteorólogo, un artero rayo comenzó con un incendio de pastizales.
Tenía ahora el sitio exacto en donde la furia atmosférica dejó su impronta. A escasos 10 metros de la ruta un chamuscado terreno marcaba el sitio exacto de contacto.
Cuando las condiciones mejoraron y con la tierra aún húmeda por el aguacero, nuestro buscador de tesoros comenzó a excavar con pico y pala con minuciosidad de investigador egipcio.
Cuando había cavado a una profundidad de un metro, se topó con un material duro, que parecía madera, despejó con sus manos la tierra superficial y empezó a descubrir un cofre de regular tamaño, de un metro y medio de largo, uno de ancho con una profundidad de setenta centímetros.
Sus versados conocimientos en temas religiosos lo llevó a asociar el hallazgo al tabernáculo que le mandó construir Yahveh a Moisés y que representaba el Arca de la Nueva Alianza. No podría en ese instante hilvanar ninguna idea, solo se le cruzaban pensamientos abstractos de religiosidad manifiesta.
Llegó a pensar que era el elegido de Dios para redimir al hombre.
Dios dijo:
¡Miren a mi elegido,
al que he llamado a mi servicio!
Él cuenta con mi apoyo;
yo mismo lo elegí,
y él me llena de alegría.
Isaías 42
Lejos estaba de aquellos designios místicos, se hallaba frente a un grosero botín de lingotes de plata que su ansiedad y perserverancia lo hacían exhibir como ofrenda a la Pachamama.
En la inmensidad de una pampa sin límites, dueño de una incalculable fortuna, cargó con su soledad a cuestas, mucho más pesada que los tesoros hallados.
Toda la zona fue adquirida por el devenido terrateniente, en lo que se llama “Estancia La Argentina”, una región duramente castigada por las inclemencias climáticas, algo que lo tiene sin cuidado a su único morador.
OTREBLA
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