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El cambio del escritorio al campo de batalla, convirtió a siete periodistas en corresponsales de guerra, un término que parece anacrónico en un período en el que se habla de la pacificación del país.
El sábado anterior, alrededor de 20 comunicadores sociales de diferentes medios informativos se vieron frenados para continuar su camino hacia el campamento del M-19 en la cordillera central, al norte del Cauca, donde se debía realizar una reunión entre miembros de la comisión verificadora y el comando superior de la organización guerrillera.
Una orden emitida por la Tercera División del Ejército decía que los periodistas no podían seguir. Tras varias horas de espera, a las 11:15 de la mañana apareció la camioneta con los comisionados Carlos Morales, Laura Restrepo, César Barrero (del Ministerio de Gobierno), Jorge Corredor y Enrique Giraldo, acompañados por Vera Grave, del M-19. Dijeron que nada podían hacer por nosotros y siguieron su rumbo.
Laura Restrepo dijo después que la camioneta debió detenerse varias veces ante el fuego de los fusiles. Luego, por un derrumbe en la carretera que del corregimiento de San Pedro conduce a San Pablo, el recorrido debió hacerse a pie, durante tres horas, enarbolando banderas blancas.
Siete periodistas, de otro lado, contratamos un baquiano, quien se comprometió a guiarnos hasta la primera “avanzada” de la guerrilla. Advirtió que el camino era duro, por trocha, eludiendo el cerco militar, “pues pueden confundirnos con guerrilleros y dispararnos”.
Un reto, que se convirtió en verdadera odisea.

La marcha
Cinco horas escalando montañas, caminando por sembrados de diferentes productos como la coca, por lo que algunos decidimos mascar hojas, imitando a los indios arhuacos, para mitigar el hambre y la fatiga.
Llegamos luego a una carretera destapada, por la que difícilmente se arrastran camperos de doble transmisión. Nos fue hecha la advertencia de que al menor ruido de un carro, debíamos escondernos en las cunetas, y así lo hicimos cuando apareció un camión cargado con soldados que, afortunadamente, no nos vieron.
Nuestros zapatos citadinos se llenaban de lodo e impedían caminar. Edgar Buitrago, de Todelar, debió comprar a un campesino, por $50, un par de tenis viejos, que le quedaban estrechos.
A las nueve de la noche, nos topamos con la guerrilla. Un grupo de varios “compas”, al mando de una joven de 22 años, después de identificarnos nos dio la bienvenida. “Debemos seguir, pues el Ejército está cerca y hay que llegar al campamento antes de que amanezca”. Recibimos una ración de panela y partimos.
La vista se cansó pronto, como los pies, de esfuerzo que debía hacerse para distinguir a quien marchaba adelante, en silencio, tropezando con rocas y salpicando charcos. De pronto, a un lado, el maravilloso espectáculo del Valle del Cauca, con Cali y Yumbo al fondo, y otros municipios del norte caucano que, a esa hora, dormían.
Aunque íbamos con guerrilleros, el peligro era, ahora, la misma guerrilla. “No saben que vamos a subir y, si oyen que avanzamos, creerán que somos ‘chulos’ (soldados) y abrirán fuego”, explicó la comandante, quien trató de comunicarse por radio. Debimos detenernos nuevamente, cuando un miembro del grupo, quien se presentó como periodista de “Al día” (la revista, luego, negó que Jorge Ernesto Ayarza fuera su corresponsal), sufrió un desmayo.
Ya en terrenos del campamento nos topamos con la primera mina, un “caza-bobos”, conectada a las ramas de los árboles y que estalla al menos contacto, pero fue avistada, con ojos de felino, por el guerrillero que guiaba el grupo.

El campamento
Una verdadera fortaleza es el cuartel central del M-19, donde un número indeterminado de guerrilleros ocupa posiciones defensivas a fin de repeler los continuos ataques de fueras combinadas del Ejército y la aviación. Se combate en varios flancos, a escasos metros entre los “chulos” y los “compas”, que han llegado a ofrecerse ración de campaña y, mientras unos lanzan “vivas” a la organización, los otros gritan “¡abajo!”.
El domingo, nos entregaron botas pantaneras, para poder caminar por los caminos que comunican los “cambuches”, uno de los cuales nos fue asignado como nuestra residencia “hasta que puedan regresar”.
Ese día fue el primer encuentro con Carlos Pizarro Leongómez, tercero en la línea de mando, quien denunció que ha sido el Ejército el que ha asumido una posición ofensiva, al tanto que el M-19 sólo defiende sus posiciones, de las que no se retira para no convertirse en un “judío errante”.
Laura Restrepo y César Barreros, dos de los comisionados, quienes se quedaron en el campamento mientras los restantes miembros presentaban su informe al presidente Betancur, estaban allí. De pronto, se escucharon los primeros disparos, que fueron grabados por los periodistas de la radio, y luego serían escuchados en todo el país en un informe lleno de dramatismo que enteró a Colombia que la guerra quiere volver a aparecer.
En la tarde, luego de ingerir los primeros alimentos en más de 24 horas, en el “rancho”, se escuchó, lejano, el helicóptero. A medida que se acercaba, los comisionados de paz y los otros periodistas fueron llevados a un refugio antiaéreo. Concentrado en escribir la información que un “estafeta” llevaría a los medios de comunicación esa noche, no me percaté de la llegada de la nave, hasta cuando se escucharon las primeras detonaciones. Alcancé a refugiarme detrás de un árbol, a fin de eludir las balas de las ametralladoras y, si era posible, de las esquirlas de los roquets.

Los heridos
Con la presencia de otros dos helicópteros, cada uno con ocho cargas de roquets, se inició la semana en el campamento del M-19. aunque los comisionados y los periodistas alcanzamos a llegar al refugio, “Rafael” y “Samuel”, dos jóvenes guerrilleros, fueron alcanzados por esquirlas que los dejaron en delicado estado de salud.
En el momento de ver una vida en peligro, los periodistas inmediatamente ayudamos a cargar a los heridos para llevarlos a un lugar seguro, por si las naves regresaban con sus mortíferas cargas. Dos médicos los atendieron, con operaciones de pequeña cirugía, pero después declararon que no pudieron extraer todas las esquirlas.
Los miembros de la comisión verificadora, a su regreso el martes a Bogotá, plantearon al presidente Betancur la necesidad de que, como en toda guerra, se haga presente la Cruz Roja Internacional, aunque aún no se conoce si el organismo se hará presente.
En la tarde de ese día hubo una tensa calma, confiando en que el cielo no se despejara y así no pudieran entrar de nuevo los helicópteros. Pero continuamente se escuchaban disparos de fusil, a 300 metros de la parte central del campamento.
Con ansiedad se esperaba el regreso de Carlos Morales, presidente de la comisión verificadora, “tabla de salvación” de los otros comisionados y de los periodistas, quienes no podíamos regresar solos, por temor a encontrarnos entre dos fuegos, o a ser confundidos por los soldados.
Un “compa” anunció que Morales se haría presente en el campamento el martes en la mañana, con noticias del presidente Betancur. Llegó a las 11 de la mañana, cansado, con un “limpión” de cocina que cogió rápidamente en su casa de Bogotá, antes de salir, para utilizarlo como bandera blanca.
Luego de sostener una conversación con Pizarro Leongómez, Laura Restrepo, los periodistas y otros guerrilleros, se enteró de los continuos bombardeos, recogió pruebas de las esquirlas de los roquets, fotografías de los heridos, grabaciones de los combates.
A la una de la tarde, se inició el regreso, acompañados del “guardatobillos” de Pizarro, “William”, un jovencito de 12 años quien recibió ese nombre por no alcanzar a ser “guarda-espaldas” debido a su corta estatura.
Los pañuelos que hacían las veces de banderas blancas ondeaban alertando nuestra presencia. Llegamos a San Pablo, donde una casa campesina nos dio la primera muestra de que nos acercábamos a Cali. Otra hora de camino, ya con nuestros zapatos que sentíamos extraños, nuestras ropas sucias y sin un solo cigarrillo que nos alentara.
Finalmente, la primera patrulla militar que nos requisó, revisó nuestras credenciales y nos preguntó si no quedaban “más angelitos”, más periodistas. En Pueblo Nuevo, la segunda patrulla, repitió las requisas. Era el mismo pelotón que el sábado impidió nuestro paso hacia el campamento del M-19, el que ahora nos recibía en nuestro camino a casa.
Ya en Miranda, los pobladores miraban asombrados al grupo de personas mugrientas que alborozadamente se “tomó” la población. Urgentes llamadas de los comisionados al ministro de Gobierno para que aguardara su llegada en la capital de la República.
La caravana de tres carros, un campero de la gobernación del Valle y dos medios de comunicación de Cali, debió detenerse, por última vez, para dejar pasar los siete camiones cargados de soldados que se dirigían a la zona de conflicto, mientras los comisionados viajaban a Bogotá en busca de la paz.


El País. Cali, jueves 20 de diciembre de 1984. Página C-9.

Texto agregado el 22-01-2014, y leído por 267 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
23-01-2014 Texto saturado de realidad, que nos lleva por caminos que muy pocos tendremos oportunidad de recorrer. Muy bueno. Felicitaciones. ZEPOL
 
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