Había una vez dos cocodrilos dentistas que se dedicaban a arreglar los problemas dentales de los animales de la selva más bella que pueda existir en el Planeta Tierra.
Un día, Emiliano, el hermano mayor se enfermó, por lo que tuvo que tomar reposo durante dos semanas por indicaciones de su médico. Es por eso que Diego tuvo que quedarse solo al frente del consultorio mostrándose atento con los pacientes. Después de dos días de comenzar su labor, observó que algunos pacientes presentaban semejanzas en sus dentaduras, algo así como un tono percudido, por lo que al momento, sospechó que el agua que llegaba por las tuberías era la causante de que gran parte de los animales tuvieran su dentadura manchada.
Muy preocupado, el cocodrilo comenzó a hacer un censo a todos los habitantes de la selva para saber el porcentaje que presentaba ese fenómeno.
Se puso a trabajar arduamente y en menos de seis días levantó el censo y entregó citas en día y horario distintos a cada animal.
Pasaron los días e inició muy contento con el tratamiento de su primer paciente, el león Bruno, “El animal más respetado de la selva”.
Al comenzar con el chequeo, observó que sus dientes y colmillos ya estaban bastantes desgastados y sabía que la solución estaba en resanarlos un poco para lograr un mejor funcionamiento. Entonces se dirigió hacia los anaqueles de madera donde tenía sus herramientas y materiales de trabajo, realizó la limpieza dental y al terminar, tomó el frasco de la resina blanca y con un utensilio especial pasó un poco de resina a un recipiente pequeño agregándole a éste un poco de líquido para obtener una mezcla perfecta. Al continuar su trabajo, se sorprendió al darse cuenta de que su paciente se encontraba dormido tal y como un tierno cachorrito. De momento no se preocupó en lo absoluto porque sabía que dormido o despierto él podía realizar su trabajo sin ningún problema, pero al querer abrir el hocico se dio cuenta que era bastante pesado y no pudo abrirlo, así que acudió con su vecino Angelito el tigre para pedirle prestado el gato hidráulico.
Al regresar al consultorio, logro abrir el hocico sin ningún problema, pero después de media hora se le reventó un resorte a la herramienta, por lo que el hocico se cerró bruscamente dando como resultado trozos de dientes y colmillos por todo el piso lodoso.
A pesar de tanto ruido, el león no dijo ni pío y el cocodrilo sudó como pollo remojado como si estuviera recién bañado. De inmediato fue por un rastrillo y un recogedor, los juntó y por el momento los dejó a un lado de los anaqueles.
Al regresar a su sillón, vio que el león continuaba dormido, así que aprovechó para colocar nuevamente el resorte, volvió a abrir el hocico y continuó con su trabajo. Colocó sus manos rasposas y sudorosas sobre su propia cabeza y pensó que no le quedaba otra más que quitarse sus propios dientes y ensartárselos al viejo león, dicho y hecho terminó muy pronto y en ese preciso momento se despertó “el rey de la selva”. Rápidamente, Diego se volvió a poner su cubre hocico para evitar sospechas por parte del león y enseguida puso un espejo frente al rostro del león para que observara su nueva imagen. El león agradecido quedó bastante sorprendido y felicitando al cocodrilo por su gran labor se retiró de inmediato sin antes pagarle.
Un poco desahogado, el cocodrilo se sentó y pensó -¡Tengo que atender a otro paciente, ¿qué va a pasar con migo?, no puedo hablar, -¡ya se!, si me preguntan que si estoy enojado señalaré con mi dedo como si me doliera la muela y así nadie notará que estoy chimuelo.
Continuó atendiendo al resto de los pacientes y al terminar su jornada le puso el seguro a la chapa y se quitó el cubre hocico mientras que a lo lejos observaba el recipiente que contenía los dientes del chango que se tenían que rebajar y los trozos de dientes del león sobre el recogedor. De inmediato, se acercó hacia el recipiente y leyó la etiqueta que decía: “Rebajar los dientes a la mitad”, -¡ya tengo la solución!, pensó,-estos trozos de dientes son ideales para el Sr. Chango (tomando entre sus manos los trozos de dientes del león) y además tienen un mejor color que los suyos, estoy seguro que también quedará satisfecho con mi trabajo!, y creo que yo me veré más gracioso con la sonrisa de chango. Además mis colmillos no me hacen tanta falta (pensaba mientras hacía pucheros), así que es momento de darle otro giro a mi personalidad.
Después de varios días, el león paseaba por la selva luciendo más joven, el chango presumía una sonrisa domadora y el cocodrilo resaltaba dentro de su manada por su gesto agradable.
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