Citas casuales o causales en las que se habla de todo un poco, se derriba el obstáculo de la realidad como tópico recurrente y de manera natural se inicia un desfile de letras, signos y palabras que pretenden reposar en el papel.
Como era habitual, un lienzo obscuro cubría el firmamento y en algún aposento de algún lugar sin nombre, la soledad se situaba justo al lado de ambos para susurrar una que otra línea pensada con anterioridad y el silencio optaba por agazaparse bajo la cama o en otro rincón de la habitación donde los revueltos pensamientos no le alcanzaran.
¡Cómo saltan los recuerdos desde los rescoldos de la memoria!, caminan por las paredes, por los libros. Parecen aedos que vienen a contarnos lo que miramos, pero que no vemos. Es un misterio imperturbable e indescifrable, una obscuridad incógnita rebosante de curiosidad y antologías que atraviesan el alma, dejándola como un barco a la deriva en medio de un mar de ensoñaciones.
Es toda una aventura emprender este viaje, se requiere osadía y paciencia para enfrentarse a una lucha con las palabras. Se ha de comprender que son altivas y llevan su propia vida. Solo cederán a vuestros deseos si son convencidas de la necesidad de sus facultades para inmortalizar las consignas del pensamiento que buscan refugio, un rinconcito, cualquier lugar está bien para ellos.
El descenso a la locura es evidente ¿Cómo no serlo si es hora de que salgan de los libros aquellos paraísos e infiernos? ¿Cómo no serlo si con ademanes insospechados la ansiedad escapa de los papeles amarillentos y empolvados, de las recientes publicaciones, de los diarios ajados? Es el destino mismo manifestándose en la vacuidad de habitaciones repletas de silencios y recuerdos, de frases, de autores, de amalgamas.
Reposa plácidamente sobre la cama un conglomerado de oportunas posibilidades de viaje a mundos alternos. Con un cosquilleo por temer despertarles, se les llama la atención para que den un poco de lugar a la imaginación disfrazada de rutina, esa que es desadormecida repentinamente para obligarla a consignarse en el papel como es debido; ignorando a la muerte misma, siendo rescatada del letargo y la rutina ¡odioso vicio de los mortales!
Se asciende entonces al pabellón de la insufrible melancolía, esa sensación de que los esfuerzos por eternizar los pensamientos son fútiles ¡y qué decir de las sensaciones! Es como si mil almas habitaran un cuerpo y ninguna cediera en abandonarle, se empeñan en pernoctar con él como fantasmas al acecho, demonios que escandalizan, que provocan gritos, desespero y suicidios en una blanca página donde se destruye la cordura.
Cuerpos abúlicos a merced de grafías desconocidas que por caminos sinuosos buscan llegar a un punto incierto, no el final, sino el comienzo mismo de historias inacabadas. Se congela el tiempo, no en vano, es momento de escribir.
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