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A todas las chicas les gustaba Capi. Capi era el más bajito, el más feo, además tenía manchas en la piel lo afeaban mucho, no tenía labia, se atrancaba y tartamudeaba, y tampoco era un tipo que se arreglara mucho, solía ponerse la misma camiseta negra y llevaba el pelo algo revuelto porque tenía un par de remolinos. Por eso en la pandilla nadie lo entendía, pero cuando le entrábamos a una piba ella siempre se fijaba en Capi. A lo mejor le entraba el Tono que era muy lanzado, o le hacía reír Santi, pero pasara lo que pasase, al final la piba acababa con Capi. Capi era el único que ligaba de la pandilla. Siempre Capi. Aquello no se le escapaba a nadie, por eso los demás acabamos imitando a Capi. El Chino, que era el que mejor vestía, dejó su look y se pasó a las camisetas negras, todo por parecerse a Capi, Santi imitaba su forma de hablar, yo usaba la gomina para que pareciera que tenía dos remolinos en el pelo, Emilio llegó a tartajear, y al final hasta andábamos igual que Capi.

Por las tardes nos íbamos al malecón, Capi y las copias de Capi. Tono y Santi abrían fuego, le entraban a unas y los demás hacíamos de apoyo. Las chavalas se fijaban en las camisetas negras del Chino, escuchaban los tartamudeos de Santi, sonreían al ver mis remolinos, pero al final siempre acababan liándose con Capi. Eso un día después de otro durante todo el verano.

Hasta que no pude más y al final hablé con Capi. Le pregunté que era lo que hacía, que secreto tenía para ligar siempre él. Le conté mil historias y llegué a llorar implorándole. Gasté todos mis recursos para ablandar a Capi, y Capi me respondió. Esa noche Capi no tartajeó una sola vez. Bajo las estrellas del puerto nos recorrimos la playa hasta gastarla, a veces en silencio, a veces hablando bajo. Yo tenía el corazón oprimido cada vez que Capi largaba, no le interrumpía de puro miedo a desconcentrarlo. Cuando llegué a mi casa era casi la amanecida. Y desde ese día en adelante ya siempre fuimos los dos. Éramos Capi y yo. Los demás les entraban, les contaban chistes, les hacían reír y las chicas no hacían caso, pero no había que preocuparse de que ninguna se escapara, porque siempre estábamos allí, siempre listos, siempre en guardia. Capi y yo.

Texto agregado el 22-08-2004, y leído por 119 visitantes. (0 votos)


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