¿MINUCIAS?
Blanda y húmeda, así era la mano del hombre que le dio la bienvenida, lo que le hizo temblar las tripas y tensionar los músculos de la cara para prolongar una falsa sonrisa.
La condujo hasta una oficina pequeña y la invito a esperar sentada.
Naranja. ¿A quién se le ocurre pintar de naranja las paredes de una oficina? No habían pasado dos minutos y ya tenía los nervios exaltados. Diez minutos, veinte, y ella allí, esperando, embutida entre el rechinante color y el caos de la ciudad que se colaba con su estruendo por la ventana.
Estaba segura, segurísima de que últimamente el universo confabulaba para darle lecciones de paciencia, y peor aún, le gritaba en la cara, fuerte y claro que no tenía el control. ¿De qué? De nada, al parecer.
Recordó la sensación de impotencia tan absoluta que le produjo la explicación del portero quien hace pocos días le había cerrado las puertas del local en su cara.– Ha debido esperar dentro del local, vuelva mañana!-
Semejante pequeñez. -¿pero acaso no constituyen las minucias la esencia de la vida?
Mientras continuaba esperando, aprovechó para ahondar en el recuerdo de aquel día. Allí, parada, tratando de hilar un discurso coherente, por entre el filo de las puertas de vidrio cerradas.
–Señor, esto es inaudito! Me ha visto estar aquí toda la mañana, entrar y salir. Tengo el turno 525 y van en el 500, que diferencia hace que esté por fuera? Ábrame la puerta!!
- Negativo! Mañana, vuelva mañana!
El detalle de poder verse en el reflejo de las puertas fue lo único que la contuvo de no acabarlas a patadas. Tal fue su ira. Eso y verle la cara a las treinta personas que desde adentro, impávidos la miraban. -Ser violento requiere de cierto grado de impune intimidad - Ira e intenso dolor, ¿no son acaso atenuantes de un delito?
El detalle del vidrio al mismo tiempo le permitió ser testigo de cómo un monstruo de mil patas, contorsionándose, brotaba de su espalda. Pasados veinte, treinta minutos con el turno en la mano y la nariz pegada a la puerta, ya no sabía qué era peor, si permanecer allí en pie de guerra, o aceptar la evidente derrota y cargando su monstruo, darse media vuelta.
De vuelta en la oficina y entrando con velocidad, el señor manos blandas la sacó de sus pensamientos y dijo: - Que vergüenza con usted, pero la señora N no va a poder atenderla. Y esbozando una sonrisita falsa preguntó. ¿Hay algo más en lo que pueda serle útil?
Consciente de cómo su monstruo hambriento se le alborotaba en la espalda, respiró hondo, se puso de pie, y con una sonrisita leve respondió: Bueno, la verdad sí! Mientras cerraba con seguro la puerta de la oficinita.
-Las minucias de la vida!, pensó minutos después, camino al carro. -Si las paredes no hubieran sido naranja! Lo abrió y se sentó. -Si sus manos blandengues no le hubieren causado repulsión. Metió la llave en el arranque. – Si no me hubieran cerrado las puertas…
La presión de la silla contra su cuerpo generada al arrancar el carro, liberó un pesado eructo del monstruo en su espalda.
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