La música bulliciosa ameniza la fiesta. Jóvenes y mayores danzan al ritmo de la melodía que por un efecto visual se mueve en armonía con la pieza musical, esparciéndose por el techo y las paredes del salón, convirtiéndose a su vez en danzarines multicolores que festejan su propio convite.
Entre los asistentes se encuentra sentada una joven alta y delgada que observa el movimiento. Se levanta e intenta atrapar los reflejos de la luz. Sus manos desean adueñarse de tal belleza, pero las luces huyen de las palmas y buscan animadamente otro lugar para continuar la fiesta. La chica no desiste y sigue en su intento por acariciarlas. Con las manos abiertas las persigue por todo el salón y mientras ella se desplaza, una radiante sonrisa se esculpe en el rostro.
La joven asemeja una niña con un juguete novedoso y empieza a esbozar un cuadro en el aire. Traza, lanza pinceladas, borra, dibuja, moja sus pinceles en un supuesto bote de pintura y así permanece todo el tiempo hasta que la música para y con ella las luces cromáticas. La joven regresa a su asiento y su cara es, en sí misma, una pintura de sublime alegría.
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El bus conducía a los pasajeros a una excursión arqueológica alejada de la ciudad. En el recorrido se detuvo en un semáforo y fue asaltado por un grupo de hampones. Los delincuentes hicieron bajar a cinco de los arqueólogos, cuatro hombres y una mujer. Las víctimas fueron conducidas a una casa solitaria en una comarca muy distante del lugar del asalto. Al entrar a la casa, un hombre bien trajeado aguardaba por los rehenes. El individuo ordenó a sus secuaces despojar a las víctimas de los documentos y les informó que se pediría rescate por sus vidas.
Al escucharlo, Luisa, la única mujer del grupo secuestrado, se alteró y opuso resistencia. El jefe quiso dominarla a gritos, pero Luisa no acataba órdenes. El hombre extrajo una navaja del bolsillo y la amenazó. Sin embargo, Luisa, alterada al máximo por una crisis nerviosa, no podía controlarse y, en una respuesta inesperada, le atacó. El secuestrador hizo un movimiento defensivo e hirió a Luisa en la parte inferior del ojo izquierdo; la lesión fue muy grave: casi le sacó el ojo. El grupo fue retenido durante un mes. Finalmente, los familiares pagaron el rescate y el grupo fue liberado.
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Son las once de mañana, Luisa sale al jardín a recoger el periódico. Le da una ojeada y, en primer plano, aparece la foto de la joven que ella vio la noche anterior en la fiesta de los quince años de su hija menor. La joven de la foto, según la prensa, tiene veinte años; su nombre es Amelia. Su familia no sabe de ella desde hace cinco días. Su madre explica que Amelia está en tratamiento psiquiátrico y que las dos veces anteriores que había huido de su casa la habían encontrado en lugares donde se organizaban fiestas con luces multicolores. La noticia informa que Amelia, de niña, quería ser pintora y que en la escuela siempre destacó por tal habilidad. Según el médico tratante, Amelia va en busca de esos lugares para reencontrarse con su niñez. La noticia añade que la psiquis de la niña quedó marcada cuando descubrió que su padre era un hampón y vio como éste, con una navaja, hirió a una de sus víctimas en el lado inferior del ojo izquierdo.
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