Cada vez que pasaba por delante de su casa, las rosas me saludaban antes que nadie, las veia en las rejas del balcón; frescas, lozanas, con sus colores adornando la entrada de la casa, una casa alegre, una casa donde nos habiamos criado todos los primos juntos.
Mi abuelo era un hombre cariñoso, lleno de sentimiento, lleno de gracia, como tocado por un ángel que bajara del cielo y lo tocara con su celestial mano y le otorgara el don de hacer felices a los demás. Cuando hacía calor, tenía mas calor que nadie, cuando hacía frio, también tenía mas frio que nadie; al fin y al cabo, algo si he sacado de él.
Aun noto la palma de su mano agarrada a la mía a veces cuando paseo solo, compro aquellas chucherías que él me compraba y las como solo, recuerdo sus risas cuando contaba un chiste, recuerdo su barriga y me rio, pero ahora estoy solo, él ya no está.
Recuerdo que le encantaban aquellas rosas, le gustaba verlas crecer juntas, las cuidaba cuando podía, las regaba, las arreglaba y ellas simplemente crecían, con él paso de los años ellas llegaron a tener algo de él, su gracia, su sencillez, su elegancia atípica, su sangre...
Un buen día mi abuelo dejó de estar ahi para regar esas tres rosas, simplemente marchó de casa con la idea de pasar unos días en la sierra y el destino nos los robó, no le dejó volver a ver a sus rosas, pero ellas aun siguen creciendo en esa casa, la última vez que pasé por alli un escalofrío agarró mi cuerpo y pareció tardar una eternidad en soltarme, las rosas se habían vuelto negras, seguían vivas, pero habían cambiado sus colores mágicos por un triste tono negro y es que todo en esa casa se volvió mucho mas triste sin mi abuelo, incluso sus rosas. Por la noche, aun lo puedo sentir por alli, su olor, no se como describirlo, su presencia. y yo, última de las rosas negras, se que aun sigue regándonos por dentro.
[Juan Llamas (te quiero allá donde estés) inspiró este cuento. Debbie abrió la puerta (ella sabe como, un besazo preciosa) a los dos gracias por ayudar que mi corazón guiara a mi dedos] |