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Acurrucada en un extremo de la habitación Georgina parecía una mancha de color estrellada sobre el piso. Polleras encendidas se extendían por el suelo dejando visibles sus pies maltratados huyendo de ojotas gastadas. Apoyados en el marco de la puerta, Gabriel y Ramiro la observaban llegada esa mañana de Campo Alegre. Su mirada oculta, evitaba los rostros jóvenes asomándose por el vano, firmes y burlones en sus posiciones de dominio. De pronto manos decididas los apartaron de su ubicación. Leticia retornaba con Diana llevando ropa en sus manos.

- Lo siento jovenzuelos, dijo, tendrán que irse a divertir a otro lugar.

Diana cerró la puerta con lentitud sonriendo sardónica al tiempo que empujaba con dificultad el zapato de Ramiro puesto como cuña al pie del marco. Gabriel se alejó de la puerta y subió veloz a la terraza para ubicar a Lucho. Apareció muy pronto luego del primer silbido; lo apuntaba con la carabina que siempre mantenía oculta detrás del alféizar. Gabriel se arrodilló detrás del muro y de los geranios.

- Oye no seas imbécil, baja eso. Te tengo un notición.
- ¿Qué hay?, contestó, matonesco.
- Quiero que conozcas a alguien que ha llegado a mi casa. Deja ese fierro y ven.

Lucho sorteó los techos de tejas húmedas. Caminó sobre las cumbreras con la carabina como balancín. Superó de un salto felino la división de las propiedades y en segundos estuvo junto a Gabriel. Le hizo la señal de silencio y se descolgaron por el garaje hasta una ventana de cortinas floreadas. La tela dejaba una línea vertical para observar. Georgina semidesnuda, mientras Leticia y Diana organizaban las prendas. Cuerpo moruno, con protuberancias en su tamaño definitivo. El vello espeso y arisco.

- Pero no tiene nada de culo, le dijo Lucho, que tenía ya el pantalón abultado.
- Idiota, ¿no sabes que así es mejor?, además no la ves bien desde allí.

En seguida Gabriel se tomó los testículos y los removió desafiante, Lucho de inmediato le apuntó con la carabina, recibiendo un puntapié a la boca del arma originándose un conato de gresca que los delató. Se removió la cortina y Leticia asomó su cabeza cuando ellos ya se perdían en el portón de hierro que colindaba con la calle.

Los titubeantes primeros pasos de Georgina por la casa pronto se transformaron en confiadas exploraciones de sus espacios privados. Engrosó su cuerpo y su andar se irguió hasta descubrir la armonía de sus formas. Sus tareas se distribuían entre la limpieza de la casa, la alimentación de las gallinas, patos y cuyes del patio posterior y las compras menudas del día. La sonrisa delataba la felicidad de Juana. Estaba menos atareada y decía que le veía interés por aprender los secretos de la cocina. Pronto se comunicó en castellano y muy rápido también abandonó las ropas donadas para usar prendas de estreno que lucía con soltura y propiedad.

Gabriel la miraba con curiosidad transformada luego en emociones que el mismo no sabía traducir. Observaba el acercamiento de Diana a Georgina, relación que surgió natural y sencilla. Las veía salir de compras como dos antiguas amigas. Una tarde fue tras ellas, sigiloso y las vio recorrer el centro. Comieron una empanada al paso y se detuvieron frente a cada vitrina iluminada, sonriendo y cuchicheando los detalles. Cuando el sol se ocultaba terminaron dejando un rezo y cirios encendidos en la iglesia de la Merced.

En las reuniones que Diana organizaba con frecuencia, Georgina empezó a desplazarse con soltura llevando las fuentes de bocaditos y licor. Coqueta y decidida, los varones la miraban con interés y las mujeres comentaban viéndola pasar: ¡oye qué guapa esta Georgina… ¡Diana…tienes que cuidar a esta chica!

Y la chica siguió embelleciendo y adquiriendo seguridad bajo la atenta mirada de Gabriel y las preguntas lujuriosas de Lucho. Las huellas de los amigos se reconocían claras, adheridas a las paredes que conducían hasta la ventana en el garaje. Observaban los secretos espacios de Georgina que ella había aprendido a tratar con las cremas de Diana. Una noche en que la luna alumbraba nítida y redonda, Lucho provocó un disparo de balín que intempestivo salió de su carabina mientras ejecutaba sus lascivos movimientos. Georgina volteó su mirada por un instante y continúo caminando su habitación, tranquila, impasible.

Al día siguiente, temprano por la mañana, mientras la casa dormía y ella salía a comprar el pan, le dijo:

- Así es que te gusta mirar ¿no niño?: Le avisaré a tu mamá, no, mejor a tu papá. Si, mejor avisarle a tu papá. Que se entere que tiene un hijo mañoso, y encima con ese loco de tu amigo.

Gabriel no atinó a contestar. Forzó una carcajada que pareció más una mueca de temor. Se quedó sentado frente al tazón de leche aguardando su regreso. Mientras acomodaba la panera y cuidando que Juana no escuchara, la amenazó:

- Oye... si abres la bocota haré que te acusen de algo y ahí si que saldrás volando de ésta casa, ¿me entiendes?, no te juegues, ya sabes.

Pensando haber hecho una defensa exacta de su prestigio, Gabriel se engulló el tazón con leche, cuatro panes y caminó al colegio cercano. Cruzando Cruz Verde volteó para observar a Georgina limpiando la entrada. Le envió una señal con la mano que ella respondió desde lejos. Soy una bestia, dijo, ¿cómo pude hablarle así?

Gabriel no pudo entender una línea de las explicaciones de los profesores esa mañana. Al mediodía dejó que Lucho hiciera sólo la caminata por Marqués y la avenida El Sol y retornó presuroso a su casa. Encontró a Georgina limpiando el gallinero, de cuclillas acomodaba los últimos restos de basura. Su pelo largo sin recoger le caía sobre el rostro. Le quitó el trapo rojo que descansaba en su hombro y se trepó a uno de los nichos donde incubaban las gallinas ponedoras.

- No juegues, no tengo tiempo. Estoy atrasada, dame ese trapo.
- Te lo devuelvo si me dejas tocarte.
- ¿Qué dices? ¿qué me crees oye, ah?. Tú estas loco…ranqha tenías que ser.
- Bien que quieres y te haces la tonta, le dijo Gabriel, subiendo más alto.

Georgina no aguardó la devolución pacífica de la felpa roja. Acudió a su rescate colocando la escoba por delante. Gabriel trepó despavorido hacia los tejados dejando la tela volando por los aires.

Esa noche esperó que todos se durmieran para llamar a Lucho que se asomó con desgano para decir que no podía ir. Tengo tareas que no acabo aún, le dijo. Desanimado, poniéndose el pijama, decidió descolgarse solo. La luna brillaba en lo alto del cielo y una luz tenue se filtraba desde el suelo y trepaba las cortinas. Tocó los vidrios con el nudillo de sus dedos. La habitación se iluminó por entero.

- Apágala tonta, susurró Gabriel con temor.

Desaparecida la luz intensa Georgina se asomó con su camisón de dormir y el rostro somnoliento.

- ¿Qué pasa, qué haces aquí, otra vez con lo mismo?
- Déjame entrar, le dijo Gabriel imperativo
- Y ¿porqué?. Dime, porqué tengo que hacerlo.
- Porque te quiero tocar los senos, ya te dije, no te acuerdas acaso?

Georgina no respondió de inmediato. Su perfil se dibujaba contra la luz del velador. Gabriel nervioso miraba hacia las alturas, de allí venía el peligro. Georgina parecía haberse esfumado.

- Oye ¿estas ahí?, preguntó Gabriel.

Descorrió la cortina y con una media sonrisa, le contestó:

- No necesitas entrar para eso.
- Entonces…no entiendo…
- ¿Qué no entiendes?,... dame tu mano, dijo, suave, persuasiva.

Gabriel se quedó petrificado pegando su espalda contra la ventana, sin atinar a responder.

- Ya te dije… ranqha, dame tu mano.

Gabriel quiso trepar las paredes despavorido. Se contuvo. No podía huir, no podía si pretendía seguir paseando su virilidad por la casa. Desprendió su mano y la entregó al vacío, sin decisión ni destino. Georgina la tomó con delicadeza, besó los dedos y luego los condujo por las paredes de su cuerpo. Acarició su rostro, cuello, descendió hasta los senos turgentes, se detuvo en ese espacio que Gabriel sintió semejantes al Aukisa, que se elevaba gris y blanco custodiando Campo Alegre. Llegó hasta los límites del pubis, Georgina aceleraba su respiración en silencio, tensa. Gabriel sentía sus dedos ausentes navegando por el Vilcanota hasta los orígenes del sol. Su miembro turgente se alejaba del cuerpo y lo conducía, contra la corriente, entre las montañas y verdes profundos hasta el hogar de Georgina. Volvió sobre sus pasos cuando sintió su brazo alargarse hasta distancias imposibles. El grueso alféizar de adobe se erigió en barrera infranqueable para seguir los dedos de Georgina que le ofrecía su cuerpo virgen, intocado. Minutos eternos sin verse, comunicados por el ritual oculto de iniciación. La recorre distinta en el retorno, floreciendo las yemas de sus dedos, marchitándose sus días del pasado; Georgina alisó su corazón y con una señal de sus labios devolvió la mano perfumada con sus secretos.

- No habías sido ranqha, dijo

Con la respiración entrecortada Gabriel la miró sin palabras. Alargo la mano hasta su cabellera mientras la tela se cerraba. Introdujo sus pies en los resquicios ocultos de la pared y subió hacia el cielo que la luna alumbraba.

Acariciar a Georgina de nuevo fue para Gabriel el deseo que movió su existencia en los meses siguientes. Ella parecía haber cancelado su memoria y olvidado la mano que recorrió su piel desnuda. Cerrada la ventana cómplice Gabriel dejó de existir para ella, como si nunca hubiera ocurrido la unión de sus dedos sobre una cara de su cuerpo. Le miraba sin verle, le hablaba sin mirarle. Se tornó invisible a pesar de sus esfuerzos por imponer su presencia en cada espacio que visitaba, en cada situación que la involucraba. En medio de la muerte oficial decretada por Georgina aprendió que la vida no es la misma después de recorrer un cuerpo desnudo; que se requiere iniciar destrezas y códigos distintos para no delatarse pecador. Entendió que los sentimientos señalan fronteras inaccesibles, inalcanzables para quien se atreve a escalar el cuerpo de una mujer; que la mirada se aleja de la niñez y los objetos reflejan sólo una parte de la luz.

Gabriel no volvió a descolgarse por la terraza hacia la ventana de Georgina. Era el temor de deshacer la realidad de minutos inolvidables. Una noche decidió ir tras sus pasos, camino al colegio nocturno. Superada la esquina, la sorprendió hablándole a unos metros de distancia.

- Georgina, ¿porqué no me hablas, porqué no me miras siquiera?
- ¿Porqué me sigues?...no está bien lo que hemos hecho, no está bien, niño.
- No me digas niño...
- Gabriel, no está bien, Dios nos ve. Y yo ya hice lo que querías. Ya no sigas.

¿Dios? se preguntó, parado en la puerta del colegio, observando cómo ella se perdía por el portón de madera, sin voltear. ¿Dios?, ¿tendrá tiempo Dios para condenar los caminos que recorrió mi mano, sin dañar, sin nada más que producir sensaciones inexplicables?, ¿Tendrá lugar en su mente para impedir mis deseos sencillos, podrá ver mal que mire a una mujer con ojos distintos? Retornó a su casa, antes que repararan en su ausencia. Vio que Diana conversaba por teléfono, ocupó su habitación sin encender la luz, observando la colección de banderines pegados en la pared.

Tenía que hallar una solución al distanciamiento de Georgina, lo haría aunque muriera en el intento. Recordó a Ludi la amiga que fue a Campo Alegre en las vacaciones anteriores. Fue con sus hermanos a pasar unos días. La besó y ella respondió a sus besos; cuando la vio partir en el tren hacia el Cusco, la extrañó hasta que pasó frente a la fábrica de bebidas, luego no la recordó más. Pero esto era distinto, como el cosquilleo en su pecho al verla o cuando escuchaba su voz, conversando con Killa la perrita lanuda.

Sabía que Georgina vivía sensaciones parecidas, lo veía en su rápido pasar en el apuro con el que hacia los recados o en el silencio de sus pasos, antes bulliciosos. La luz del cuarto de costura se filtraba hasta su habitación y dibujaba formas que Gabriel componía siempre recordando las imágenes que guardaba de Campo Alegre. Pero esta vez, las sombras dibujaban sus nombres, enlazados, inseparables. ¿Hablarle?, ella no aceptaba conversar, lo ignoraba, ¿seguirla por la calle?, necesitaba tiempo y esperar que no echaran de menos su ausencia. ¿Una carta?, ¿si, una carta?, podría ser, ¿por qué no?, ¡claro, si, eso podría ser! La haría bien, si, podría ser, podría ser. Se durmió cuando sintió que Georgina llegaba del colegio.

Mientras el profesor llenaba la pizarra de fórmulas Gabriel apuntaba algunas ideas. Tendrían que ser originales, bonitas, como para que nunca deje de hablarle, pensaba. Escribía en las últimas páginas de sus cuadernos que luego arrancaba. “Querida Georgina”, no, no está bien, no era la palabra, muy cursi, muy forzado, “¿mi amor?”, tampoco, se reiría, ranqha, le diría, no soy tu amor. Si, sería mejor Georgina, a secas, como es ella, dulce, seria, dura, lejana. “Te escribo porque es la única manera de hablar contigo, te busco por toda la casa tratando de hablarte a toda hora y tú no te molestas ni siquiera en mirarme. Pienso en ti en todo momento, en el colegio, en la calle caminando, en mi habitación mirando el techo en silencio. Será por lo que pasó aquella noche, será porque me gustas, te miro caminar y me gustas, te veo limpiar y me muero de ganas de abrazarte, te miró a cada hora, cuando sales de la ducha, cuando vas a comprar espero que vuelvas sin demora. Quizá tú no te das cuenta, pero eso es lo que siento, lo que empezó como un juego se ha convertido para mí en algo muy importante, me gusta tu cuerpo, tus ojos, tus labios, todo me gusta de ti. Miro a otras chicas en la calle o en alguna fiesta tonta a la que voy pero a ninguna miro como a ti. Siento que empiezo a quererte Georgina, si tú me quisieras nadie lo sabría, solo los dos. Sabes, cada vez me interesa menos tocarte, me olvidaré de eso si tú lo quieres. Me gustaría hablar contigo, conversar y que me escuches, nada más. Creo que no es pedir demasiado para calmar lo que siento cuando te veo. Háblame, búscame, como te busco, mírame como te miro yo, no me hagas sufrir, nada más eso te pido.”

Dejó la carta debajo de la almohada poco antes que ella se fuera a dormir. Al pasar le dijo que buscara algo en su cama y se alejó desorientado pensando en las sensaciones que produciría. Al día siguiente el desayuno se lo sirvió Juana, le dijo que Georgina había amanecido afiebrada. Entreabrió la puerta y vio su espalda cubierta con las frazadas. Se acercó, le tocó la cabeza y preguntó si se sentía bien. Estoy bien le respondió cálida, pero no tengo ganas de levantarme. Ojalá tu mamá no descubra la verdad. No te preocupes, nadie se enterará. Salió para el colegio, subiendo por Concebidayoc, calle ancha en cualquier día pero que esa mañana angostó sus veredas para sentir que Georgina se acercaba impedida de caminar distante. Tomó los dedos que le enseñaron su cuerpo y los llevó al colegio con él.

Al regresar al mediodía, le alcanzó tunas que sabía le gustaban, se las llevó peladas y cortadas listas para comer. Le acarició la cabeza y le dijo que la extrañaba, que se cure rápido para que vuelva a caminar, que la esperaba. Georgina le contestó que ella también quería levantarse, pero "...necesito estar así un poco más...". Mañana me levanto, le dijo, con un tono distinto, amigable.

La vio venir temprano con la taza de leche en las manos, la puso en la mesa con la mirada cambiada. Evitó mirarle de frente, pero su cuerpo, sus pasos, su media sonrisa, le confirmó que Georgina no era la misma.

Regresó del colegio y se instaló en la terraza a leer los periódicos de Lima, sabiendo que Georgina haría la limpieza del patio posterior a esa hora. Desde allí podría verla. Terminó La Prensa y observó que el patio seguía quieto, con las gallinas picoteando tranquilas. Bajó entonces a preguntar a Juana. Georgina está ausente, le contó, se ha ido al colegio de Diana para ayudarle con sus alumnos y luego la acompañaría a una reunión en casa de amigos. Trató de esperarla por la noche, pero el sueño le venció y se durmió con el libro de Salgari sobre su pecho.

Empezando a soñar, sintió una mano posándose sobre su cuerpo. Atravesó su pecho y se deslizó con suavidad hacia su vientre cuando el se incorporaba extrañado. No hables, quédate quieto, Gabriel, soy yo. ¿Vienes a mi cuarto?, ¿sí, vienes?, te espero. Vio que Georgina se escurría suave dejando entreabierta la puerta hacia la terraza. Terminó de despertarse, apoyó sus codos en el colchón. Si, no había dudas, era ella. Se calzó la bata y sin zapatos bajó por la escalera posterior. La puerta estaba abierta. De adentro Georgina le dijo: ven … ranqha , entra, ciérrala. Le abrió el lecho tibio y Gabriel se introdujo bajo las frazadas sintiendo que el tigre de la malasia hacia el abordaje final a una isla de oriente preñada de tesoros.

Pegando sus rostros y bebiendo sus alientos. Me ha gustado tu carta, escribes con tu corazón. Te creo, también yo siento algo parecido. Somos iguales ranqha, y sabes, en Campo Alegre cuando dos personas se gustan, se juntan nomás, se van a los maizales o a los cerros escondidos y se quieren. Gabriel se dejó caer sobre sus pechos con los pezones erectos apuntando al cielo. Estrecharon sus brazos con la fuerza de las cordilleras y con la ternura de las calandrias. Se dejó abrazar, se dejó querer, quiso, abrazó de nuevo. La besó con torpeza, como había visto en las películas de los domingos en el cine Colón. Ella abrió sus labios por intuición, por los códigos heredados útiles para supervivir en el amor. Acarició sus senos, bebió de sus pezones hinchados, los tocó y los miró como las joyas conquistadas. Lo acomodó entre sus piernas desnudas, levantó sus muslos. Alzó su rostro iluminado apenas por la luz del velador y le preguntó si estaba bien. Si, le dijo, está bien, estamos bien. Se sometieron a la calidez de sus cuerpos a la diferencia de temperaturas, a la suavidad inigualable e iniciaron la danza inmóvil que se reflejaba en las paredes verdes, suave, como las hojas del capulí cuando las mece el viento de la tarde. Gabriel miraba su sombra enorme moverse con la cadencia de las aguas encabritadas del Aukisa descendiendo hasta el Vilcanota. Con lentitud y temor sintió su cuerpo endurecerse mientras Georgina emitía sonidos que parecían conducirla a la muerte. Está bien, está bien Gabrielito,... ranqha, te quiero.






































Texto agregado el 17-01-2014, y leído por 212 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
18-01-2014 Bella historia. Complejos personajes. Georgina toda pasión y mujer. Qué bien dibujado ese personaje. Me fascinaron las metáforas logradas sin tanto esfuerzo. Tu pluma fluye con el vuelo de una ave. Fascinante leerte, amigo Hugo. Un abrazo. SOFIAMA
18-01-2014 Me gustó el personaje de Georgina, enigmática entre la pureza y lo oscuro. PiaYacuna
 
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