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Inicio / Cuenteros Locales / Mariette / La Leyenda del Holandés Errante, capítulo 14.

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Capítulo 14: “Malas Épocas”.
Nota de Autora:
¡Ahoi a todo el mundo! Yo nuevamente… Cómo podéis ver se me está haciendo costumbre (buena o mala, costumbre al fin) actualizar corrido y con capítulos tristes…
Disculpen por no actualizar muy seguido… pero es que no he tenido tiempo… El 01 tuve que actualizar Foruldum (el fanfic del que os he hablado), el 02 y 03 estuve ocupada por solucionar un embrollo que me tiene aún de malas, el 04 y 05 me fui de parranda tolkiana con unos amigos al cine (dieron la saga de El Señor de los Anillos en el cine a un precio estúpidamente bajo y no había nadie en la sala…) y esta semana me he ido de English Camp… Se han ido varios compañeros, así que este capítulo… ¡va dedicado a ellos!…
En este capítulo hay alusiones claras a los Tuareg, he de decir que respeto mucho esta cultura y que no es mi intención ir en perjuicio de ellos. Hay citas en lenguas Bereberes, cualquier error hacédmelo saber y con gusto lo corregiré. A su vez, también hay una alusión a la esquizofrenia, entiéndase que no voy en mala intención con la gente que padece esta enfermedad, de hecho les respeto por el sólo hecho de tener que convivir con ella.
El tema del capítulo es “La Danza del Fuego” de Mägo de Oz… este es un capítulo con un karma cargadísimo, así que espero entiendan por qué he sugerido esta canción.
Sin más, bienvenidos a las “Malas Épocas”…

Su cerebro despertó antes que su cuerpo. Se sentía mareada y por qué no perdida. No podía abrir los ojos, le costaba horrores. Su cuerpo le dolía como si alguien la hubiese aventado desde la azotea del edificio más alto del mundo con todo abajo. Estaba boca abajo, con la cabeza ladeada a la derecha y los brazos extendidos hasta la altura de los codos, donde se desviaban hacia arriba.
Intentó abrir los ojos infinitas veces hasta que lo consiguió. No hizo esfuerzos por incorporarse, sólo miró con la cabeza pegada al suelo. Arena, sólo había arena ante su mirada. Pensó que estaba en la costa de Ámsterdam, aún en la penumbra. Sin embargo no había sentido en estar ahí, no recordaba nada.
Hacía frío… no, ese no era el clima que imperaba en las playas de Ámsterdam, mucho menos en medio de un verano tan caluroso como el que cursaban. Mucho frío, le calaba los huesos… fácilmente unos diez grados bajo cero en la escala Celsius.
Se levantó, todo le dolía… se vio los moretones en todo el cuerpo, tardarían semanas en borrarse, algo simplemente imperdonable para ella. Un ser normal se hubiese fijado en que estaba íntegra, es decir, no se había quebrado con la caída… ya notaría eso después.
Miró las dunas a su alrededor y los ojos casi se le salieron de las órbitas: eso no era Ámsterdam, eso era un desierto en alguna parte del mundo y, aunque no quería pensar en eso, cualquier época de la historia y no necesariamente de la humanidad…
Entendió entonces por qué estaba boca abajo, en la pose en que solía dormir y por qué le dolía todo el cuerpo: tras el ritual había caído en alguna parte… Entonces por fin agradeció no haberse quebrado, aunque con sarcasmo pensó que no le servía de mucho estar íntegra. De inmediato se retractó… por bien de la estética y la supervivencia tenía que estar en una pieza.
Miró alrededor, estaba todo completamente oscuro, excepto una delicada franja púrpura en el horizonte del lado este que intentaba iluminar el cielo. Pronto iba a aclarar… Las sinuosas dunas cubrían toda la infinita extensión, no importaba de qué lado mirase.
-¿Dónde estoy?-se preguntó en voz alta.
Sabía muy bien que nadie iba a contestar esa respuesta; no había nadie alrededor… o al menos eso era lo que ella creía…
Rápidamente todo comenzó a volverse más claro y, casi de la nada, en un recodo de una de los cientos de dunas alrededor suyo, apareció un grupo de mujeres.
Eran tres mujeres, podía saberlo por la forma de sus cuerpos. Aún así, por sus rostros era imposible tenerlo de cierto. Las tres llevaban un pañuelo largo color azul añil de una tela delgada y a juzgar por la vista, era suave.
Eran de tez color mate y llevaban un paño largo sin mangas y de color azul a modo de vestido. Iban descalzas. Cada una llevaba varios odres de cuero colgando de la cintura y de la montura.
Iban montadas en asnos. La que iba al medio apuró la marcha hasta quedar en punta de flecha. De inmediato volteó a las otras dos y gritó en su lengua.
-Apúrense-o algo así significaría lo que dijo, pues las otras apuraron el trote de sus asnos también.
Ese fue el momento en que la mirada de las cuatro se cruzó. Las mujeres del desierto extrajeron sus cimitarras, extrañadas de la presencia de una persona tan rara en un lugar tan inhóspito, en medio del camino que recorrían día tras día sin encontrar nada más allá de su sombra.
Galoparon a toda velocidad hasta Ivanna, quien apenas tuvo tiempo de reaccionar y echar a correr en cualquier dirección. Las tres mujeres le siguieron a toda velocidad.
En ese exacto momento, nuestra protagonista agradeció a todas las deidades haber practicado atletismo y haber sentido siempre especial gusto por el ejercicio físico.
Sin embargo se sentía horriblemente cansada. Lo único que le daba fuerzas para seguir corriendo era el hecho de que las tres persecutoras si alargaban el brazo podrían cogerla.
En ese instante, como confabulándose con las mujeres de esas tierras, las arenas rojizas del exuberante lugar se levantaron revoloteando en círculos, causando una terrible tormenta de arena. Ivanna no conseguía ver nada, con suerte se mantenía en pie.
Sin embargo sus persecutoras, más acostumbradas al clima del lugar, podían avanzar con un poco más de facilidad que ella. El viento era tan fuerte que finalmente sus rodillas se doblaron y con tan mala suerte cayó de cabeza en una roca. Evidentemente su cuerpo cansado no pudo resistir más y sin fuerzas se había dejado vencer ante el inclemente viento y ante la arena que le golpeaba en todas partes; y su mente se había nublado, no sabía por qué… se había ido a negro tras caer.
No pasó muchos segundos hasta que la tormenta de arena cesó por completo. Varios hombres se unieron a las tres mujeres y se acercaron a la muchacha caída. Arrugaron el rostro, previendo en ella un mal augurio, más aún en la situación en que había llegado a ellos.
Sin más, la mujer que había estado en la punta de la formación ordenó que la llevasen hasta el campamento.
A la luz del sol, colocaron en la cabeza de Ivanna una suerte de venda por si le venía hemorragia tras el golpe. La necesitaban viva, les servía íntegra. Había una cosa o dos que querían saber y ella les podía decir, si no era por las buenas, habría de ser por la fuerza… habría de ser por la fuerza.
Amanecía en el maravilloso, inhóspito y majestuoso Sahara. Y ellos eran los Tuareg, los Hombres Azules…
Al mismo tiempo que Ivanna despertaba y volvía a caer casi trescientos años en el pasado, Sophie y Aliet entraron en la casa. Por primera vez en mucho tiempo Aliet Van der Decken daba señales de vida… Abrió la puerta y lo siguiente que vio la nana fue a su señora cargando a Sophie, quien venía dormida. Una hora había pasado desde el incidente en la playa. Era obvio que ese día la muchacha no iría a la escuela. La nana se acercó a ayudar a su señora, quien con un gesto de la mano y voz seca le ordenó apartarse de su camino a través de las escaleras.
Cuando Aliet abrió la puerta de la habitación de sus gemelas, miró con profunda desazón la cama de Ivanna… no había pasado una hora y ya se sentía un enorme vacío sin ella.
Acostó a Sophie en su cama y no terminaba ya de hacerlo cuando la niña despertó.
Sus ojos eran salvajes, desorbitados, uno mirando a cada punto de la habitación. Estaba asustada, observaba todo en silencio y completamente callada, como si sus ojos fuesen a causar que la viesen.
Pasó la mirada una y otra vez por su madre sin verla, Aliet lo sintió así. Se repitió una y otra vez que no podía ser cierto, que su hija no podía haber enloquecido. Pero como psicóloga conocía bien todos y cada uno de los síntomas de la esquizofrenia… y su hija parecía tenerla…
De pronto y de la nada, Sophie comenzó a temblar sin parar y mirar a su alrededor con sus ojos lo más abiertos que podía. Comenzó a llorar a gritos.
-Hija, hija…-la llamó Aliet, mirándola a los ojos. Sin embargo la muchacha parecía no verla, en realidad no la veía.
Sophie se levantó de la nada y como una zombi, con los brazos caídos y la mirada fija al frente, caminó hasta la ventana y corrió la cortina. Había amanecido hace rato, pero como el día había roto nuboso, recién se despejaba y salía la luz. Sophie creyó ver que amanecía. Miró el estacionamiento y el auto no estaba… el auto negro de su padre no estaba.
Salió corriendo hasta la puerta gritando despavorida. Aliet la cogió al vuelo y la chica comenzó a darle de patadas y mordiscos, debatiéndose entre sus brazos.
-¡Suéltame! ¡Suéltame!-chillaba histérica.
-Cálmate-le ordenó Aliet.
-Ivanna, Ivanna-gritó como cuando un metalero hace un gutural-. ¡Ayuda! ¡Un fantasma! No me suelta, no me suelta. ¡Ayuda! ¡No puedo verle! ¡Ayuda!
-Cálmate-le ordenó Aliet.
-¡Ivanna! ¡Se ha ido! ¡No volverá! Ha amanecido y se ha ido al pasado-comenzó a llorar.
Aliet dio vuelta suavemente a su hija y la miró a los ojos.
-Hija, estoy aquí-le dijo, intentando hacer el mayor contacto visual con la chica.
-¡Ivanna!-gritó Sophie- ¡Ayuda!-volvió a gritar y tras eso, fijó la mirada en su madre, viéndola por primera vez. Abrió los ojos a todo lo que le dieron los párpados y meneó la cabeza. Intentó separarse-¡Ivanna! ¡Ivanna! Mamá murió… Mamá me pena… ¡Perdóname, perdóname!-gritó antes de caer desmayada.
Aliet miró a Sophie sin poderlo creer, pero preparada como estaba para enfrentar casos de esa índole, no pudo sino rehacerse en unos instantes. Tocó la frente de su hija: ardía en fiebre.
Acostó a la muchacha lo mejor que pudo en la cama y se dispuso a velarle el sueño. La nana golpeó la puerta y Aliet dio su permiso. La mujer no había podido evitar oír los gritos y alarmada había subido a la segunda planta. Entró a la habitación con paso cansino, con cautela, como quien entra de pronto en un campo minado sin saber cuando los petardos van a estallar.
Se acercó asustadísima a Aliet sin atreverse a sentarse en la cama de la niña, quien había caído en una suerte de sueño comatoso.
-¿Qué fue eso, señora?-preguntó con los ojos muy abiertos.
Aliet no pudo contestar. Respiraba agitada por la boca y miraba un punto fijo en la pared. No podía ser… no podía ser… De pronto recordó que la nana seguía esperando una respuesta por parte suya.
-Un ataque… Tiene esquizofrenia-dijo Aliet sin poder creerse ni siquiera sus propias palabras.
La nana se limitó a cubrirse la boca con las manos. ¡Qué desgracia! Primero habían desaparecido Niek junto a Liselot, luego Ivanna y ahora enloquecía Sophie… ¿Qué clase de maldición se cernía sobre los Van der Decken?
La muchacha dejó escapar un gemido y se dio vuelta, presa de la fiebre. Y ahí comenzó el calvario de Aliet… juntas a punta de sedantes trabajaron en cuidar a la muchacha hasta la mañana siguiente.
El dolor de cabeza era lacerante, horrible. Lowie resopló cansado y dolorido, sin poder aguantar la desesperación. Apretó los dientes con fuerza, consiguiendo sólo sentir más dolor. Se llevó la mano a la cabeza y sin más se incorporó. Fue imposible refrenar la náusea que le vino, simplemente intentó afrontarla lo más dignamente que pudo.
Cuando el ataque hubo pasado, abrió cuidadosamente los ojos y miró a su alrededor. Entendió todo… ya llevaba dos días ahí, en esa maldita celda. Se miró el costado: la herida comenzaba a cerrar, sin embargo la cicatriz le tiraba. Por pura buena fortuna no se le había infectado: llevaba días sin bañarse, no le habían ni limpiado ni curado la herida…
Un sudor frío le perló la frente. Llevaba dos días dormido, así lo testimoniaba su celular casi sin batería. No tenía fiebre, pero se sentía débil y enfermo, algo sin lugar a dudas bastante extraño en él.
-Sheefnek las va a pagar… ¡las va a pagar!-gritó en medio de un ataque de furia, golpeando las paredes de su celda.
La puerta del calabozo se abrió ruidosamente. Lowie aquietó su respiración lo más que pudo, tratando de ser lo más silencioso posible. Lo siguiente que sintió fueron pasos a lo largo del pasillo metálico, a juzgar de varias personas por lo descoordinados que iban.
-¿Lowie?-escuchó la voz de Liselot llamarle.
¿Liselot? ¿Qué hacía Liselot ahí? Prefirió mantener silencio y resistir la tentación de hablarle.
-¿Lodewijk?-sintió la voz de Aloin, Sheila y Linda.
¿Qué hacían todos ellos ahí? Prefirió seguir manteniendo silencio. Bien los aliados de Sheefnek podían estarle tendiendo una trampa llevando a todos los demás ahí…
-Lowie, ¿dónde estás?-sintió la voz de Liselot de nueva cuenta.
Sus pensamientos se volvieron certezas. Si contestaba a los demás, probablemente sus persecutores tomarían como una certeza el motín. Si no contestaba, no podrían corroborar nada. Era una trampa.
-¿Dónde estará? Llevamos dos días buscándole y nunca contesta-se escuchó la voz de Liselot.
-Bien podría haber muerto dentro de una celda. Nadie se dará cuenta hasta que el olor sea asqueroso y tengan que sacarle del barco por higiene-dijo Sheila.
-¿Qué será de esto sin él?-preguntó Aloin.
¿Entonces de verdad estaban buscándole? ¿No era una trampa? No podía hacerles creer que estaba muerto ni permitir que ellos hicieran todo el trabajo. Presentía que el motín se venía cerca.
-Habrá que avisar naturalmente a John-dijo Liselot.
-Y cobrar venganza, recordad que Sheefnek sigue débil por el disparo-completó Sheila.
-Creo que hoy será la reunión más desconcertante de todas-dijo Aloin.
-Sheefnek se las verá feas y a ver de qué cuero salen más correas-añadió Linda con determinación.
¿De veras era todo eso por él? El plan no pintaba mal, claro que no, pero no podía traicionar ahora el motín.
-Quedan diez minutos. Probemos otra vez-dijo Liselot.
-¡Liselot, estoy aquí! ¡Aloin! ¡Linda! ¡Sheila!-fue la respuesta que Liselot no se esperó, pese a no haber perdido la fe de encontrar a su amigo con vida. El muchacho no cesaba de golpear la puerta.
Orientándose por dónde provenía el ruido consiguieron llegar a la celda de Lowie y, tras no pocos intentos, la abrieron. El muchacho apareció tras el dintel y se desplomó de golpe sobre Aloin y Liselot.
Desde afuera sonó la contraseña y Linda se aproximó a abrir, mientras que Sheila guiaba a los otros tres hacia la celda de John. Una horda de personas ingresó al calabozo y luego a la celda de John.
Todos se miraron los unos a los otros. A cada cual más famélico, hambriento, magullado, furioso y cansado.
Lowie se aproximó al camastro con la cabeza en alto, no importaba cuán manchada en sangre estuviese su ropa, cuán enfermo se sintiese. No, no podía tirar por la borda sus planes.
Todos le miraron, más no les sorprendía en lo absoluto ver a alguien en esas condiciones: habían visto gente morir, habían sentido la muerte soplando en sus cuellos en cada batalla. No había de qué asombrarse.
FLASHBACK.
El Contramaestre Sheefnek, ahora auto nombrado “Almirante Sheefnek”, sonrió sardónicamente. Aún estaba convaleciente del disparo que le había propinado su hijo.
¿Hijo? Esa desgracia que le había quitado todo lo que alguna vez había querido y que ahora se interponía entre él y el éxito de sus planes.
La había pasado fea: el clima del Caribe le había sentado bastante mal, causándole fiebre durante todo el día anterior, justamente cuando su herida estaba en proceso de curación. Sus hombres le habían conseguido agua incluso de sus propias raciones para ayudarle, especialmente de las raciones de los que le habían causado el mal rato con Liselot Van der Decken.
Bueno, ¿querían agua? Aquí tenían agua. Varios de los que le habían causado ese problemilla, aquello que él llamaba “motín”, habían recibido unos cuantos balazos y disparos por parte de los marines que aún le eran fieles.
Luego, su sádica mente, que ni en enfermedad cesaba de planear crueles planes, había ordenado a dichos marines no dar ni agua ni comida ni cuidado alguno a aquellos amotinados.
Los que habían sobrevivido, lo habían hecho gracias a la dedicación de sus colegas que también eran partícipes del motín, los cuales tampoco habían podido hacer mucho, porque Sheefnek les había dado turnos extras y con suerte les quedaba tres horas diarias de descanso.
Frente a él había una de las mujeres que había participado en el enfrentamiento y había salido herida. Tenía fiebre.
Sin más, le tiró toda una cubeta de agua para despertarla.
-¡A trabajar, holgazana!-le espetó.
Ella apenas podía abrir bien los ojos y temblaba de frío. Sin piedad, la levantó por la fuerza de la cama. Ella casi cae al suelo, de no haber sido porque él la sujetó de la muñeca izquierda.
-Tú tendrías que estar muerta, ¿de dónde conseguiste comida para vivir?-le espetó.
-Tenía unas raciones que guardé en tiempos mejores-le dijo ella, tratando de ser desafiante.
-Unas raciones, ¿quién lo diría? ¿Quieres saber qué pasa a quienes guardan raciones? ¡Anda a trabajar!-le gritó en el oído.

FIN DEL FLASHBACK.
-No estamos en condiciones de un enfrentamiento instantáneo-comenzó la muchacha, cuando todos hubieron puesto atención al inicio de la Asamblea y ella salió de aquellos recuerdos desagradables-. Muchos de los nuestros están enfermos.
Tras ella aparecieron algunos de los amotinados que habían pasado por una situación similar a la descrita. Tosían, temblaban, estornudaban y sudaban sin parar, apenas podían mantenerse en pie. Sin embargo eso no consiguió conmover a nadie, todos sabían a qué se enfrentaban trabajando para la Zeven Provinciën.
-Con buenos cuidados podrían reponerse para la próxima semana-dijo John, mirando a la gente y comprendiendo que la situación no podía dilatarse más, pero que tampoco podía arriesgar a los marines enfermos a un enfrentamiento de inmediato, porque tenían mayores probabilidades de morir que de vivir, si es que las había de vivir.
-¿Buenos cuidados?-inquirió Sheila con ironía-. Ni siquiera tenemos comida.
-¿Y qué ha sucedido con la bodega?-quiso saber John.
Sin más, Sheila procedió a contarle todo lo sucedido al respecto.

FLASHBACK.
Con que algunas raciones, ¿ah? Si una simple marinera de las últimas de cubierta había podido burlar su atención para obtener comida, bien podrían haberlo hecho todos. Y bien no podría haber sido de las raciones que se les repartía a diario, sino que de su bodega privada. ¡Claro! ¡Ahí se resolvían todos sus enigmas!
-Que aprendan que lo mal venido es mal aprovechado-musitó con la ira sádica reflejada en los ojos de por sí crueles.
Se dirigió medio rengueando, medio caminando con dignidad hasta algunos de los hombres que todavía le eran fieles. A los gritos bramó las siguientes órdenes:
-Revisen cada uno de los camarotes, todo lo que encuentren de armamento fuera de lo estipulado, alimentos, botiquines de primeros auxilios, me lo deben traer-sí, exacto, recuperaría sus víveres o lo que quedase de ellos.
Sus hombres, más por obligación que por gusto en su mayoría, se dirigieron a registrar camarote por camarote, habitación por habitación.
Los amotinados se percataron del hecho e intentaron salvar las provisiones que habían conseguido de todos los modos. ¿Es necesario decir que hubo enfrentamientos armados y verbales a lo largo de todo el navío? Pues lo más probable es que no. Pese a todo, casi no salvaron nada.
Pero… tampoco eso quiere decir que los hombres del “Almirante Sheefnek” hayan llegado con muchos productos ante su díscolo jefe.
De hecho, cuando Sheefnek vio cuán pocas eran las cosas que sus hombres habían obtenido tras registrar todo el barco, decidió tomar medidas más drásticas:
-Muy bien, entonces sólo yo y aquellos que hayan llegado con algo en sus manos hasta mí tendremos derecho a comer hasta que este enojoso asunto se resuelva-indicó.
FIN DEL FLASHBACK.

-No nos quedó más que obedecer a esa regla. Desde hace dos días nadie come en este barco-añadió Sheila-. Algunos de los nuestros decidieron en un desesperado intento por guardar las cosas, atárselas al cuerpo, pero no era una gran cantidad de cosas, ahora no nos queda nada-concluyó el relato.
-Sin embargo la treta nos salió peor-confesó uno que estaba particularmente moreteado.
-Sorpréndeme-dijo John con un tono de voz marcado por la ironía.
El hombre que había hablado anteriormente le miró con cara de pocos amigos, demostrando que le hacía bastante poca gracia el comentario.




FLASHBACK.
El hombre miró cómo Sheefnek doblaba la esquina de uno de los muchos pasillos de la cubierta C y le enfrentaba. En el pérfido rostro del Contramaestre se perfiló una sonrisa sardónica. Detrás de él venían cinco de sus mejores hombres.
-Regístrenlo-ordenó.
Si no hubiese sido forjado por los combates y la Guerra en Somalia, probablemente el terror y el pánico hubiesen acudido a su rostro: era lo que los amotinados habían llamado un portador de provisiones.
Los hombres de Sheefnek lo maniataron mientras él intentaba oponer resistencia. Finalmente, consiguieron reducirlo.
Entonces dos, cuatro, seis manos inescrupulosas revolvieron por aquí y por allá, desnudándolo hasta dejarle en ropa interior y mostrando su abdomen cubierto de productos adheridos con cinta adhesiva. De golpe le quitaron el montón de scotch, despellejándole e hiriéndole la piel.
Ni siquiera un grito brotó de sus labios, permaneció impávido, como una persona que camina por la calle en un día en que no hay nada nuevo, ni bueno ni malo.
Su rostro no fue malformado por ninguna mueca de dolor. Ningún cambió se apreció en su mirada. Continuó mirando fijamente a todo su alrededor.
-Mire lo que hemos encontrado, mi Almirante-dijo uno de los marines, mostrándole a su superior los productos que habían obtenido.
Sheefnek observó todo lo que le estaban mostrando.
-Pásamelo-ordenó a uno de los suyos, señalándole el cinturón del hombre. El subordinado obedeció de inmediato.
Entonces, Sheefnek comenzó a darle de correazos al hombre desnudo. En todas partes de su cuerpo, y cuando digo todas, son todas. Ningún cambio hizo que el caído variase la expresión de su rostro, ni siquiera cuando Sheefnek le dio en su punto más débil. En ese momento, simplemente se deslizó de los brazos de sus captores, quedando con las rodillas casi en el suelo y los brazos levantados como una especie de crucificado.
En ningún momento gimió, lloró, gritó, ni siquiera dio señales de vida. No reaccionó siquiera. Sólo miró fijamente a los ojos a Sheefnek, buscaba su mirada cada vez que levantaba el cinturón y le azotaba. No eran unos ojos tristes, dolidos ni sedientos de venganza. Era una mirada inexpresiva, sin vida… no decía nada.
FIN DEL FLASHBACK.

-Admito que me sorprendiste-dijo John cuando el hombre hubo terminado el relato.
-Por mí que el motín comience ahora mismo. Ya no queda nada bueno en este barco que no sea esta idea-confesó el hombre.
-¿A cuánto estamos de New Providence?-preguntó John.
-Estamos en la rada-confesó Liselot Van der Decken muy orgullosa de su trabajo.
-Eso explica muchas cosas-confesó Aloin pegando un bostezo.
-¿Si? ¿Y tales cómo?-preguntó John con su clásica agudeza.
Aloin suspiró y se resignó a narrar la larga historia por contar.

FLASHBACK.
Aloin estaba trabajando tranquilamente en el puente de mando cuando el Contramaestre ingresó seguido de su séquito y un hombre de la tripulación y del motín desnudo y sangrante. Expresivo como era, Aloin abrió la boca de punta a punta.
-Así que tú fuiste-dijo el Contramaestre acercándose amenazantemente a él.
Aloin pasó saliva y sintió deseos de correr, más se obligó a ponerse bien derecho, casi en posición de firmes.
-¡Responde!-le bramó Sheefnek.
Herido, enfermo y todo, seguía siendo igual de insoportable que siempre. No tenía idea de cómo lo había hecho para levantarse en tan poco tiempo y para estar ahí dando órdenes con esa fuerza.
-Deberías darle pistas al chico-intervino el vapuleado marinero.
-Una pista, ¿eh? Trabajaréis hasta que salgamos del Caribe. Estipúlese que el horario de descanso de toda la tripulación será de tres horas si se lo permite los turnos hasta el día en que regresemos a Ámsterdam del siglo XXI-ordenó el detestable Contramaestre Sheefnek.
FIN DEL FLASHBACK.

-Así que todo era parte de un vil motín-resonó la voz de Sheefnek detrás de todos.
El mentado y pérfido hombrecillo se abrió paso entre la multitud. Si la celda estaba atiborrada de excesivo público, imaginaos cómo estaría ahora si él entró con una guarnición de sus mejores hombres, quienes no restaron espacio para las armas, las cuales apuntaban a todo ser viviente capaz de moverse e incapaz también.
-¿Qué diríais los ingleses ante esto, señor Morrison?-preguntó con sorna, ya sabía que John era el jefe del motín.
-Moutiny, Captain-dijo John, sonriendo con ironía…

Por el momento dejaremos en paz a los miembros de la tripulación del Evertsen y sus conflictos de intereses. Nos concentraremos en Ivanna… ¿Qué habrá pasado con ella? Bueno, ya es de noche, no le ha sucedido nada interesante en el día, al menos eso es lo que ella cree.
Ivanna despertó presa de un frío gutural. No quería abrir los ojos, pero algo en su interior le decía que algo iba mal ahí, muy mal.
Una luz mortecina pero insistente le daba de lleno en la cara y le molestaba los párpados. A sus oídos llegaron risas y cantos. La música le gustó, le llamaba a bailar, le recordaba a las películas que había visto sobre el oriente medio, aquellas que tanto le gustaban a Sophie… Sophie, ¿qué sería de Sophie?
El ritmo era simple, fácil de seguir, rítmico en otras palabras. Estaba a base de un tamboril y los aplausos de la gente. Una mujer cantaba al ritmo del tamboril en una lengua extraña, haciendo distintos tonos, y otra cantaba a un volumen más fuerte y en un ritmo más alegre, pero igual en una lengua extraña.
De pronto cesó el canto y el tamboril calló. La multitud estalló en aplausos y risas. Ivanna abrió los ojos sin incorporarse aún. Una manta de lana azul le cubría el cuerpo completo y estaba acostada sobre una alfombra persa. Su cabeza la apoyaba en un cojín de cuero.
-¿Dónde estoy?-se preguntó en voz alta, para su desgracia…
De inmediato descubrió que no estaba sola. Era una tienda de campaña color crema muy amplia. Había lámparas de metal esparcidas por todo el interior, las cuales exhalaban una mortecina luz. Había tres alfombras persas y multitud de adornos. Una botella, unos odres y unos cuencos estaban arrumbados a una esquina.
Sentados sobre cojines había un hombre y una mujer, ambos de mediana edad, aproximadamente unos treinta años por cabeza. Ambos se soltaron las manos al mismo tiempo que ella se incorporaba y quedaba medio impresionada por la facha que ambos traían.
Ella se puso en pie mirando a Ivanna en una pose tan desafiante que parecía una diosa. Sin embargo la chica holandesa evaluó juiciosamente a su contraparte.
Era una mujer no muy alta y de cuerpo bien formado. Su rostro era ovalado, iniciando en punta, ensanchándose a la altura de los pómulos y afilándose en el mentón. Un grueso mechón de cabellera negra le surcaba la sien izquierda trenzado hasta unirse con el resto del pelo.
La tez era más bien clara, sin embargo se veía rojiza en la frente, las mejillas y la nariz por acción de los polvos de piedra que le protegían la piel.
Los ojos eran amarillentos y de pupilas castañas, estaban enmarcados por una gruesa capa de pintura azul.
Llevaba una túnica azul añil que dejaba al descubierto los brazos, unas bombachas hasta los tobillos del mismo color, un turbante en la cabeza y un montón de abalorios en forma de cruces, dameros, redes de rombos y puntas de flecha, todos ellos de plata.
El varón continuó sentado, observando sigilosamente la escena. Era alto y fornido. De penetrantes ojos castaños. Era lo único que el tidjelmousts, o velo azul índigo que llevaba en la cabeza, permitía ver de su rostro.
Llevaba una túnica de colores vivos cubierta de una manta azul de lana. Llevaba unas bombachas azules gastadas por el viento, la luz del sol y el polvo. Iba descalzo.
Ambas mujeres se midieron las miradas. La una con cara de “me interrumpiste, muchas gracias” y la otra con su mejor mirada de “¿qué rayos hago aquí?”.
El varón en vista y considerando que así podían seguir por toda la noche sin llegar a ningún resultado, habló a su congénere.
Ambos se zambulleron en una avivada y expresiva cháchara de la cual Ivanna pudo entender sólo la palabra “terbat”. Lo único que entendía era que no le servía de nada entender lo que decían, si no conocía el significado de lo que estaban diciendo.
Puso mayor atención a la conversación. El varón seguía mencionando la palabra terbat, mientras la miraba y le señalaba con cara de curiosidad. Entendió que con la palabra “Terbat” se referían a ella y que probablemente él preguntaba de dónde había aparecido o qué hacía ella ahí, algo que de buena gana le hubiese gustado saber, dicho sea de paso.
Lo que Ivanna no sabía era que en los lenguajes Bereberes el vocablo “Terbat” quería decir “Chica”. Por lo tanto le debemos el crédito por haber adivinado medianamente el significado…
La mujer cortó de golpe la conversación con una frase terminada con las palabras “Amghar idurar agadir” las cuales significaban respectivamente “Anciano de la montaña”.
Evidentemente se refería a que para solucionar el embrollo detrás de Ivanna, dudas acerca de su procedencia iban incluidas, tenían que ir a hablar con el líder del campamento que se había tomado la montaña en que estaban acampando.
Es obvio que para Ivanna fueron sólo unas palabras más de la sarta de vocablos que no pudo entender en aquel lenguaje tan rápido, difícil de entender y bien hilvanado.
Así que puso la tremenda cara de no entender nada cuando la mujer la pescó en vilo del lado derecho y el hombre del lado izquierdo. Su cerebro reaccionó tan rápido como le fue posible, en su imaginación ellos incluso podían querer cocinarla: ¡eran unos bárbaros!
Como no le apetecía ir a parar a la olla ni a la parrilla de nadie comenzó a debatirse entre los brazos de sus captores quienes tuvieron la adorable idea de mostrarle las cimitarras, haciendo que ella intentase soltarse con más ganas.
De más está decir que todos les miraron con caras raras cuando interrumpieron al enabald del poeta a mitad de la nueva composición con los gritos de la muchacha y su histérico espectáculo. El cual concluyó tan pronto llegaron a la tienda del jefe del grupo y le comentaron sobre su problema.
Un suave susurro despertó a Aliet. Se alarmó cuando descubrió que mientras cuidaba de Sophie se había quedado dormida. En todo ese rato la niña podría haberse hecho daño. Se debatió entre las ideas de incorporarse de inmediato o quedarse ahí.
Un nuevo murmullo llegó a sus oídos. Era la voz de Sophie, pero bastante metamorfoseada. Optó por quedarse ahí, fingiendo que dormía para averiguar de una vez todos los díscolos pensamientos que daban vueltas en la mente de su hija. Tenía que admitirlo: era la única forma para poder formular un diagnóstico y poder ayudarle con medicación y un tratamiento propicio.
-No, día, no te apagues otra vez. ¿No ves que quiero seguir en tu compañía? ¡No, no te vayas! Si te vas, se irá papá y no, no quiero que se vaya papá… Te imaginas lo que sería la luz sin él: no me serviría para poderle mirar, porque, ¿qué miraría si él no estuviese? Si te vas tú, se va él y si se va él no te querré ver nunca más. Me recordarías mejores tiempos. ¡No, no te vaya!-gritó.
Aliet contuvo la respiración por unos momentos… Un diálogo así se lo podría haber esperado de Liselot, pero jamás de alguna de sus dos gemelas.
-¡Ivanna! ¡Ivanna!-gritó Sophie-. El día quiere irse, si se va, también se irá papá. Si uno se va, ¿de qué servirá el otro si le seguirá?
Si Aliet no hubiese una psicóloga experimentada, probablemente se hubiese enredado en medio de la ininteligible cháchara de Sophie.
-¡¿Papá?!-exclamó la niña, completamente ilusionada, viendo en su imaginación a su padre abrir la puerta e ingresar en la habitación con su sonrisa afable de todos los días. Algo que, dicho sea de paso, rompió el corazón de su madre.
-¡Papá!-exclamó Sophie, completamente segura de lo que veía. Saltó de la cama sin siquiera recalar en su madre y abrazó el aire, con la certeza de que palpaba el sólido torso de su progenitor.
-Papá, no te vayas hoy. Si te vas no volverás, yo lo sé. Por favor quédate. Papá, ¿por qué no mejor te quedas a jugar a las cartas conmigo? ¿Ascenso? ¿Es acaso eso más importante? ¿Tu misión? Papá, tienes familia-comenzó a gimotear-. Papá, ¿qué haremos sin ti? ¿Qué ha dicho Liss sobre irse contigo? ¡Se irá! No, no pueden irse hoy, sino no regresarán-comenzó a llorar de frentón-. No… ¡Papá no te vayas! ¡Papá! ¡Papá! ¡No te vayas!-lloró y cayó sentada al suelo, al menos eso fue lo que Aliet sintió: un golpe y ya.

A Aliet comenzaron a caérsele las lágrimas una a una. Sin embargo guardó silencio.
-¡Día, tú tienes la culpa! ¡Si no te hubieses ido papá no estaría por irse! ¡Maldito seas, día! Me refregarás en la cara con tu luz que puedo ver todo excepto a él y que tú, donde quiera que él vaya, podrás ir siempre con él. Y lo peor es que yo no puedo ir ni hacer que se quede. ¡Lo perderé para siempre y por siempre!-lloró-. ¡Vete, día, que ya no te quiero! ¡No, no te vayas! ¡No te vayas sino él se irá! ¡No! ¡No!-bramó-. ¡Ivanna! ¡Ivanna!
Aliet no lo pudo soportar por más tiempo. No podía seguir oyendo ese soliloquio. Se secó las lágrimas y se puso de pie, caminó con aire determinado hasta su hija y se hincó ante ella.
-Sophie-la llamó con dulzura, mirándola a los ojos y afirmándola de los hombros.
-No llores, mi niña-le dijo, levantándole la barbilla y obligándole a mirarla.
La niña la miró aterrada.
-¡Un fantasma! ¡Es el fantasma de mamá! ¡Ivanna, el fantasma de mamá está aquí!-gritó aterrada.
-No soy un fantasma, mi niña-dijo Aliet, sintiendo cómo se le partía el corazón.
-¡No me toques! ¡No me toques! ¡No vuelvas! ¡Te pido perdón, mamá! ¡Por mi culpa él se fue! Yo tenía que seguirlo, lo sé-lloró Sophie.
-Por favor vete y no me penes más. Si me tocas me matarás: tus ojos me llevan a la muerte. Quizá lo merezco, debí de seguirlo. Pero tengo miedo, mucho miedo. ¡Vete! ¡Me aterra tenerte aquí, recordándome lo que te hice perder! ¡Vete!-y sin previo aviso se desmayó.
Aliet rompió a llorar. De pronto una mano amiga se posó en su hombro. Miró hacia arriba y la nana lloraba junto a ella.
-No hay nada que se pueda hacer-dijo Aliet.
-Lo sé, señora, lo sé. Se nos perdió-dijo la nana.
Entre ambas transportaron a la niña de nuevo a la cama y se prepararon para una larga noche de vigilia, en lo que se transformarían todos los días en lo sucesivo.

Texto agregado el 16-01-2014, y leído por 137 visitantes. (1 voto)


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