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La situación había llegado hasta prácticamente los límites en que confluían-para mí- el ridículo con la tolerabilidad: se había pasado de, más o menos, una “entente cordial”, al desate de ciertas hostilidades (que se venían almacenando en las despensas de la paciencia desde tiempo atrás, si bien se mira). Con lo que tampoco era extraña, hasta cierto punto, la situación. Ella- quizá un tanto apriorísticamente por mi parte- no obstante no haber emitido queja, no por ello no dejaba de tener cierta contención en su expresividad, que-esto es seguro; apostaría siete a uno- al menos escondía cierta tensión; lo que, no entrando de lleno en el terreno de las, más que nada, admoniciones legales(con que el “campanudo” nos había terminado de componer la mañana del domingo en que nos casara) o su vulneración, sí resultaba molesto, y aunque no había soporte canónico al que aferrarme en reproche de sus silencios y de sus, seguramente, disimulos( con que me acogía nocturnalmente en el tálamo bendito, pues invariablemente la encontraba en brazos de Morfeo, como suele decirse, obviando de manera sutil los míos: los de acreedor marital de débito conyugal- mor a la progenie, he de reconocer, pero no por ello de peor derecho) tampoco era cuestión de terminar así. Por todo, no hicieron mella en mí mis propias palabras cuando hube de deslizar sobre el tapete de nuestra relación la expresión disolución matrimonial. No debía estar ella en situación pareja pues de inmediato rompió a llorar como si en ese instante todas las tensiones almacenadas, que habían venido siendo desde poco después de contraer en sagrado- dicho sea en honor a la verdad y a los fines de adorno formal e ilustración de lectores de gustos parejos por cierto barroquismo expresivo- se aflojaran. Ella nunca había fumado por lo que me extrañó que entre las lágrimas-haciendo un intervalo- me rogase que le encendiera un cigarrillo. Cuando extraje de la americana el paquete de tabaco, cambió las lágrimas por las risas pues le hizo gracia al parecer que fumase “caldo de gallina”, dándole pie a confidencias narrándome una increíble sarta de mentiras tan bien trabadas, no obstante, que tuve, también, que cambiar por risa la circunspección propia del momento y de la gravedad de mi afirmación inicial: la del divorcio. Pero, tras la precipitación con que hasta el momento se habían venido desarrollando los acontecimientos, reparé en sus palabras y lo que en principio parecía fruto de la fabulación de una loca, empezaba a tomar consistencia, de tal manera que en unos instantes, como expulsado por estrecho conducto vaginal, había sido remitido a la realidad- por las palabras de quien hasta el momento había sido mi mujer en el sentido más convencional y que ahora se me antojaba la más convincente intérprete y de la que sólo en los instantes anteriores descritos y en los momentos siguientes a la reflexión empezaba a tener una imagen real-de manera tan brutal que me sentí desnudo en mitad de la habitación y poco después empecé a sentir frío entre vómitos que mi estómago expelía sin contención alguna que lo acallase. |
Texto agregado el 15-01-2014, y leído por 204 visitantes. (0 votos)
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