Era medianoche cuando el desconocido arribó a destino. Lo esperaba mucho antes, pero su tardanza no me sorprendió. Estrechó mi mano con verdadera estima y rehusó quitarse el sobretodo bajo el pretexto que pronto se iría. No me dio demasiadas explicaciones, me repitió lo que ya sabía de mis conversaciones con Gerald Uriarte y me entregó el sobre marrón claro que era la razón misma de su visita. “En él están las instrucciones y todo lo que necesita saber” me dijo con voz clara, a sabiendas que en ese momento yo desconocería los pormenores de mi labor. “Tiene seis meses, espero que sea tiempo suficiente”. Luego se quedó callado, como un loro imbecil que ha repetido por décima novena vez el monólogo encomendado. No era anciano, pero unos profundos surcos le recorrían ambos lados del rostro y profundas grietas desfiguraban la frente y el mentón; en ese momento presentí que había sufrido bárbaramente. Sus ojos estaban apagados, no evidenciaban emoción alguna, tal vez por cierta resignación o el claro e inminente indicio de lo que sobrevendría. Por decir algo, le pregunté si realmente creía que el “Gran Alfonso Gorez Reynal” pudiera fracasar en un encargo como aquel, por mas complicada que fuese su estructura o deliberadamente anti-estética su propuesta. Regocijado ante el ilusorio efecto de mis palabras esperé respuesta. No sin alegría, meneó la cabeza, y me informó que el desconocía el porvenir, pero se lo figuraba. A pesar de mis superfluos intentos, quedé inmensamente atónito. Debo, tal vez, a la incomodidad y a la extraña antipatía que nos rodeaba, que el visitante se haya marchado a exactos siete minutos de su llegada. Retomé mi sillón y abrí, pleno de ansiedad, el sobre. La sorpresa fue mayúscula y presentí que debía comenzar la tarea encomendada a la inmediata brevedad.
Quizá sea prudente informar que soy escultor y mi nombre ya recorre las líneas de estas burdas anotaciones. He logrado múltiples menciones y logros irrepetibles; mi apellido recorre carillas enteras de la historia artística de mi país mientras amplios museos se regocijan ante mis obras y las masas vitorean mis creaciones. El mismo continente anglosajón aplaude, no sin envidia, la catarata mayúscula que invade mi labor, irresuelto y puro, como nadie en mi tiempo ha logrado repetir, mientras la inmaculada realeza no ignora mis exposiciones y los salones más prestigiosos aclaman mis ornamentos. Trabajo con mi soledad, deformo el dolor y, ensimismado en hondas figuras que me asaltan en la vigilia, vaticinio, no sin lucidez, penumbras abismales. Pero ahora, oh dios, ahora, la mayor congoja de mi vida me invade. Heme aquí, obligado a decidir en nombre de todos los mortales, y temo pagar un precio exorbitante por mi error.
Durante meses, presencié con espanto “La Hermandad de los Espectros”, el resultado inevitable de un sobre que nunca debí haber recibido. Su contenido era demoníaco y la labor confiada, más propia de un dios que un hombre. Suelo caer en la tentación que adivina un surco tallado desde la eternidad con todos estos acontecimientos, y la sensación de irrealidad y agobio me invade. El rostro denigrante del visitante, la sonrisa ante mi inocente inquisición, su mirada parca y sus labios agrietados... todo denota un plan trazado hace siglos- cuyo verdadero propósito, tal vez, ignoro- cuyo objetivo no es solo mi agonía. En caso de culminar la obra, mi vida carecerá de sentido, y deberé ponerle fin con urgencia. La armonía de sus formas infunde respeto, la proporción en sus medidas, el equilibrio es perfección en cada borde, cada ángulo; es conocida por mí su indivisibilidad, su vasta elocuencia, el inevitable ardor que cautivará a la humanidad por siglos. Pero es el terror también, el claro designio de una verdad elocuente, que solo algunos, virtud de sus espíritus, podrán adivinar... el inconmensurable principio y fin de los tiempos, el Edén reproducido en una obra de arte. Uno de los dos deberá perecer. Aún continua acechándome su mirada, burda e inquisidora; sus bríos incandescentes, que desfilan, con ímpetu por mis carnes. Ignoro si el español continúa con vida, pero el no intercederá por mí en los misteriosos senderos que bifurcan mi andar.
Estas notas tienen un único sentido, compartir mi tortura ante la inminente decisión que abruma mi mente. Cada uno sacará sus propias conclusiones.
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