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Borracho aún, se metió el dedo índice a la boca y se provocó el vómito, solo un líquido amargo fue lo que expulsó. Siguió por la avenida república y cruzó por la calle Caracas o del tanque hasta llegar al barrio histórico. En una esquina, de la avenida de los mártires con la calle Buenos Aires, en una edificación de estilo republicano vivía su amigo Roque Estrada, un gran amigo de su padre y copartidarios en muchos ideales y corrientes políticas. Reparó en la fachada y le dolió observar la decadencia de lo que otrora fuera aquella mansión reluciente rodeada de jardines exquisitos de cayenas y corales, robles morados y acacias, oities y coralibes que florecían en los frescos febreros, y adornado todo ello con los cantos celestiales de mochuelos y cucaracheros. Entró y lo sobrecogió la ruina de los salones. Atravesó la inmensa sala y llegó hasta la vetusta escalera de mármol que le conduciría a la habitación de su amigo. Llamó con fuerza pero solo el silencio le respondió.

Discurrió por el pasillo y vio en una esquina cubierto en su totalidad por un polvo gris un secreter tipo inglés de caoba, y más allá, vio a una rata como se orinaba encima de la lujosa consola con espejo tipo Luis XV en pan de oro y tapas de mármol, y en el otro extremo del salón: una pareja de sillas isabelinas en ornamentos de plata y forradas en azul turquesa servían de colchón y cagadero a dos gatos enclenques, y, al lado de ellos reposando, un antiquísimo gramófono español de la marca “icafono” cuyo fabricante fue: el famoso anticuario Indalecio Carmona. Roque decía con orgullo que lo había traído de uno de sus tantos viajes al viejo mundo. También, todas las grabaciones en 78 rpm de su difunta esposa y encima de ellas una reliquia valiosísima de carácter sentimental: el libreto original escrito por Francesco Piave de la ‘’fuerza del destino’’, una ópera de cuatro actos de Giuseppe Verdi. Su padre se la había regalado y según él, había asistido al estreno de esa ópera en San Petersburgo. Su olfato fue herido por un olor a rancio y a naftalina, una vehemente gana de vomitar nuevamente se apoderó de él. Llegó hasta la decadente alcoba saturada también de trastos y antigüedades, todo sin excepción estaba perfumado con el mismo olor a herrumbre. Vio en un rincón a Roque que, acuclillado se empujaba con ahínco las almorranas y se hacía abluciones con agua de menta en una ponchera de peltre.

-- Mi querido amigo, cuánto tiempo sin verte --, dijo Roque.

Se levantó y se sintió el traquear de sus huesos, se limpió el culo y se cubrió con un remendado pijama de seda de Damasco, y con la prisa de un moribundo escarbó en un nochero y sacó una pipa Parker Súper Bruyere y la rellenó con picadura a base de Latakia Siria y Virginias Rojos Captain Earle’s. Trató en vano de mantenerse en pie, pero su cuerpecillo escombrado no le daba para más. Aldo, lo ayudó a sentarse en la desvencijada y mugrienta cama victoriana.

-- ya vez Aldo cayéndome a pedazos--, dijo. Tenía una semana sin poder cagar, se me estaba saliendo la morrana, hace décadas que no duermo, me duelen los huesos, me duele la soledad, ¡Estamos podridos en vida!

¡Qué vaina con esta ciudad! Dijo Aldo. Estamos contagiados con la peste de la melancolía y del olvido.

--no solo con la melancolía y el olvido--, dijo Roque. Tambien con la muerte y el insomnio. Aquí en una época llovía estrellas de oropel cuando abundaban los buenos recuerdos. ¿Y ahora que llueve? Un día, soledad, y otro día, llueve mierda.

--hace tiempo que no llueve nada--, dijo Aldo.

¡Para lo que importa ya! Dijo Roque. Aquí todo se acabó, nadie nos recuerda.

--el rio se secó--, dijo Aldo. Ahora es el cagadero de todos los fantasmas. Y el mar que nos bañaba en bellos amaneceres ya no es mar. Solo quedó una mancha oscura y espumosa con olor a cloaca.

--¡así es la cosa!--, exclamo Roque. Eso se lo debemos a los gobiernos abyectos y miserables que acabaron con todo lo hermoso de esta tierra.

-- ya en esta ciudad nada ni nadie vale la pena--, prosiguió Roque resignado. La gente de bien e intelectual que hubo en ella se murieron o partieron, ¡porque para mí!, todo tiempo pasado fue mejor. Antes mi vida tenía un sentido, viajaba al lado de mi amada, disfrutábamos de largos paseos en coche por las refrescantes y faroleadas noches de la naciente metrópolis, éramos felices y hacíamos concurridas fiestas en coloridos carnavales, paseábamos a la orilla del mar viendo los arreboles fundirse en tierno abrazo con la noche, íbamos a los teatros de la época, como el universal, el Líbano, el Cisneros. Todos nos conocíamos, había amabilidad y respeto en todo y para todo, en esta ciudad existía un donaire mundial, fuimos la primera meca de inmigración de pueblos extranjeros en este país, fue la ciudad de esa época más europeizada en todos los aspectos, era multicultural y erudita, organizada y sociable.

-- ¡a propósito del teatro Cisneros, ahora que recuerdo!--, prosiguió. Veíamos esa noche mi difunta amada y yo la película “La Encadenada”, cuando de repente ocurrió la tragedia.

Aldo lo miró sorprendido y sirvió una ronda de un aromático brandy con definidos olores del trópico, café y picante asiático, de la casa Delemac le Voyage, uno de los pocos gustos y delicias que aún conservaba Roque.

-- ¿de qué tragedia hablas?--, le preguntó Aldo.

-- la muerte de tu tío abuelo--, dijo Roque. El político y periodista: Pedro Pablo Contreras, a manos de otro periodista y poeta: Horacio Paredes.

-- un día, algo de esa historia le escuché a mi padre--, dijo Aldo. Pero solo tengo un recuerdo muy vago.

-- fue en un duelo--, dijo Roque. Aunque otros decían que había sido un vil asesinato orquestado por antiguos aliados, y tiempo después opositores políticos. ¡Yo pienso que fue un asesinato! Y lo maquillaron para verlo de otra forma. Porque Pedro Pablo, era el dueño de un prestigioso diario y atacaba con certeza a la corrupción de la época; él, era un hombre de ley, incorruptible y leal a sus ideales y convicciones políticas. Y te preciso algo más mí querido amigo: fue en realidad Pedro Pablo Contreras quién revolucionó el concepto del periodismo en esta ciudad. Fue él quien lo transformó en una actividad netamente intelectual, en una profesión de respeto y consideración a pesar de que la misma estaba cercada por dos hienas hambrientas: la política y la iglesia. Claro está que, la segunda, llevaba la batuta de todo. Fundó este gran amigo y escritor en mayo de 1914, un periódico noble e innovador, pero desgraciadamente existía un acecho inclemente en contra del mismo. Y lo abrumaron sin piedad oscuros personajes a quienes no les convenía este tipo de cambio. Algunos sectores políticos con ideas nuevas y liberales habían logrado conseguir en Pedro Pablo un gran aliado para defender a capa y espada esos ideales de renovación y progreso. Aunque por otro bando corría la especulación de que el odio que se generó entre ellos y que finalizó con el sonado infortunio, fue por el amor de una “dama” de la vida nocturna. Los únicos a su favor y que lo conocimos íntimamente fuimos: el maestro Raimundo Vintagge y yo. -- ¡Raimundo, como te recuerdo carajo!- ¡ese tipo fue un gran sabio y líder del libre pensamiento! Fundador de una gran librería y de círculos literarios de la hermosa y prodiga ciudad de ese entonces.

-- de todas formas todo eso ya es historia--, dijo Aldo con tristeza.

-- la cuestión fue fregada--, dijo Roque. Nunca se supo a ciencia cierta el meollo del asunto, porque Horacio Paredes un tiempo después, se suicidó en la prisión conocida como la tenebrosa “80”, y otras malas lenguas dijeron que, fue un asesinato y estaba involucrada la Masonería y también un familiar muy cercano a Pedro Pablo. En fin, la cuestión fue que su muerte fue vengada.

-- todo tuvo un mal final en mi familia --, dijo con nostalgia Aldo.

--desde la muerte de María todo terminó en mi loca existencia--, dijo Roque. El dolor mío al igual que el tuyo, también está en su etapa terminal. Y cerrando los ojos cayó en un estado de inopia. Más tarde, salió del letargo y sonrió.

-- Necesito un trago para llenar este vacío inclemente --, dijo. Ya no tengo nada porque vivir, el licor es lo único que me ayuda a respirar.

--no recuerdo quien dijo esto--, dijo Aldo. “que la vida era una larga muerte” porque de alguna u otra forma “vivimos” sujetos a las miserias del alma y del cuerpo.

--así es mi estimado Aldo--, dijo Roque. Y yo te oraré un fragmento si mi memoria no me traiciona, de algo muy profundo que leí de muy joven, pero que a lo mejor no viene al caso: --“esta vida tal y como la vives ahora, y como la has vivido; deberás vivirla una e innumerables veces más, y no habrá nada nuevo en ella; sino que habrán de volver a ti cada dolor y cada placer, cada pensamiento y cada gemido, todo lo que hay en la vida de inefablemente pequeño y de grande, todo en el mismo orden e idéntica sucesión, aun esa araña y ese claro de luna, estos instantes y aun yo mismo. Al reloj de arena se le da vuelta una y otra vez y a ti con él, “grano de polvo de polvos”. ¿No te revolcarías y rechinarías tus dientes, maldiciendo al demonio que así te hablara?, ¿o vivirías un hermoso instante en el que serias capaz de responder: “tú eres un Dios; nunca había oído cosas tan divinas”? Si te dominara este pensamiento, te transformarías hasta convertirte en otro ser diferente al que eres, quizás torturándote. De cuanta benevolencia hacía ti y hacía la vida habrías de dar muestras para no desear nada más que, confirmar y sancionar esto de una forma definitiva y eterna”--.

-- es un escrito bien jodido--, dijo Aldo. Y si mal no recuerdo es de Nietzsche. El humo del cigarrillo le enrojeció los ojos. Sé acercó a la mesa y destapó otra botella de brandy. Al rato lanzó un largo eructo y le dio una mirada agradecida a la botella con ojos vidriosos.

¡Qué miserable puede ser la soledad en un ser humano! Dijo Roque. Que arrastra su vida con una impulsividad destructiva, a los vicios, al desenfreno y abandono.

-- Nuestras vidas están impregnadas por los recuerdos de un pasado mejor --. Dijo Roque.

--“Añorar el pasado es correr tras el viento” dice un viejo proverbio ruso --. Dijo Aldo.

--de todas formas--, dijo Roque. Nada puede llenar ya el terrible vacío que vive en nuestro interior.

Se sirvieron otra ronda de licor y Aldo intuyó que una interminable conversación apareada con una borrachera estaba por iniciar. Roque se veía agotado y su mirada anhelaba la ‘’segunda’’ muerte. Acosado por la febrilidad inició un divagar por erráticas ideas y por un desfile de imágenes del pasado. Un estremecimiento recorrió la humanidad de Aldo, porque a lo mejor esta era la última vez que se verían en este mundo. Hablaron de la vida, de lo que ya no existía en ella, Hablaron del alcoholismo que los destruyó sin compasión, Hablaron de sus muertos, de la teología, del secularismo, de la puteria. De los genocidios, de los vendedores de soledad, de los vendedores de ilusiones, de la libertad, del libertinaje, de las Iglesias recolectoras de dinero. Hablaron del aborto, del incesto, del desamor, de la desidia, de la insidia, de la envidia. Hablaron de las mentiras, de la codicia, de las enfermedades venéreas, de la blenorragia, de la menorragia, de la barahúnda, del coitus interruptus. Hablaron del sexo sin amor, del sexo oral, del sexo seco, del mojado, de las imposturas, de las posturas, del ménage a trois, de la menarquía, de la monarquía. Hablaron de la moral, de lo amoral, de lo amorfo, de los cinodontes, de los cinocéfalos, de la felatio, del cunnilingus, de las pastillas para las erecciones, de las de dormir, de los laxantes, de los barbitúricos. Hablaron de nihilismo, de la siquiatría, del sicoanálisis, del murmullo inconsciente, del desamparo aprendido. Hablaron de la iconoclastia, de la idolatría, de la iconolatría, de la escolástica, de la simonía, del arte abstracto, del lesbianismo, del cubismo, del neoclasicismo, del esnobismo. Hablaron de los cementerios con hoteles para muertos, del purgatorio, del infierno, de mazdeísmo, de genealogía de los divinos, del judaísmo, del Tao, de las rezanderas, del juicio final, del calvinismo, del luteranismo, de la teogonía de Hesíodo, del topos de la Indecibilidad, de Homero y sus narraciones epopeyicas de Dioses y mortales, de Averroes, de Mitra, de Buda, de Santa Práxedes, de San pollancón, de la lira de Orfeo y de su descenso a los infiernos, de Cloto, Láquesis y átropos, de los ángeles buenos, de los caídos, de la inteligencia maravillosa de Gargantua para limpiarse el culo, de la brujería, de zaratustra, de Torquemada(tremendo hijo de puta inquisidor), de Savoranola, de la demencia y los oprobios de la religión Católica. Hablaron de los anarquistas, de los comunistas, de los fascistas. Hablaron de la infinita estupidez humana, del dadaísmo, de Copérnico, de Shakespeare, de Cervantes, de Virgilio, de Dante, de Rimbaud, de Nietzsche, de Cioran, de Verlaine, de Keruac, de Anaïs Nin, de Baudelaire, de Bukowski, de Caicedo, de Ribeyro, de Pessoa, de Nerval, de Hugo, de Miller, de Tzara, de Gide, de Capote, de Kafka, del marqués de Sade, de Justine y Julieta, de Camus, de Sartre, de Cortázar, de Vallejo, de Onetti, de Ausonio y su Mosela, de las letanías luteranas, de las letanías del carnaval, de lo profano. Hablaron de los beatos, de los hijos de puta, de los dobles hijos de puta, de los tetra hijos de puta, de los decahijoputas, del hambre, de la escoliosis, de la halitosis (olor a mierda en la boca), de la sicosis, de la neurosis. Hablaron de las perversas cruzadas, de los grandes imperios. Hablaron mierda y más mierda de lo impúdico, de la “gaya ciencia’’, de la enumeración ‘’caótica’’, de las clases de muertes, del olvido. Y así, hablaron ‘’ad infinitum’’. Aldo se levantó tambaleante.

--Ya no hay ningún sitio a donde ir --, se dijo. Sólo nos queda la inapelable oscuridad. Nada somos y a la nada nos iremos. Y diciendo esto se sumió en un sueño profundo.

Cuando despertó, lo único que vio con vida en el recinto fue a unos gusanos hambrientos que se arrastraban por la putrefacta carne de Roque. Hacía días que había fallecido.

Texto agregado el 15-01-2014, y leído por 123 visitantes. (2 votos)


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