Para Leslie los cuentos de terror nunca han sido de gran miedo, siempre ha pensado que son fantásticos, desde que tiene uso de razón ha crecido escuchando historias de fantasmas y brujas que chupan niños, de hecho son más un mero entretenimiento; estas historias siempre se las ha contado su abuelo, quien tomó la figura paterna en su hogar, a razón de que papá las abandonó a ella y a mamá al año de que ella naciera, se fue a EEUU y nunca volvió, cuando menos eso dijo su madre, aunque esa ausencia no la resintió tanto como cuando murió mamá Ignacia, así le decía a su abuela y quien hace dos años había muerto de cáncer, aunque el llanto por la difunta solo le duró una semana, pues a palabras de la niña, "Ella regresó porque estaba triste ahora siempre me visita en las noches para jugar y platicar conmigo", cosas de niños, se decían entre el abuelo y la mama de Leslie. Tobías Marcial Guerrero, abuelo (y papá por circunstancia) de Leslie, es un hombre de edad adulta y con pocas oportunidades de educación, su piel morena y quebrada por las arrugas dictan una vida expuesta al sol, aunque para ser celador del cementerio del pueblo de San Lázaro resultaba extraño, pues su trabajo generalmente transcurría en las noches, cuando la niebla dibuja machas blancas sobre las criptas y epitafios, más de 50 años de labores le daban a él, material necesario para contarle a su nieta un sinfín de historias que alimentaban su insaciable hambre por este género de cuentos, no está por demás decir que Leslie lo visitaba frecuentemente al cementerio en horas decentes del día, por lo que, para la niña de escasos 10 años, el terror y el miedo, era mera diversión, una razón para compartir con su abuelo tiempo juntos.
Es día de todos Santos, las noches son heladas en esta temporada, aun pueden olerse las flores para los muertos, aún pueden escucharse los ecos de los visitantes que retumban en el cementerio de la Santísima Trinidad; para Tobías esto no es de alarmarse, esto es parte de su trabajo, hace su recorrido con lámpara en mano, caminando entre los caminos angostos y pavimentados del cementerio; de vez en vez, osa caminar entre tumbas, cuando intuye que algún visitante nocturno se aloja en su centro de trabajo, -Una vez que haga este recorrido, regreso a mi cálida cabina y fumaré esos habanos cubanos del mercado- se decía mentalmente Don Tobías, tal vez para darse ánimos, pues algo no le daba buena espina, algo le helaba la espalda haciendo a su piel respingar. A su mente vino esas veces que en el cementerio se encontró a esos muchachos de la telesecundaria Melchor Ocampo, cuatro de ellos para ser exactos, jugando con una tabla ouija, tremendo susto se llevaron los críos, o aquella vez que metros más arriba, allá donde no quieren llegar los más cansados y en donde el servicio de alumbrado falla, estaba esa parejita de enamorados teniendo relaciones sexuales, -"cogiendo sobre una tumba"- se repitió mentalmente Don Tobías, -Ya no hay temor de Dios- ahora se lo dijo dejando escapar las palabras de sus labios arrugados ¿Y porque pensaba todo esto? tal vez se quería convencer que no era “nada” lo que sentía, que estaba solo en el camposanto en punto de las dos de la madrugada y con un frío y neblina dignos de hacer un marco terrorífico de cine, era eso, simplemente “nada”, tal vez mozalbetes jugando a ser valientes en día de muertos o el aire que golpea las ramas secas de otoño, dándole un aspecto de garras amenazantes. Su lámpara ahora apunta allá donde la luz no llega, si, allá en donde estaban fornicando esos muchachos, -¿Cómo se llama ese muchacho que trabaja con Don Milagros?- se decía tratando de recordar el nombre del noviecillo de esa muchacha que le hacía el amor sobre la tumba, se lo preguntaba para desviar el miedo que empezaba a sentir, miedo que hacía mucho no sentía, pues años llevaba en el trabajo, y el simplemente no creía (pese a que le fascinaba escuchar historias y contárselas a su nieta) en la llorona, los duendes, nahuales, fantasmas, cuentos de ese tipo que la gente se inventa para espantar a los pequeños; sin más acercaba sus pasos a ese lugar, sin luz, con tumbas en mal estado, olvidadas, tétricas, con olor nauseabundo, -¿Cómo pudieron venir a hacer sus "cosas" acá?- se decía el celador, la luz apuntaba en todas direcciones, alumbraba nombres en las sepulturas, nombres que el tiempo ya olvidó, -¿Se llamaba Rómulo?- se decía Tobías aun queriendo recordar el nombre del muchacho calenturiento y cuando más inmerso se encontraba en sus pensamientos (¿no era Romualdo?) un crujir de hojas secas en el piso se oyó a sus espaldas, volteando con asombro y apuntado con la luz en dirección de donde venía el ruido... nada, silencio, solo el sonido de los grillos, tenía ahora más miedo, no quería ni preguntar quién estaba ahí, tenía miedo a recibir respuesta, sentía ahora que si creía en todas esas historias, y se decía para sí mismo, - Creo ahora si le llevaré a Leslie una buena historia de terror- siguió caminando, adentrándose más en la parte obscura del panteón y sonó de nuevo ese crujir, ahora a su izquierda, en donde están los árboles secos y rasurados por el otoño, no había más opción, había que hablar, -¡¿Qui-qui- qui-quien está ahí?- con voz temblorosa prosiguió –¡La-la-la-llamaré a la p-p-p-policía!- no hubo respuesta, ahora ni los grillos cantaban, se sentía observado, sus ojos estaban desorbitados, mirando en busca de encontrar “nada”; se acordó de Dios, rezó mentalmente, sacó de entre su abrigos una foto vieja con la imagen joven de su difunta esposa y la besó, la devolvió a sus ropas, y al momento justo de voltearse su lámpara cayó al suelo, un grito ensordecedor inundó el cementerio de la Santísima Trinidad, un alarido que se impregnó en el aire, y que se perdió en la niebla, en la negrura de la noche, la luz de la lámpara que yacía en la tierra alumbraba al vacío, a nada.
Esa misma noche, a las tres de la mañana, Leslie es despertada por su abuelo, quien entra en su cuarto en puntas para no hacer ruido, sin prender la luz, le habla con suavidad para no despertar a mas nadie que ella, -Leslie, despierta, te tengo una historia de terror- Leslie solo veía la silueta de su abuelo en la oscuridad del cuarto, respirando el olor a cementerio y cempasúchil que éste despedía, Leslie frotaba sus ojos que asimilaban apenas la situación de su lucidez -Leslie, despierta te tengo una historia de terror ¡y es real!- el viejo se sentó en la cama y Leslie se enderezó para sentarse también y estar atenta a las palabras del abuelo -¿Qué hora es?- preguntó la niña, no respondió el celador -Cuéntame papá- le dijo Leslie -Hoy en el cementerio, ya todos se habían ido, ya no quedaba ni un alma, solo yo y los muertitos, estaba en mi cabina tomándome un cafecito, cuando decidí hacer mi recorrido, ya era algo tarde, había mucha neblina, y el frío estaba helándome, bueno; camine entre las tumbas pues sentí que algo no estaba bien, algo me daba mala espina, no sé si así siento desde esa vez que los muchachos de la secundaria estaban jugando a la oujia esa, ya sabes que yo no creo mucho en esas cosas, pero por esta cruz, que desde ese día se ha sentido un vibra rete mala en el cementerio, ¿Quién sabe porque? pero bueno; ¿Qué te decía? ah sí, estaba caminando entre las tumbas buscando no sé qué cosa, pero sabía que había algo, algo me observaba, sentía una mirada de esas que te incomodan y que no sabes ni porqué, sentía la necesidad de estar acompañado, tenía miedo Leslie, y lo peor es que tuve que ir a la parte esa toda fea del cementerio, ahí donde... bueno ahí donde está bien feo, y no sé lo que "haiga" sido, pero oí el crujir de las ramas y hojas que se caen ahorita en estas fechas, yo estaba ya temblando que parecía ramita que golpean los vientos, pero me salió lo valiente y con voz firme empecé a pegar con grito "¿Quien anda ahí?", "Salga hijo de la tiznada, antes de que me encanije más", y nada, no se oía más que al viento y a los grillos, entonces el ruido continuó, ese crujir seco, ese crujir que te hace pensar que alguien está ahí agazapado y se delató pisando donde no debía--en ese instante se prende la luz del cuarto, es la mama de Leslie, en un mar de lágrimas y sollozos, - Hija, acaba de venir el agente municipal a decirme que encontraron a tu abuelo muerto en el camposanto- Leslie con cara seria e inexpresiva le dice a la afligida madre - Si mami, él está bien, solo que ahora él si cree en historias de esas que dice eran para espantar niños, mamá Ignacia que se sentía muy sola, no la culpes, todo está bien- la mamá de la niña que estaba parada en el marco de la puerta de entrada, mira al lugar en donde se supone debería estar sentado Don Tobías, no hay nada, pero para los ojos de Leslie, está un anciano, de tez morena y piel quebrada por las arrugas, cabellos blancos, con los ojos bañados ahora en cataratas, con la expresión del horror y la angustia, el miedo y la desesperanza, abriendo la boca para exhalar un último grito, un último alarido, al saberse muerto, al saberse parte de un cuento de terror.
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