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Desembocó presuroso por la calle del comercio y llegó hasta el callejón del Líbano, para más tarde doblar y continuar su peregrinaje por la calle del camino a Sevilla y terminar recorriendo el callejón de sabanilla. A lo lejos, divisó la deteriorada casona de estilo neogótico que servía de vividero a un desquiciado sicólogo de nombre Simón Farnesio. Allí rodeado de seres tan viciosos y alucinados como él, vivía quien en otros tiempos fuera una eminencia en su profesión. Sentados en la terraza había locos y bellacos y una mujer con cara lavernica sonreía, y mientras con una mano se sacaba los mocos, con la otra se rascaba el perdido culo. En la entrada del abyecto lugar, había un inmenso letrero con una frase de Poe que decía: “LA CIENCIA NO NOS HA EXPLICADO AUN SI LA LOCURA ES O NO LO MAS SUBLIME DE LA INTELIGENCIA” Entró a la sombría casona y encontró sentado en un poltrón decimonónico a Simón. Estaba sin camisa, y, con un sombrero panameño descolorido y roto entre sus ganchudas manos. Miraba a la nada y a su lado; una extraña mujer de aspecto gitano, leía a viva voz, el poema “el vino del solitario” de Baudelaire:

La singular mirada de una mujer galante
Que llega hasta nosotros como la blanca luz
Que enviara la luna al lago tembloroso
Cuando quiere bañar su indolente belleza;

Los últimos escudos que tiene un jugador;
Un beso lujurioso de la flaca Adelina;
Los ecos de una música cálida y enervante
Como el grito lejano del humano sufrir,

No vale todo ello, oh botella profunda,
El penetrante bálsamo que tu fecundo vientre
Ofrece al corazón del poeta abrumado;

Tú le dispensas vida, juventud y esperanza
-Y orgullo, esa defensa frente a toda miseria
Que nos vuelve triunfales y a dioses semejantes.

Simón, levantó su leónica cabeza y con un ademán, señaló a la peculiar mujer que se retirara.

--Querido Aldo---, saludó. ¡Dichosa la razón que te trajo a mi humilde morada! Lo invitó a sentarse, y le ofreció una botella de ron blanco.

-- Ya ves Simón, vagando sin razón por la vida--, dijo Aldo con sarcasmo y se empinó la botella.

-- ¡Ah… la razón y la vida!--- exclamó Simón. Por eso me gusta andar entre estultos, son más muertos e inocentes. Decía Erasmo de Rotterdam en su “Elogio a la locura” que la locura no puede vivir sin la razón. “A través de ella el hombre es capaz de reconocer la miseria que lo rodea, identifica sus flaquezas, sus errores y su verdadera incapacidad de razonar correctamente. Porque la locura es sincera, transparente, en realidad no hay daño alguno en ella. Por consiguiente, el hombre no debe sentirse desgraciado por estar loco, como tampoco el perro por no saber gramática; ya que la locura es inherente a la naturaleza humana”.

--Y te voy a recitar un pasaje de memoria del mismo Erasmo y sus elogios--, prosiguió.

--“Nací en medio de estas delicias y no amanecí llorando a la vida, sino que sonreí amorosamente a mi madre. Así no envidio al altísimo Júpiter la cabra que le amamantó, puesto que a mí me criaron a sus pechos dos graciosísimas ninfas, la Ebriedad, hija de Baco, y la Ignorancia, hija de Pan, a las cuales podéis ver entre mis acompañantes y seguidores. Si queréis conocer sus nombres, os los diré, pero, ¡por Hércules!, no será sino en griego. Ésta que veis con las cejas arrogantemente erguidas es el Amor Propio. Allí está la Adulación, con ojos risueños y manos aplaudidoras. Ésta que veis en duermevela y que parece soñolienta, es el Olvido. Ésta, apoyada en los codos y cruzada de manos, se llama Pereza. Ésta, coronada de rosas y ungida de perfumes de pies a cabeza, es la Voluptuosidad. Ésta de ojos torpes y extraviados de un lado para otro, es la Demencia. Ésta otra de nítido cutis y cuerpo bellamente modelado, es la Molicie. Veis también dos dioses, mezclados con esas doncellas, de los cuales a uno llaman Como y al otro «Sublime modorra». Con los fieles auxilios de esta familia, todas las cosas permanecen bajo mi potestad y ejerzo autoridad incluso sobre las autoridades.
Ya habéis oído mi origen, mi educación y séquito. Ahora, para que no parezca que abuso sin motivo del título de dios, poned las orejas derechas para escuchar cuántos beneficios proporciono, así a los dioses como a los hombres, y cuán dilatadamente campea mi numen. Pues si alguien escribió con acierto que un dios se caracteriza por ayudar a los mortales y si merecidamente entraron en el Senado divino quienes descubrieron a los mortales el vino, el trigo o cualquier otro beneficio, ¿por qué yo, por derecho propio, no me llamaré y seré tenido por «alfa» de todos los dioses, cuando soy más generoso que todos en cualquier especie de bienes?”--. Y diciendo estas palabras, irrumpió con larga carcajada. Encendió un cacho de cannabis y retuvo una bocanada con ojos desquiciados.


-- Cada amanecer es absurdo y cada situación que se “viva” es inútil--, dijo Aldo con tristeza. Es “vivir” sin fe, es “vivir” muerto.

-- Según mi compadre Epicuro nos morimos; pero, nunca estamos muertos--, dijo Simón. “Así, el más terrorífico de los males, la muerte, no es nada en relación a nosotros, porque cuando nosotros somos, la muerte no está presente, y cuando la muerte está presente, nosotros no somos más. Ella no está en relación ni con los vivos ni los muertos, porque para unos no es, y otros ya no son”.

-- ¡qué gran marihuanero tuvo que ser este tipo!--, prosiguió Simón. Y para tu descanso eterno no le des mente a todo el misterio de la fe, y la razón, la muerte, y…etcétera, etcétera: es absurdo, y todo lo absurdo es inexplicable.


-- Por eso, brindemos hasta morir infinitamente---, dijo Aldo al marcharse. Para escapar de la otra muerte.

Texto agregado el 13-01-2014, y leído por 227 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
14-01-2014 Me estoy volviendo cucú simasima
 
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