Capítulo 8: La tumba del faraón.
El equipo se levantó de madruga, era el gran día, conocerían la tumba del faraón. Tomaron su desayuno pausadamente, aún era muy temprano y de esa forma estarían listos para partir apenas llegase Mohamed .Los alimentos de esa mañana eran los “mejores” que los jóvenes habían visto desde su llegada al campamento, había una cantidad considerable de emparedados, café, pasteles árabes y fruta. Era una lástima que la pareja no tuviera ni pizca de apetito.
L aura en lugar de mostrar su resplandor habitual, estaba concentrada mirando las ondas que se formaban en su amargo café, lo único que se digno a tomar del desayuno, la chica no recordaba haber pasado una noche tan mala en toda su vida, prácticamente no durmió, su aspecto era lánguido y muy triste.
El ánimo de Eduardo tampoco era el mejor, aunque no quisiera admitirlo la conversación de antenoche lo había dejado preocupado, era cierto que nunca creyó en las predicciones ni en los videntes, pero, que te digan que una extraña niña pequeña vio tu muerte y tu incierta paternidad, no deja una sensación agradable en lo más mínimo, con desgana apenas mordía su manzana mientras su mirada se perdía en la nada.
-¿Qué ocurre chicos? – Preguntó Abdul con la boca llena de un empalagoso dulce árabe.
-No es nada Abdul, no pasamos una buena noche, eso es todo – Respondió Laura de forma molesta, no dormir sacaba lo peor de su personalidad.
-Me están ocultando algo, no nací ayer….- Abdul no alcanzó a terminar su frase puesto que la bocina de la camioneta de Mohamed lo interrumpió.
Todos subieron rápidamente al vehículo, sin tomar en cuenta que el jefe de excavación probablemente no había desayunado.
La tumba de Tutankamón prometía tener tesoros inimaginables y misterio en todos sus rincones.
Un mechón rebelde se escapó del velo de Laura quien al acomodárselo sintió un ligero estremecimiento al rozar ese ordinario trozo de tela, Eduardo notó la compunción de su rostro e instintivamente la abrazó. Su temple anímico no era muy distinto al de su esposa, pero, como nunca fue un chico que irradiase felicidad, lo disimulaba muy bien.
Llegaron a la rivera del Nilo, el velero al cual Laura le había tomado cariño era, otra vez, el transporte más pertinente para llegar a Luxor, tierra del valle de los reyes.
Apenas desembarcaron un nerviosismo común se apodero de todo el equipo e inclusive el inexpresivo Mohamed puso cara de asombro al hallarse frente al sepulcro del rey.
La entrada al panteón no era diferente a la de las cámaras de Amarna, pinturas por todos lados y hermosos jeroglíficos que tuvieron un efecto benéfico en la joven, su malestar desapareció dándole espacio a su carácter alegre y espontáneo.
El equipo decidió separarse, Laura se encargaría de la momia, Eduardo de los grabados, Abdul de los tesoros mortuorios y Mohamed haciendo gala a su pereza se fue a no ser molestado. Laura lo comenzaba a considerar alguien completamente inútil, no había hecho nada y los hallazgos de la investigación eran puramente gracias al grupo de arqueólogos, parecía que lo único que hacía era dar órdenes a gritos a sus trabajadores.
Laura avanzó hasta la profundidad del recinto, la momia estaba bastante alejada del sector de trabajo de sus compañeros, era el sitio más oscuro de todo el lugar.
Por fin gracias a su linterna, localizó el enorme ataúd de oro del rey, Laura no sabía si el sentimiento que la invadía era intriga o temor a lo desconocido, pero, muy pronto su excitación la superó y con paso atolondrado se acercó al lecho de muerte del faraón.
Una espectacular máscara de oro y lapislázuli cubría aquel rostro, Laura notó que ,para la época, el rey adolescente era bien parecido, si es que era realmente como en la máscara, en sus brazos cruzados descansaban un látigo y un bastón, símbolos de su rango y poder. Nadie desde la expedición de John Carter había abierto la tumba, perturbando a la momia, Laura con cuidado destapó la ataúd y para su sorpresa se encontró un cuerpo que, pese a los milenios, estaba impecable, se podían advertir los rasgos de la verdadera fisonomía del rey, es más, en su cabeza, llena de resina por la momificación, se levantaban cuatro lamentables mechones de cabello negro como la noche. Laura pensó que su alegría al ver a la momia iba a ser indescriptible, se equivocó, había un no sé qué malicioso en ese cadáver y le infundía un poco de miedo, en realidad , tenía los pelos de punta .Creyó que esas emociones eran producto de su ansia ,sin embargo, sabía que no podía engañarse a sí misma pero por lo menos su propio argumento la ayudó a perder el recelo que el rey Tut le causaba.
Hubo un detalle que llamó la atención de la joven, en la base de la ataúd, se mostraban unos perfectos tallados, en los que estaban Tutankamón junto a su mujer, Laura creía que el amor en un matrimonio concertado e incestuoso era imposible, pero, por lo que se veía ese hombre estuvo loco por su esposa, en uno de los muchos dibujos, estaba retratado el ojo de Amón Ra, el mismo que Laura traía en su cadena.
La joven salió de la tumba casi saltando, con su descubrimiento del cuerpo casi intacto del faraón podrían hacerle un estudio en profundidad, analizar su ADN podría ser ventajoso para que Abdul, si todo marchaba bien, hiciera una reconstrucción de la faz del faraón.
Esas ilusiones se cortaron de cuajo cuando, al salir de la cámara mortuoria, se encontró con un angustiado Abdul y a sus pies el cuerpo de Eduardo.
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