El pintor hacía formas en el aire con un pincel. Se arrodillaba y se santiguaba, a lo mejor era porque su pintura siempre estuvo inclinada por un fanatismo religioso. Se hacía acompañar de un perro tuerto. A su lado mantenía todo los implementos para pintar al óleo, que es una de las técnicas de la pintura más difícil. Se llamó en vida Franco Carriers, el apellido que era de origen galo decía: — era el apellido de su madre, que fue una puta francesa que mal vivió en burdeles del barrio chino y la cual murió siendo el muy niño, y su padre, según, pudo ser cualquiera. Franco dejó solo una pintura: “la vida y la muerte”. Y cuentan que la pintura llora, cuando la sumen en las penumbras o cuando una tarde se torna gris. Mientras daba cuenta de una botella de aguardiente, empezaba a preparar una mezcla que no era otra cosa que, una receta del aglutinante para hacer un óleo, y decía la fórmula mientras la revolvía:--“cien centímetros de barniz del monte, luego le echas cincuenta centímetros de aceite de linaza, le metes cincuenta centímetros de trementina de Venecia y por último, un gramo de cera de virgen disuelta en aguarrás”--. También, se jactaba de manejar a la perfección todas las técnicas del estilo, como el “Alla prima”, el “Impasto”, el “Restregado”, las “veladuras” el “Prepintado” y el “Húmedo sobre húmedo”. Entonces, con la mirada absorta se rascaba desesperadamente los huevos y se limpiaba en la mugrienta ropa. Encendía un cigarrillo tras otro, y al rato se retiraba unos pasos entornando los surcados ojos contemplando en las penumbras del bar la grandiosidad del óleo. Le abría el hocico al perro y le echaba un chorro de aguardiente como sí celebrara haber expuesto en el mismo infierno. El perro salía temblando como si hubiese visto al mismísimo diablo. La pintura era tan real que helaba hasta el tuétano, era magistral, pero a la vez despertaba un sentimiento indescriptible de tristeza al contemplarla.
--Esta pintura la parí en una noche de insomnio cuando tomé conciencia de mí muerte--, dijo. ¡Fíjate en la verdadera esencia de este óleo!
“Esta mujer de pelo tan largo como el dolor es la melancolía, que es uno de los cuatro humores del alma, porque en ella: se sumerge nuestro espíritu en la más abyecta oscuridad. Y el hombre de amante mirada que está traspasando el umbral de su vagina, representa a Eros embriagado, en una escena única, sublime. Y esta leve claridad que representa a la vida, se funde en lacónico abrazo con la soledad de un alma sin pasiones. Y esta mancha amarilla que cruza sus pechos, es el destello que representa a lo divino y lo siniestro. Y el poeta melancólico que está versando la escena, es el que desea lo imposible, lo absurdo, lo distante, descubriendo al final a un amor que se extingue, sumiéndose en la sensual nostalgia de la posesión, exaltando hasta el paroxismo la fuerza inusitada de la angustia de donde nacerá su primer y último poema. Y su gran poema, que es la misma pintura, será su inmortalidad.
¿Qué piensas tú de la obra? Le preguntó a un amigo mientras encendía otro cigarrillo.
-- Representa al amor y a la muerte--, dijo el tipo. A mi poco entender: a Eros y a Thanatos, que desde tiempos inmemorables son manifestaciones de nuestro ser que están vetadas, por ser incomprensibles y hasta cierto punto inaccesibles. La muerte y el amor es una simbiosis trágica. Porque la muerte incita al eros, y el eros impúdico y misterioso atrae a la muerte. ¡También es muy claro! Que el poeta de tu óleo, está casi muerto por la borrachera.
--una de las locuras divinas es la poética--, dijo. Según Platón: porque orienta a la persona hacía el mundo del arte adquiriendo dones superiores a los que ya poseía.
--Definitivamente la melancolía--, prosiguió. Provee al ser humano de virtudes para la poesía, la pintura, la filosofía y la política entre otras vainas.
--¡Pero como lo enunció un filósofo griego de la antigüedad, del que no recuerdo ahora su nombre!--, exclamó: “No es el enfermo de melancolía el que se identifica con el loco divino, sino el de temperamento melancólico”. Y algo más, en cuanto a la borrachera que mencionaste del poeta de mi pintura. Aristóteles decía que: --“los bebedores o borrachos, desde los callados y taciturnos a los locos y violentos pasando por los demagogos, charlatanes, llorones, exaltados y estúpidos. Se derivarían del êthos individual y de la cantidad de vino que se beba. El vino puede despertar el talento humano en ocasiones pero nunca sustituir a la naturaleza como sustrato permanente del genio: "el vino produce la genialidad no por mucho tiempo sino por poco; la naturaleza, siempre, mientras vivamos”--.
--Es nuestra naturaleza la que se impone--, dijo el amigo. Aunque eso en mi concepto, es relativo. Te diré una que nos tiró Tomás de Aquino: “los melancólicos no esperan a que la razón delibere sino que siguen la primera imagen del apetito concupiscible "debido a la vehemencia del movimiento de la melancolía encendida, cuyo ímpetu no puede el hombre fácilmente resistir, al igual que la tierra inflamada arde con más fuerza”
-- Te contare más tarde el sueño que marcó mi vida y me alentó a pintar --, dijo él pintor. Y le inoculó por siempre el “deus” agónico de la poesía a mí pintura.
Pero no contó el sueño, sino que tomó el lienzo y lo colocó bajo su brazo. Luego, emitió un largo silbido que despertó al perro y se fue arrastrando los pasos, para irse de nuevo a morir en otro lado.
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