EL ESPECIALISTA
La jardinería era su oficio desde muy joven. El cultivo de bellas especies de rosas su especialidad. La dedicación y el fino cuidado de las hortensias, orquídeas, margaritas, petunias, jazmines, amapolas; le absorbía todo el tiempo de su trabajo.
Con sus manos sensibles las toma con delicadeza. Las observa con sus ojos agudos. Como el analista en su laboratorio busca descubrir en ellas algunas partículas microscópicas ocultas. Frota sus pétalos pulcros y frescos. Blanco, Azul, rojo-escarlata, violeta, rojo-carmesí, amarillo, rojo- bermellón….
Escarba con sus dedos acariciando su piel como si fuera buscando los labios menores de una vulva excitada en estado de celos de una bella mujer. Había que verlo trabajando en las horas cuando el sol subía hiriendo el jardín con sus rayos henchidos de vida. Por su olfato de floricultor conocía el trato y el tiempo que debía dedicarle a cada una de ellas. Muchas veces, se le sorprendió hablando con ellas muy entretenido. Otras, les recitaba bellos poemas o les cantaba una canción con letras sublimes de amor, sacadas de lo profundo de su corazón.
Había trabajado en muchas casas de familia con diferentes personalidades, hasta que un buen día que fue contratado por la mujer de un jefe militar.
Un hombre bruto y sin educación que se hacía pasar de listo y de paso se vanagloriaba por el rango que ostentaba, humillando a sus subalternos y a la gente que hacía vida junto a él.
La mujer, joven y hermosa, día por día daba seguimiento a cada movimiento del joven cultivador de rosas, interno en el centro del huerto. Lo observaba con detenimiento desde el balcón fuera del alcance de los ojos inquisidores de la gente. La manera como actuaba, la delicadeza y sensibilidad al palpar los pliegues sensuales de la corola de cada una de ellas, abiertas por sus manos buscando detenidamente descubrir su pistilo alumbrado por los rayos del sol bienhechor.
Sus ojos ocultos seguían cada paso que daba, absorbiendo muy de cerca la fragancia agradable que le traía la brisa tibia cada tarde perturbando sus sentidos. La hacía soñar siendo tocada por aquellas manos divinas recorriendo su piel encendida y delicada, igual como cuando sus dedos se desplazaban serenos por el rojizo pliegue semi-abierto de las amapolas.
Respiraba profundo, sintiendo la caricia sutil de las manos de aquel hombre que desde que llegó a la casa inquietaba su sueño sin él saberlo, dedicándole todo su tiempo al cultivo de las flores del hermoso jardín sin mirarla, mientras ella se consumía viva de celos cuando miraba que las tocaba desde la prisión donde pasaba cautiva todo el día.
Los días cercanos al pago, el militar tenía la costumbre de levantarse muy temprano. Comenzaba a dar órdenes como si la casa fuera la fortaleza. Nadie podía aguantarlo al tronar como un energúmeno caminando por el pasillo, la cocina, bajaba la escalera yendo a parar al patio de la mansión despertando a todo el que vivía por allí.
La mujer al oírlo, molesta se tiraba de la cama. Su cara mustia igual como una rosa ajada que no pudo conciliar el sueño durante toda la noche, miraba a todo lado, como buscando a alguien que consolara su disgusto.
El jardinero, un día de estos al llegar se sorprendió por lo que miraban sus ojos que se iban a comer los gusanos. Al entrar al jardín, repentinamente apareció la figura borrosa de la mujer, desnuda por completo. Sus atributos femeninos propiedad del jefe militar, los exhibía al aire libre, a la luz de los primeros rayos de sol, luciendo lozana colocado su cuerpo rozagante y hermoso encima de un canapé a un lado de la piscina al alcance de sus vistas.
La soberbia mujer, orgullosa de lo que mostraba, coqueta, miró hacia donde sabía que la estaba espiando el joven jardinero. La actitud y gestos de la mujer, eran la de una dama magnetizada por el amor. Su docilidad y recato, el profesional lo había comparado con el crecimiento en la huerta de la flor de la petunia, la de hortensia, más aun, una orquídea ¡pura! de color blanco al ser besadas por el brillo tenue de luz a la caída de la tarde.
Sin sonrojarse, se acercó como estaba donde se encontraba turbado aquel hombre que sin querer la había pescado ´´como Dios la trajo al mundo´´
El hombre encogió sus hombros como disculpándose con la mujer por lo que había visto. Ella en aptitud complaciente le fue encima desnuda por completo.
Parecía una gacela moviendo en cámara lenta sus torneadas piernas, su anca de diosa silvestre, cabellos dorados, rizados en cascadas tirado sobre su ancha espalda, sus finas manos alzadas en actitud de alcanzarlo. Sus bustos gráciles, aprestados herméticamente columpiaban mareándolo de felicidad. En el ombligo una mata de pelos se retorcía, igual que bejucos alegres movidos por el hálito de brisa que corría meciendo los tallos negruzcos plantados como un hermoso rosal entre sus entrepiernas.
El visor de la cámara de sus ojos, aturdido, lucía empañado. Se pellizcó sin poder creer los que sus ojos veían. ¿Soñaba o estaba despierto? La realidad o mentira de todo esto no le dio tiempo de investigarlo, si soñaba o estaba despierto le daba lo mismo, porque desde que llegó a la casa, estando frente a ella había perdido la noción del tiempo, no sabía ahora cuándo era de día o cuando de noche. Si lo que veía era verdad o si era un sueño.
Humberto Ramírez -así se llamaba el jardinero- conocía de sobra hasta donde podía llegar el militar en defensa de la mujer que era su esposa si llegara a darse cuenta de aquello. Por lo que, atemorizado se puso a suplicarle a la diosa parada desnuda delante de él, casi de rodillas.
´´ ¡Perdóneme, doña Virina!´´ ´´ ¡no quise mirarla!´´ ´´ ¡Fueron mis ojos los intrusos! ´´ ´´borrarlo de mi corazón y de mi mente es imposible ¡le juro por Dios que no sabría cómo hacerlo para olvidar lo que mis ojos han visto!´´ ´´Pero, sí me lo pidiera, ¡por usted me los sacaría!´´ ´´porque de otra forma jamás podría borrar ¡las maravillas! que ellos de usted han visto….´´
La mujer sin escucharlo, colocó una de sus finas manos sobre los labios asustados y temblorosos del joven hortelano. A seguida colocó el dedo índice de la otra mano sobre sus hermosos y calenturientos labios, indicándole que hiciera silencio, que callara…. las palabras sobraban…
AUTOR-: JOSE NICANOR DE LA ROSA
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