NOTA: Los hombres han involucionado hasta ser nuevamente animales; en cambio, los lobos han evolucionado y llegado a ser personas racionales y con conciencia. Los niños-lobos van a visitar el Antropológico, donde están los hombres.
(Si desea, puede leer el relato anterior: El Antropológico)
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El Guía invitó a los lobeznos a comenzar su visita a los ántropos, e ingresaron pasando por debajo de un gran letrero informativo:
HOMOLOBOS
(Lobhomos o Lobhombres
“Homo hominis, lupus”
“El hombre es un lobo para el hombre” (Spinoza)
Lo primero que vieron los lobatos al ingresar a la primera sección del Antropológico, fueron unos seres extraños que sólo habían visto en películas, pero que, al verlos vivos ante ellos les causó una tremenda impresión.
- Es la sección de los homolobos, indicó el Guía.
- ¿Lobos como nosotros?, preguntó un pequeño extrañado.
- No como nosotros hoy, sino los hombres que degeneraron hasta tener algunas características que poseían nuestros antepasados.
Los lobatos visitantes se encontraban en un mirador de altura frente a un campo de casi una hectárea con una buena cantidad de homolobos. Estuvieron contemplando, pero, no fue del todo su agrado lo que veían.
- ¡Uy! ¡Son casi pelados!
- ¡Qué feos!
- ¡Qué sucios!
- Nosotros, prosiguió el Guía, no éramos ni feos ni sucios como ellos. Cuidábamos mucho nuestro aspecto y aseo en nuestras correrías por las grandes estepas o selvas.
Los humanos, en su involución, conservaron mucho de lo que eran antes. En ellos la degeneración no fue tanto biológica sino mental.
Están divididos en tres clanes: grises, rojos y blancos, tal como éramos nosotros. Los blancos están en la parte del fondo, a nuestra izquierda los rojos y a la derecha los grises. Viven en esas cuevas que les hemos construido.
Estos lobhombres o lobhomos descienden de antepasados humanos que fueron rapaces y feroces con los más débiles. Muchos de sus ancestros eran dueños de bancos, de empresas financieras y similares que actuaban si compasión alguna con los que caían en sus manos y no podían cumplir con sus compromisos pecuniarios. Procedían entonces a despojarlos violentamente de sus viviendas, vehículos y enseres del hogar, dejándolos en la calle, a la intemperie.
Formaban grupos que también competían entre sí.
Estas características las conservan hoy.
¿Ven ese lobhombre gris que entró en el campo de los rojos? Se está aprestando para hacer un despojo.
Cada lobhombre tiene su comedero, uno al lado del otro. Pero ninguno puede meterse en un comedero ajeno, porque en el cuello tienen un dispositivo que sólo les permite acceder a su propio lugar. Si se meten en otro, sienten un pequeño y molestoso golpe de corriente eléctrica. Así aprenden. Pero este dispositivo no funciona con los individuos de otros clanes.
El lobhombre que les señalé acaba de husmear y ver restos de alimentos en uno de los comederos.
Los visitantes vieron como, repentinamente, esa criatura gris agarró con sus fauces y manos el alimento y salió huyendo velozmente. El homolobo afectado se dio cuenta demasiado tarde. Lo persiguió, pero el fugitivo se adentró en su territorio y se metió en su madriguera.
Su perseguidor se dio cuenta de que estaba en territorio ajeno, y por lo tanto peligroso. Continuó su carrera, pero regresando al suyo dando un amplio rodeo. Todo, en medio de los comentarios alborozados de los lobatos.
- Así eran cuando humanos. Ahora, por instinto, continúan siéndolo: rapaces.
Dejó que los pequeños continuaran observando a los lobhomos que se encontraban echados por doquier, los más pequeños correteaban y jugaban entre ellos, o simplemente husmeaban por doquier.
En eso, un gran lobhombre macho comenzó a aullar y los otros se fueron agregando ocasionando un concierto impresionante de aullidos.
Unas rejas comenzaron a avanzar desde tres lados hasta separar los tres clanes Antes, de cerrarse, los individuos que andaban en territorio ajeno, corrieron a su territorio. Algunos entraron a sus cubiles.
- ¿Para qué es esa reja?, preguntaron los lobatos.
- Dentro de dos días habrá luna llena. Con ella, los lobhombres empiezan a aullar y a volverse peligrosos. Pelean y se destrozan entre clanes. Para evitarlo están estas rejas. Ustedes han tenido suerte de ver la operación de encierro.
- Pero nosotros no somos así, expuso un lobezno rojo de lentes.
- No lo somos. Pero antes sí. Al tener uso de razón tuvimos que aprender a convivir sin importarnos el color del pelaje. Hemos aprendido también que no podemos ser como ellos, lobos rapaces que se aprovechan de los demás.
- ¿Continuemos?, preguntó, y se puso a la cabeza del grupo de los pequeños pensativos para pasar a la siguiente sección, cuya entrada tenía el nombre de los que iban a visitar, con su respectiva frase:
PERRHOMOS
“El perro los acompañaba
Y caminaba detrás de ellos”.
(Tobías)
Los lobatos vieron a muchos homos pequeños, tipo pigmeo muy parecidos a los lobhomos, por lo que el Guía explicó:
- Algunos de ustedes ya conocen a los perrhomos o perrhombres. Parientes menores de los lobhomos. Sus antepasados eran personas a las que les gustaba vivir de los demás. Hoy son mascotas en algunos hogares. La naturaleza los ha ido empequeñeciendo, para que no ocupen tanto lugar en las casas. Se contentan con el alojamiento, la comida, la salud y un poco de cariño. Pagan con sumisión, y haciendo sus cabriolas que nos encantan.
A su derecha, pueden ve que algunos están con sus adiestradores. Ellos los entrenan para ser lazarillos de nuestros hermanos no videntes: También los adiestran para encontrar personas perdidas en la selva o en la cordillera.
Largo rato contemplaron cómo los adiestraban. Cuando consideró conveniente, el Guía los invitó a continuar su periplo.
MOMHOMOS
(Monhombres)
“Cuando la mona se viste de seda,
se ve muy mona”
(Sufrín)
Otro amplio espacio, pero con más movimiento. Sus ocupantes jóvenes corrían, se perseguían, jugaban o peleaban. Subían y bajaban de los abundantes árboles esparcidos en el parque. Allí se estaban quietos o balanceaban en sus ramas.
Dejó el Guía que observaran a su gusto, lo que los peques hacían con variados comentarios entre ellos. Les llamaba la atención el que la mayoría estuviese vestida. Algunos con solo una camisa o pantalón; otros con más prendas: chaquetas, zapatos, gorros o sombreros.
- Este es el monhombre o monhomo. Los hombres que devinieron a ser monos. Conservaron la costumbre de usar ropa, explicó el Guía por sobre la música. Les conseguimos ropas viejas y ellos se alegran cuando se las entregamos y se pelean por ellas.
Igual que los otros homos, heredaron en su degenerar lo que fueron sus antepasados. Son monhombres chaqueteros e imitadores. Vean ustedes al monhomo que está subiendo a ese escenario.
Un macho se acercaba lentamente al lugar. Al cabo de un rato, dio unas sonoras patadas contra el piso de madera, para hacerse notar. Algún encargado del Ántropos debe haber estado atento, pues se escuchó por los altoparlantes una melodía popular de moda.
El “artista” comenzó con buen ritmo a gesticular, bailar y a emitir sonidos guturales. Gran cantidad de sus congéneres se fueron acercando e imitaban todos los gestos del artista. Si se chasconeaba, todos lo hacían; si se peinaba hacia atrás con sus dedos, era de inmediato imitado en sus gestos. Hasta los que se encontraban en los árboles se bamboleaban marcando el ritmo. Todos vociferaban sonidos que intentaban ser acordes.
Los lobeznos comenzaron también a hacer lo mismo, imitando a su vez. El Guía y los Auxiliares se miraron y sonrieron.
- Siempre que lo hagan por jugar y monear, no importa. Hay que estar atentos a que desarrollen su propia personalidad y no sean simples imitones, comentó uno de ellos al Guía, el cual asintió con otra sonrisa.
Pronto, los monhomos se cansaron y los más cercanos empezaron a tirar de la chaqueta al homo-autor, hasta lograr bajarlo el escenario, y cada cual volvió a lo suyo.
- Como les dije, heredaron el espíritu de imitación de sus antepasados: Cuando se destacaba un ídolo de la canción o del espectáculo, todos procuraban imitar su modo de actuar, de vestir y de peinarse. Eso lo conservan hoy por instinto. Creían ser libres pero, sin darse cuenta, eran conducidos a donde los intereses consumistas les interesaba. No tenían personalidad propia.
Cuando alguno de ellos, del montón, empezaba a sobresalir, trataban de tirarlo hacia abajo, para que no sobresaliera. Por esa envidia y por ser simples imitadores hoy degeneraron en homos chaqueteros e imitadores.
- Ya hemos visto suficiente. Continuemos nuestro safari.
Y los guió a la siguiente sección que anunciaba en el frontis de entrada:
OGRHOMOS
y HOMOVEJAS (Ovejhomos)
“Una me da leche, otra me da lana,
y otra me da rabia cuando se me arranca”
(Del folklore internacional)
El panorama cambió radicalmente. Era un hermoso y refrescante prado con ondulaciones y árboles de sombra. Algunos empleados del Ántropos cortaban el pasto con sus máquinas. Por ambos costados, largas techumbres para albergar a un buen número de ántropos.
Un abundante pelambre de diversos colores abrigaba a los ovejhomos, que se encontraban esparcidos por todo el prado
- ¿Para qué cortan el pasto, preguntó un observador? ¿Se lo dan cortado?
- ¡No! Ellos no comen pasto.
- ¿Qué comen, entonces?
- Los hombres habían logrado fabricar alimentos sintéticos muchos más económicos que acostumbraban a comer sus animales. Con sabor a carne o pescado para los carnívoros, o a vegetales para los herbívoros. Y antes de su involución alcanzaron a crear también alimentos sintéticos para ellos mismos.
Nosotros, ahora, los fabricamos para alimentarlos. De otro modo el Ántropo no podría sostenerse. Claro que nosotros los fabricamos de acuerdo al tamaño y necesidad de cada clase de homos. Grandes y gruesos huesos “con carne” para los carnívoros, o pequeños bocados suaves con sabor vegetal para ovejhomos.
- ¿Para qué el pasto, entonces?
- Para que se sientan en ambiente propio de ovejunos.
Al fondo del prado, sentados en unos troncos, había cuatro seres parecidos a los monhomos más grandes que habían visto, pero de horrenda catadura y desordenadas greñas.
- ¿Qué son esos que están en el fondo?
- Son ogrhomos.
- ¿Qué son los ogrhomos?
- En realidad, los ogros nunca existieron. Eran unos seres míticos, feroces, grandes y gruñones, que comían carne humana. Eso era en los mitos y leyendas. Por alcance, eso sí, llamaban ogros a los humanos antisociales, gruñones, amargados, buenos para amenazar y abusadores.
Los ogrhomos que ustedes ven son descendientes de esa clase de gente: de dictadores o de sus colaboradores militares o civiles; esposos o padres déspotas, que trataban de imponerse con grandes gritos y gruñidos y golpes a las cosas o personas cercanas. Había personas ogros en los hogares, lugares de trabajo, y poblaciones. Su placer y seguridad consistía en mantener humillada y sometida a la gente de su alrededor.
Todo eso lo heredaron estos seres en involución.
- ¿Y por qué están junto con los ovejhomos?
- Es que necesitan tener su alcance a quienes dominar y asustar. De lo contrario se enferman y hasta mueren.
- ¿Y qué culpa tiene los ovejhomos?
- Estos descienden de humanos acostumbrados a ser sometidos. Nunca o casi nunca sus antepasados vivieron, por ejemplo, en democracia, sino en dictaduras de derecha o de izquierda. Como que necesitaban estar sometidos; sólo así se sentían seguros pues, pensaban, que alguien velaba por ellos.
Otros, vivieron en países libres, pero al parecer tenían en su inconsciente vocación de esclavos: les gustaba que los mandaran, gobernaran y dispusieran de ellos, que pensaran por ellos. Los ovejhomos que vemos descienden de seres así.
Las homovejas yacían o deambulaban por el amplio espacio verde. En eso, los dos hijos de los ogrhomos caminaron hacia ellas, dando horrendos gruñidos y fuertes golpes contra el suelo. Las homovejas salieron en estampida. Los dos ogrhomos las acorralaron en las techumbres de los costados tirando patadas a las remisas y más lentas.
Mantuvieron su actitud prepotente durante largo rato, hasta que se cansaron. Regresaron entonces a sentarse en los troncos del fondo con rostro de satisfacción.
- Así se lo pasan todo el día, comentó el Guía.
- ¡Pobres homovejas!
- No tan pobres. Parece que están hechas para vivir así. Sin personalidad ni iniciativas.
Y mirando el Guía su reloj, les dijo:
- Ya es hora de la colación. Pasaremos ahora a los comedores para la colación. Ustedes deben ya sentir apetito y sed. Esta tarde visitaremos los homoleones, las homosierpes, los oshomos perezosos y las homormigas acaparadoras. No podemos visitar todo hoy porque el Ántropo es muy extenso, con secciones muy interesantes. Necesitaríamos varias jornadas.
¡Ah! Si alguno desea pasar al baño, estos están en el pasillo de ingreso a los comedores. Así es que,… adelante.
Ese atardecer, cansados pero felices, los excitados lobatos fueron recibidos por sus padres que habían concurrido a esperarlos. Se atropellaban en sus propias palabras para contarles lo que habían visto, aprendido o les había llamado la atención. Sus mayores los escuchaban con atención, complacidos.
Más de algún cachorro sufrió esa noche alguna pesadilla. Sus padres no se preocuparon: las pesadillas oníricas no tienen mayor trascendencia. Las de la realidad sí.
Aunque también son parte de la vida.
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