Diego es un hombre de veintisiete años, abogado de la universidad más prestigiosa de su país; se graduó hace dos años y estaba trabajando en una empresa bienquista. El día anterior al que lo lesionaron había sido uno muy divertido, por la tarde estuvo jugando con un diábolo con sus compañeros de trabajo. Las hervederas que tuvo después de almorzar el día anterior, no se comparan con el padecimiento que experimentó. Su madre le dijo que como iba a estar en una fiesta era mejor que no llevara su reloj de pulsera, pues era peligroso y se lo podían robar, él le hizo caso creyendo que así estaba seguro.
Terminó su jornada laboral a las seis en punto de la tarde, como lo había hecho generalmente; luego se dirigió con unos compañeros de trabajo a un bar. Esa mañana se había afeitado cerca de sus partes nobles, pues esperaba tener una relación sexual casual, con alguna mujer que acabara de conocer. Se fueron caminando, iban tres hombres incluyendo a Diego y cuatro mujeres, todos de la misma sección de su institución. Antes de llegar al sitio de entretenimiento, pasaron por una fiambrería, en la que una de sus compañeras intentó comprar unos pescados que le había encargado su progenitora; no obstante cuando llegaron al lugar de ventas, la convencieron de que no los comprara de una vez, sino que era mejor que los adquiriera mañana por la mañana, pues se le podían perder en la taberna. Pasar por la fiambrería no los desvió de su camino hacia el esparcimiento, pues la cantina, queda en la misma trayectoria, un poco más lejos del sitio en el que venden peces.
El día anterior Diego se había comprado unos zapatos nuevos; cuando llegaron al club, uno al que estaban invitados, un sujeto les indicó la zona en la que se debían sentar, cuando Diego se sentó se quitó los zapatos, pues tenía una ligera llaga en los pies, en la parte trasera, donde termina el borde del calzado. Diego olfateó un olor nauseabundo, inclinó su cabeza hacia el suelo y notó una mezcla de sólidos y líquidos, supo que alguien había vomitado allí, por lo que llamó apresuradamente al mesero, quien lo atendió, y trajo un trapero para limpiar. Luego de que todos pidieran la primera cerveza, Diego salió a buscar muchachas para bailar con ellas, después de ser rechazado una vez, logró conseguir una para danzar. Mientras bailaban, la zagala le dijo que no le gustaban los hombres zalameros, y él le contestó que no haría nada que la molestara. No intercambiaron datos de contacto, sólo se divirtieron pero no hubo sexo.
Después de un par de horas, el club ofreció el convite para celebrar un aniversario más del club. Posteriormente estuvieron conversando, y Diego sacó a relucir que había hecho un curso de karate, por lo que se sentía resguardado. De todos sus amigos, él era el único que tenía conocimientos de defensa personal. Al pasar la medianoche, por mutuo acuerdo, Diego y sus compañeros decidieron que ya era hora de irse a sus hogares. Lastimosamente, Diego vive en un sector de la ciudad en la que tiene que irse solo, por lo que se despidió de sus congéneres y se dirigió a una avenida muy solitaria, en la que esperaba que le pasara un taxi que lo llevara ágilmente a su casa. Todos habían tomado mucho, pero el que más había bebido alcohol había sido Diego, pues siempre le gustaba ganarles a sus semejantes, por lo que se encontraba muy borracho, a duras penas podía caminar.
Pasaron varios taxis ocupados, y luego de varios minutos pasó uno desocupado que lo recogió. Cuando se sentó en el vehículo, sintió un ligero letargo. Cuando se emborrachaba le gustaba decir estupideces, por lo que antes de decirle al taxista la dirección de su hogar, le preguntó - ¿cierto que mis uñas son bonitas? -, le mostró su mano derecha con el pulgar oculto y el taxista lo miró con apatía. Luego de recorrer varias cuadras, el taxista se detuvo, Diego estaba adormilado; un hombre abrió la puerta en la que se encontraba Diego, y lo empujo de tal manera que se golpeó la cabeza contra el vidrio de la puerta paralela. Dos hombres entraron, y el taxi volvió a andar. Lo esculcaron y le robaron la billetera, tenía quinientos mil pesos colombianos. A pesar de que Diego estaba confundido, sí sabía lo que estaba pasando, le dijo al sujeto que tenía más cerca – no me mate, por favor, respéteme la vida -. El hombre lo golpeó con una pistola en la frente con tal fuerza que Diego perdió la conciencia. Lo último que alcanzó a decirles fue – ustedes son unos malditos gamberros -.
A Diego le dieron escopolamina en dosis muy elevadas como para que las hubiera podido soportar, luego lo tiraron a un caño. Pasó un poco más de un día para que encontraran el cuerpo, todavía estaba vivo pero tuvieron que ponerle muchos cables para mantenerlo con vida. Como su estado no mejoró, luego de seis meses sus familiares decidieron desconectarlo.
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