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BUSCANDO LA LUZ

En lo profundo de aquella magna construcción, como si se tratara de un susurró, aquella oración resonaba, cómo un eco diminuto “Padre nuestro, que estás en los cielos…” Cuando de pronto; se acercó un Sacerdote. Le preguntó con tono melancólico y de profunda paz a aquel hombre que profesaba aquella oración con gran devoción espiritual.
-¿Hijo, que te trae a la casa del señor?
-Padre, disculpe por la hora, sólo busco paz, cosa que no puedo encontrar en mí hogar. -Le contestó aquel hombre, al momento de contener su rezo.
Estaban completamente solos en aquella ominosa catedral brillosa. Con sus adornos arcanos, y un halo de luz proveniente de las veladoras proyectando sombras, semejante a almas en pena. Realizaban una danza al unísono de aquel cálido silencio sepulcral.

-Aquí encontrarás esa paz que buscas muchacho, pero cuéntame que es lo que te atormenta y tal vez pueda ayudarte.
-Eso espero, ojalá y me crea. Le contaré Padre: Hace algunos meses, no sé cómo empezó a turbarme una idea que retumbaba en mí cabeza, sabe, era algo extraño, agotador e incesante. Me sentía de pronto con grandes ideas, y se las compartía a mí esposa, pero decía que eran exageradas y extravagantes, había algo dentro de mí, que me dictaba, era cómo un confidente delirante…
-¿Qué era aquello que te atormentaba hijo, no entiendo, a qué te refieres? -Interrumpió el sacerdote súbitamente.
Mientras las enormes imágenes de pinturas en las paredes, con sus diminutas sonrisas piadosas, eran testigos mudos de aquella historia. Así como de tantas otras, que día a día se desarrollan, impregnando de energía los altos muros ornamentados y aquellos arcos colosales.
-Con todo respeto, no lo sé aún y quisiera que usted me ayudará a entenderlo. Continuaré sí me lo permite: Un día de tantos al llegar a casa, comprendí por fin lo que aquella voz decía. Cada segundo, cada minuto, cada día. Decía que la vida es tan monótona y de vez en cuando hay que tener experiencias que nos hagan sentir vivos. Fue cuando decidí realizar la petición irreverente; cerré con llave, preparé todo, suspire, lloré e inmediatamente queme la casa. En ese momento me sentí más vivo que nunca, sentir de cerca la muerte, me hacía disfrutar más la vida. Una especie de piromanía, estimulaba mis sentidos…
-¿Hace cuánto de eso? -Pregunto el Sacerdote, con rostro confundido.
-Fue hace una semana. Por fortuna todo salió bien, aunque desde ese entonces mi esposa no me dirige la palabra. Aunque pasan cosas extrañas en la casa, después del incendio. Esa presencia me sigue acosando, me pidió que la acompañara hacia el otro lado. ¿Padre,cree que tengo salvación por lo que hice?
Cuando el sacerdote volteó para ver al hombre y darle palabras de aliento, no pudo encontrarlo. Sólo vio una espesa bruma blanquecina, que con una leve brisa, extinguió la luz de las velas. Quedando un suave aroma marchito, que inundó la arcaica catedral, dejando todo en profunda oscuridad. Solo un leve susurro: “Padre nuestro, que estás en los cielos…”

Texto agregado el 09-01-2014, y leído por 294 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
09-01-2014 Ahhh... extraordinario cuento hermano, deja sin aliento y viendo la levedad del ser, o el no ser... Cinco aullidos desde el más allá yar
09-01-2014 Eso le pasó por jugar con fósforos. Rentass
09-01-2014 Ambientado en laoscuridad tenue de la catedral lo hace más enigmático aún. simasima
 
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