En la ciudad de Belgrado, el disco solar descendía sobre el horizonte en un crepúsculo de oro bruñido, cuando un avión aterrizaba en el Aeropuerto Nikola Tesla. A bordo del mismo, iba el autor de la brusca maniobra en la autopista Nápoles Roma. El delincuente no podía hacer menos que contemplar extasiado esa deslumbrante transición entre el día y la noche, y en su fuero interno pensaba que en su vida también había existido un tránsito: el de un hombre que llevaba una vida intachable a la de un individuo que había elegido ir en contra de las leyes y de la sociedad.
¿Cuántos recuerdos traían esos atardeceres a Lamberti? Retrospectivamente, recordaba esos momentos de eclosión de la naturaleza casi idénticos al actual en que tomando amorosamente a Eleonora de su cintura, y ante iguales contemplaciones de los descendentes rayos solares, vivía los momentos más románticos de su vida. Lentamente, Lamberti iba saliendo de ese arrobamiento e iba volviendo a la realidad, la triste, de un hombre prófugo de la justicia. Mientras en el bar del aeropuerto pasaba un placentero momento, gustando de una de las comidas de Europa Oriental. Hacía un balance de su vida y pensaba que si bien la misma no podía hacer un giro completo, de trescientos sesenta grados, ya que había cometido un hecho irreversible, podía sin embargo mejorar su situación si denunciaba a la policía al autor intelectual del homicidio y él se confesaba como el autor de la brusca maniobra que había causado la muerte de Bellucci. Quizás de este modo podría obtener una reducción de la pena. Era necesario poner en conocimiento a Eleonora dónde se hallaba actualmente, pues ella había creído que había viajado a Turín. Debía decirle que se reuniera con él en Belgrado.
Decidía entonces, contactarse con su esposa a través de un amigo el cual debía denunciar a la policía al autor intelectual del atentado. Era por esta última razón por la cual Lamberti se valía de un tercero. Recurría entonces a un amigo incondicional, Gianfranco Leonarduzi, a quién le hacía la confesión mas terrible de su vida: la de haber cometido un homicidio por promesa remuneratoria, y le pedía que denunciara a la policía a Gino Gianfelici como autor intelectual del homicidio del directivo de la F.I.A.T. Marco Bellucci. Le requería asimismo en la misiva, que su esposa Eleonora se reuniera con él en Belgrado. Entre tanto, Eleonora muy preocupada por la tardanza en regresar al hogar de su esposo, precipitaba sin darse cuenta, los acontecimientos al participar de su preocupación a Gino Gianfelici. El nombrado, era también un antiguo conocido de Eleonora.
- Tranquilícese Eleonora- La consolaba Gino.- Ya regresará. Si usted lo desea le haré compañía por unos días.
- Agradezco su gentileza sino puede quedarse conmigo por unos días, es usted de mi entera confianza-. Al siguiente día Eleonora atendía a un hombre que también como a Gianfelici, conocía desde hacía tiempo: Gianfranco Leonarduzi.
- Buenos días Eleonora, vengo a hacerle entrega de una carta, tengo cosas que hacer por lo cual debo partir inmediatamente…- Gianfranco Leonarduzi había visto en el interior de la casa a Gianfelici pero ya era tarde, ya había dado en mano la carta pero no había podido ocultar su sorpresa, eso explicaba su prisa. Eleonora leía la misiva y quedaba anonadada.
- ¿Qué trama siniestra hay entre usted y mi esposo?- preguntó Eleonora.
- Es un hecho ya consumado, Eleonora.
- ¡Son ustedes unos miserables, Gianfelici!
-¡Le ruego que me haga entrega de esa carta!- transformando ese pedido en una amenaza empuñó una pistola Bersa.
Eleonora comprendiendo que nada ganaría al negarse, le hacía entrega de la misma.
- Viajaremos juntos a Belgrado, Eleonora- dijo Gino.
Ambos hacían juntos su arribo a Belgrado. Era un día del mes de Noviembre en que Lamberti hacía unos momentos en que había desayunado, cuando se sentía sobresaltado por el golpe dado en la puerta de su habitación. Gianfranco, inquiría por la persona que deseaba verlo, el empleado del hotel contestaba:
-Alguien quiere verlo, Señor, no ha querido revelar su identidad.
Lamberti presintiendo instintivamente el peligro, sacaba del armario su arma y decía al empleado:
- Dígale que pase- Gino Gianfellici penetraba en la habitación del hotel, apuntando su pistola Bersa a Lamberti, quien hacía lo propio con su arma apuntando a quien lo había instigado a cometer el crimen. Algo completamente inesperado ocurría en ese momento. Dos hombres, dos agentes de Interpol, que habían surgido como de la nada, aferraban con fuerza a Gianfellici, apartándolo de su enemigo en el mismo instante en que ambos hombres se disponían a aniquilarse mutuamente. Los hombres de Interpol habían llegado al lugar en compañía de Gianfranco Leonarducci, que era quien había hecho la denuncia policial que Lamberti le requería en su carta y hecho avanzar la investigación policial.
El inspector Lombardi que fuera puesto en conocimiento por Leonarduzzi de la brusca maniobra llevada a cabo por Lamberti en la autopista Nápoles Roma ha instigación de Gianfellici, había pedido junto al juez de instrucción Scipione Perrota, la intervención de Interpol. Desembarazado de su rival, Lamberti era conducido por las autoridades policiales a Italia junto a Gianfellici para que fueran entregados a la justicia. El móvil del homicidio por promesa remuneratoria lo esclarecía Gianfellici ante el Juez Perrota. Era el autor intelectual del atentado uno de los miembros del directorio de la F.I.A.T. que quería desplazar a Belucci de su cargo de más preminencia, para poder ocuparlo él. Lamberti a su vez declaró ante el juez que había enviado la carta a Leonarduzi, con el propósito de obtener una reducción de su condena denunciando al autor intelectual del crimen. Estaba ahora en manos del juez el considerar esa posible atenuación de pena. La penitenciaría, mientras se tramitara el proceso era el destino de ambos. Eleonora que nunca sabría del deseo de enmienda de su esposo, buscaba de reconfortar a sus hijos, Matías y Doménico, en la tristeza que los embargaba, al tener un padre presidiario:
- Es necesario que tengáis fortaleza- decía Eleonora a sus hijos de corta edad- como también yo he de tenerla, como madre y esposa durante esta larga espera.
La cárcel es el lugar de expiación y donde pagan el precio de sus errores las personas que han delinquido. Era el espacio físico que compartían Lamberti y Gianfellici para que al reinsertarse en la sociedad pudieran tener una vida de enmienda y reivindicación.
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