EN EL DÍA DE REYES
El primer día de Reyes el niño se levantó bien temprano. Buscó con desesperación por toda la casa lo que bailoteaba implacablemente en su cabeza desde hacía varios días, al iniciar el nuevo año.
Su desesperación era tal, que se comía las uñas de las manos. Con un rictus de amargura en sus labios se frotó los ojos, saltando dos grandes gotas de lágrimas que rodaron furtivas por sus mejillas. De su garganta brotó un fuerte quejido que se escuchó por toda la habitación de la casa. Su estado anímico y mental lo desconcertó, al punto, de desear procurarse como sea, lo que torturaba su interioridad. El fin era, satisfacer la ilusión que desde muy pequeño había forjado en su mente y que a su edad no había podido tener.
Salió a las calles esa mañana con el corazón destrozado. El vecindario a esa hora de la mañana estaba repletos de niños de diferentes estatus social y económico jugando entretenidos con el juguete de su preferencia, echando fuera la alegría que desbordaba sus sentimientos, haciéndolos sentir satisfechos y vibrar de emoción, al exhibir con alarde los juguetes que habían recibidos de los «Santos Reyes por haberse portados bien»
Él, que toda su vida se había portado como «Dios manda» a requerimiento de sus padres, no lo podía exhibir porque a diferencia de ellos, sus padres eran muy pobres, no podían darse el lujo de adquirirlo, porque el poco dinero que percibían le hacía falta para comprar los alimentos para satisfacer el hambre que atormentaba su barriga haciéndolo sufrir.
El muchacho llegó al establecimiento de expendió de juguetes, observó con detenimiento la bici de su preferencia, hasta pudo palparla, sintiendo regocijo al sentir dentro del pecho su corazón saltar de júbilo. Su intención era robarla en un descuido del dueño del establecimiento. Dio una vuelta a su alrededor acariciándola con sus manos. Cerró fuertemente los ojos. Hizo un rápido recorrido mental por las calles del pueblos montado en ella. Dando pedales desaforados huía afanado de los policías que trataban de darle alcance en sus motores, tratando de atraparlo, quitarle la bicicleta, destruyendo de éste modo su gran ilusión al hacerlo preso.
En ese momento abrió los ojos lentamente, apenado soltó la bicicleta que acariciaba con sus manos, desistiendo de la fatídica idea. El dueño del establecimiento al verlo, movido por su altruismo, se dirigió hasta donde estaba el niño, diciéndole.
-¿La quieres? – Le dijo con una hermosa sonrisa en los labios.
-¡Sí! ¡Pero no tengo dinero para comprarla! –Respondió el muchacho muy afligido.
- ¡Tómalas! Me la paga cuando seas hombre.
JOSE NICANOR DE LA ROSA.
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