El mundo está lleno de milagros y bellezas inesperadas. El tiempo se pierde en arcanos y edades que no pueden conocer los hombres, y el corazón de cada hombre es un abismo de misterio presente, pasado innombrable, belleza desconocida, dolor y gozo olvidado; tierra dormida, semilla divina que ansía la lluvia, florecilla hermosa que brota en jardines o en la piedra estéril. El corazón de los hombres es tan grande como el cielo mismo: abismo de silencio incomprendido, velo de estrellas y tela negra que sólo por la intuición se adivina, en voz silenciosa, en un susurro de palabras íntimas y desconocidas; poesía del alma de la que se escucha un rumor acaso, clamor de gongs y tambores lejanos que llega hecho resonancia apagada por esa distancia que se acorta, por el tiempo que agotamos. Una sonrisa, una mirada humilde, un labriego alimentando a sus crías; el niño que cuida a sus hermanos, el amigo que escucha, el príncipe que deja sus riquezas; el que vive en la renunciación, la paz que irradia un sabio en la contemplación divina, la quietud del que ama en silencio, la mano serena del que bendice, las lágrimas de íntimo gozo del que mira el cielo y dice: ¡Alabado y bendecido sea por siempre tu bendito nombre, Padre Amado! |