Por cada campanada de la iglesia, sale de dentro del avisador un ángel, que con el remanente de las vibraciones, baten sus alas por primera vez, dirigiéndose al altar, donde la efigie de Cristo observa a sus fieles con ojos pintados de ternura y compasión, más ellos cual vulgares colibríes, con el uso de sus manos y brazitos, hacen cosquillas a la estatua de Jesús, quien enseguida se convierte en un hombre de carne y huesos; sus primeras emociones se plasmaron en movimientos de querer cubrir su cuerpo casi desnudo, y cogiendo el lienzo, que también adquiere sustancia de tela de algodón, rodea su cintura como cuando en el club salimos de la ducha. El cura que oficia la misa, con total aplomo le alcanza una prenda propia de aquellos que se dedican al sacerdocio, y el amado hijo del Señor, sin titubear se arropa frente a los fieles, sin aun comprender el milagro que sucede.
Lo que continúa es la historia de un hombre común que queda viviendo en el pueblo formando una linda familia, con hijos y señoras, con la complicidad de la gente, quienes lo dejan tranquilo, pues éste no recuerda nada de su pasado.
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