EL SOSPECHOSO.
Cuando vi que el sol de la mañana se levantaba bien brillante por detrás de los edificios, sentado en mi mesa del bar pensé; comenzando con un buen tiempo las cosas se ven de otra manera. Pero duraría muy poco este optimismo; apenas terminé el desayuno y salí rumbo a la oficina, me di cuenta que alguien había hurgado en mi saco quedándose con lo que pudo sacar de provecho. Fue a último a momento, así que volví rapidísimo al mismo lugar, cosa de poder identificar a ese buen amigo de lo ajeno y ver qué podía hacer yo por recuperar lo que es mío. Como asiduo concurrente que soy de ahí, nos conocemos bien las caras, por eso cuando traspuse esa misma puerta los muchachos que estaban frente a la barra se dieron vuelta como preguntándome qué me esta pasando. Más no yo abriría la boca, el desconocido que estaba entre ellos, de lentes oscuros ahí adentro, era un candidato a sospechoso que enseguida me saltó a la vista desde lejos nomás. No se volteó como todos, lo vi por el espejo, estaba muy atento en seguir ese ir y venir del barman atendiendo a sus clientes, y especialmente en ver cómo manejaba la caja registradora al final del mostrador. Entonces me senté en la misma mesa que antes, y revolviendo la borra del café que recién había terminado de tomar como simulacro, me quedé observando el comportamiento de este tipo en su furtiva y extraña presencia. Nadie parecía intuir que era un delincuente, menos imaginar que fui su última víctima, tampoco se los veía atentos a ese golpe mayor que seguramente estaba pergeñando ahora con más paciencia y estudio. Pero tampoco estaba yo en condiciones de salir y alertar a un policía por una simple presunción mía a confirmar. Por lo tanto decidí actuar de oficio. Dejé de juguetear con la taza, junté coraje y me le acomodé codo a codo con la intención de ponerlo en evidencia con esta inesperada irrupción mía a su lado. Corpulento era el hombre, y de darse el gusto a cualquier hora del día, ya se había pedido un whisky on de rock como festejando algún logro menor a costas de un iluso parroquiano como yo, así que pedí lo mismo como retruco y desafío. Nunca tomo alcohol, pero esta vez tenía que estar bien a tono en una circunstancia tan comprometida como esta de meterme donde no me conviene y sin que me llamen. Sin embargo el sujeto seguía sin percibirme, y en consecuencia sin apercibirse, tras esos anteojos ahumados se sentiría tan ausente e inmune como quien no existe para nadie. Fue en esta instancia en la que debí profundizar mi táctica, con un trivial comentario entrar en una franca conversación de manera que se enterara con quién estaba precisamente hablando aquí y ahora. Pero pasaron algunos minutos largos y no se me ocurría cómo empezar el asunto. Lo único que sabía era que mientras él despaciosamente saboreaba de arriba a abajo su maldito brebaje, el mío quedaba en veremos sobre la barra. Indeciso todavía en su vaso, rotando entre mis manos sudorosas al lado de mi sospechoso favorito. Entonces recurrí a la última y vulgar opción que me quedaba; la de observarlo de soslayo de una manera tan ostensible que en algún momento lo perturbara, o al menos lo pusiera nervioso y desistiera de lo que tenía ahora en mente. Yo ya estaba seguro de que este era el clasico artífice del hecho, pero como a esta gente las presiones sicológicas no les mueve un pelo, ese pétreo perfil de su cara seguía imperturbable sin un gesto de intensión de hacerse cargo de nada. Hasta que algo lo cambió de pronto; por fin se dio cuenta por el espejo de qué manera lo estaba yo mirando, y como inesperada respuesta para mí, hace lo mismo. Por un costado de esos inescrupulosos lentes dirige sus ojos directos hacia los míos, duros, fríos y calculadores... Y fueron segundos eternos sin mediar una sola palabra, firmes nuestras vistas en una callada porfía. Tensa situación que terminará cuando calmadamente se quita esos anteojos para sol, les echa un vaho de alcohol con su aliento, los seca con una servilleta, y antes de abandonar su principal propósito y salir como entró, los cierra de patillas y me los devuelve en la mano porque ya no los necesita para nada...
|