En la ciudad se celebraba un encuentro internacional deportivo. Arribaron selecciones de diferentes deportes y de variados países americanos.
Una dama de elegante apariencia era la encargada de conducir a los recién llegados a los sitios que los albergaría. Ella, acostumbrada a lidiar con gente de diferente procedencia notó, enseguida, algo raro en dos de los jugadores que integraban uno de los equipos de football. Su instinto la alertó y como presagiando que algo irregular le iban a pedir, decidió hospedar en sitios diferentes a los dos atletas en cuestión. Uno de ellos exigió, con cierta arrogancia, ser alojados en la misma habitación, pero ella se negó.
La dama continuó con sus deberes; al día siguiente regresó a supervisar los alojamientos de los deportistas. Cuando le tocó pasar por las recamaras de los participantes que habían llamado su atención, se dio cuenta que de alguna forma habían logrado ser transferidos a dormitorios contiguos comunicados por una puerta interna. A la dama le causó sorpresa lo sucedido ya que nadie podía hacer cambios sin su consentimiento. Dispuesta a averiguar lo que había acontecido, se dispuso a salir y fue cuando vio a su hermano, que pertenecía a uno de los equipos locales, tirado en el piso llorando, golpeado e intentando hablar.
Un torrente de frases ininteligibles salía de la boca del chico, y la mujer no entendía nada de lo que pasaba. Se movió con todo lo que su razón y su fuerza física le permitían. Extrajo unas cobijas de un armario para arropar a su hermano que temblaba de miedo y como pudo, lo levantó. Pidió ayuda para trasladarlo al hospital más cercano.
A pesar de que el chofer del auto que los conducía corría a una velocidad prohibida, a ella le parecía que no se movían. Su hermano, mojado en sus propias lágrimas y en un vómito incontenible, trataba de explicarle lo sucedido, señalando todas las partes de su cuerpo, pero no lograba comunicarse porque la golpiza recibida para someterlo fue tan grande que tenía el rostro desfigurado y la boca destrozada.
Más tarde, el médico que atendió al chico en el hospital explicó a la dama que el joven había sido violado brutalmente y que en su cuerpo se encontraban rastros de drogas que, obviamente, habían sido inyectadas a la fuerza porque había pinchazos de maltrato en sus venas, en sus glúteos y en otras partes del cuerpo, y que la dosis suministrada era alta. Sólo la excelente salud física del muchacho lo mantenía con vida.
La dama salió del hospital dominada por un ataque de ansiedad y en su pecho sentía como si una lanza la atravesase de lado a lado. Le pidió al conductor que la llevase de nuevo al recinto donde pernotaban los jugadores. Al llegar, se dirigió a los estantes donde exhibían unos sables que iban a ser usados para la competencia de una danza dentro del arte del Taic-chi. Extrajo un sable y empuñándolo, se dirigió a la alcoba donde había encontrado a su indefenso hermano y adonde, ilegalmente, se habían trasladado los dos deportistas que a ella le resultaban extraños desde el primer instante que los vio.
Cuando llegó a la recamara, los mozalbetes estaban libando licor y morían de risa contando la fechoría cometida contra su hermano. Al oírlos, algo estalló en su alma y perdió toda la capacidad de refrenarse. Una fuerza inhumana se apoderó de ella, se transformó y sentía como si sus propios huesos se fracturaran en pedazos y brotaran por la piel que contenía su cuerpo. Lanzándose sobre uno de los jóvenes, le enterró el sable en el abdomen con toda su fuerza. El otro muchacho no tuvo tiempo de reaccionar; y ella, aprovechando la ocasión, extrajo el arma del cuerpo herido y con ira desenfrenada hizo lo mismo con el mozo. Una lesión cruenta y mortal en cada uno los transfirió a otra dimensión.
Después, la dama se desplomó sobre el mismo piso donde su pariente había sido ultrajado, trató de levantarse, pero no lo logró. No podía respirar, le faltaba aire a sus pulmones y un redoble de tambor estallaba en su cabeza. La trasladaron jadeante al hospital donde estaba su hermano convaleciente. Llegó sin signos vitales, su corazón había sido embestido por la vejación perpetrada contra su hermano.
Las pesquisas dirigidas por los cuerpos policiales descubrieron que los dos supuestos jugadores no eran tales, sino dos desalmados que de forma fraudulenta habían conseguido unas credenciales y se habían hecho pasar por futbolistas con el único propósito de perpetrar lo único que sabían hacer: desgraciar la vida de otros.
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