Estoy observando como puedo hacer y recordando que ya lo he intentado y no he podido, convencer a mi sobrina que festejen el cumpleaños en otro sitio menos arriesgado.
Miro el panorama que me espera, e inclino la cabeza como artísticamente hacia un costado, pero ni ahí se trata del oleo de un paisaje de mar, ni de un oído tapado por el agua de la piscina, sino más bien de acomodar el hogar para recibir a cientos de jóvenes ávidos de danzar hasta la madrugada.
En las alturas la escaleta se mese como una suspensión de automóvil sobre el empedrado, ya estoy pensando en desistir de colocar guirnaldas y globos, pero es qué disimulan tanto la precariedad que mejor elijo darle tupido a ésto de la decoración de interiores.
En cambio el martillo, que hace un siglo tome prestado, al retirarme del taller de un satanás cualquiera, suelta el hierro principal, al primer intento de arrimar un soplido sobre el objetivo deseado.
Clavos oxidados, por ser yo meticuloso, son mi patrimonio más preciado, luego de la paciencia que siempre me caracteriza, clavos con los me adapto resignado a cualquier tipo de tarea, y de donde luego las manos saben a los ojos del color del azafrán; clavos que subsisten por ser en el fondo algo franciscano, clavos donde la materia está sujeta al karma de la arena, ese que se abona a la vuelta de la esquina con más trabajo en la jornada, pues de cada dos que participan uno se dobla o se desintegra.
La casa amaga derrumbarse, piensa el viento jocoso, que se trata de un tornillo gigante a medio enroscar, pero no obstante, será mejor tomar la escoba y adelantar aunque más no sea, en un sentido frívolo, que luego me permita rezar sin manchar la alfombra, del polvo que suelta la otra mitad de la mampostería, que milagrosa sobrevive de los desprendimientos propios de cuando llueve tupido.
Los vecinos de un lado y del otro, y del fondo, a diario presentan sus quejas subliminales depositando en la descangallada vereda que corresponde con mi frente, bolsas, hojas, escupitajos, pues las nuestras plantas invaden su espacio aéreo primero, más luego miles de ellas conforman una marea que avanza acortando el piso con relación al cielo de las estrellas.
La casa tiene tres pisos contando la planta baja, y el cincuenta por ciento de la construcción se corresponde con tejas rojas plagadas de hongos, marrones y verdes, que no son otra cosa que mugre
a secas. Quedan pocas horas para el agasajo y yo todavía en veremos, será mejor dejar de pensar y poner mi cuerpo a colgar guirnaldas.
Bueno ya estando en plena fiesta, la casa comenzó a temblar y a emitir sonidos de ultratumba, como eruptos negros de tono grave, la estúpida música tapa la escalofriante realidad, pero asusa el baile lo cual agrava mucho la inminente situación de derrumbe.
Entonces desesperado, de pronto corto el sonido, más rápidamente organizo un largo tren con la promesa que luego vendrá la gran torta de chocolate. Todos los participantes, incluido un niño en silla de ruedas, salimos hacia la calle conmigo de maquinista. Cuando enseguida escuchamos el estruendo propio del derrumbe de mi casa.
Ahora vivo en otro lado, pero para muchos soy un héroe, pero para otros un irresponsable. |