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( Del Libro de Laura )


(Re edición color sepia, como dice mi querido amigo Gui)


En cada hogar existe un rincón, el rincón del olvido, el de los objetos en desuso, algo que en alguna ocasión fue importante, imprescindible, amado, que no se puede reciclar pero tampoco botamos al basurero porque de algún modo formó parte del día a día en algún momento que el tiempo dejó pasar. Hojas secas caídas en interminables otoños, multicolores flores de tantas primaveras, cauces incansables de ríos eternos, grises y oscuros inviernos, vástagos nacientes, hoy robles añosos.

Laura tiene su rincón, ese, el del olvido, al que de vez en cuando le sacude el polvo y se detiene para acariciar algún recuerdo del largo camino recorrido, el primer libro de cuentos, una orquídea seca, el vestido blanco de su primera comunión, disfraces de sus niños, la primera muda de cada uno de ellos, sus dibujos del jardín infantil, y tantas otras menudencias sin más valor que el que tuvieron en su momento.

Por muchos años, en el rincón había permanecido una caja sellada, que con el tiempo transcurrido ya era un misterio para Laura, no recordaba su contenido, y como no lo recordaba no la abría, quizás por no darse el trabajo de cortar tanto cordel y tanto nudo, quizás por el temor de no recordar qué era aquello que había guardado con tanto celo.

Pero un día, en el fragor de una batalla de aseo y orden, en esas circunstancias cuando las mujeres, de vez en cuando, nos enajenamos limpiando y botando cajas, frascos, cajitas, envases, bolsas, papeles, cuentas, diarios, revistas, Laura decidió abrir la misteriosa y desteñida caja. En su interior, una historia, que por muchos años, había formado parte de su felicidad y su ensueño, la sensación de éxtasis, la música, la danza, la expresión y el movimiento, el dar hasta el dolor físico, toda el alma y la habilidad, a esa silenciosa caverna oscura del público de la platea, desde un escenario iluminado con soberbia. Luego la frustración, no habría en su familia una bailarina de ballet, el ballet no congeniaba con la vida formal de una niña que algún día se casaría y sería madre.

Diez años de su vida, en una caja de cartón.

La caja guardaba una pequeña corona de perlas blancas que algún día fue parte de su vestuario en el ballet " El lago de los cisnes ", una pandereta con descoloridas cintas rojas y verdes, que usó en una presentación de danzas italianas para la colonia residente en Punta Arenas, interpretando una tarantella, variados adornos de terciopelo y strass, y una añosa bolsa de papel, de aquellos tradicionales almacenes de barrio, envolvía las últimas zapatillas de punta de Laura, forradas en raso rosa, con sus cintas y sus protectores de goma en su interior.

Tomó sus zapatillas, cruzó los brazos y las acercó a su pecho, se sentó en el suelo de la pequeña bodega, rodeada de bolsas de basura y cajas ya inservibles, a su lado la aspiradora, una escoba, una botella de líquido " limpiatodo " y un paño para sacudir el polvo, cerró los ojos y una música invadió el lugar, " Candilejas " de Charles Chaplin.

Dejó que aquellos olvidados momentos volvieran, en cada nota, sintió como se deslizaba sobre el parqueé del salón de su casa paterna, aquella noche, de un mes de Enero, la familia reunida y los amigos daban la bienvenida a su padre recién llegado de un viaje, al mismo tiempo celebraban los veinte años de matrimonio con su madre.

Su padre era un hombre muy cordial, amado, siempre rodeado de muchos amigos y una gran familia aportada como un legado, por la unión con su madre, desde España solo habían llegado sus padres y su hermano, desde Italia, hermanos, tíos, primos y sobrinos del abuelo materno, a su padre le gustaba verla bailar, no había reunión o fiesta en la casa en que Laura no tuviera que colocarse sus zapatillas de ballet.

Esa noche, su padre le pidió que bailara la música de la película Candilejas, hacía solo un mes que había bailado por última vez en el Teatro Municipal de Santiago, ya no habría más Academia, ni barras, ni espejos ni vestuario ni coronas, solo la Universidad, una carrera y un título profesional.

Y ella le bailó a su padre, a su familia y a sus amigos el ballet que le había pedido, a sus dieciocho años si su padre le pedía que bailara, ella consentía de inmediato, tuviera o no, deseos de bailar.

Esa noche, con las zapatillas que había encontrado guardadas en una caja de cartón en el rincón del olvido de su departamento, sin saberlo en el momento, Laura había bailado su última danza, al día siguiente del festejo de aniversario, su padre falleció en un accidente, nunca más nadie le pidió que se pusiera las zapatillas de punta y muchos años pasaron antes de volver a su vocación y destino, ya no como bailarina, sino como profesora.

La caja sellada guardaba una historia, una historia que ella, hasta ese día, no había querido recordar.

http://www.youtube.com/watch?v=-n5j7Jd54LQ

Texto agregado el 03-01-2014, y leído por 393 visitantes. (11 votos)


Lectores Opinan
02-11-2017 un gran relato! todos tenemos una caja sellada en nuestro haber. que son los recuerdos queridos y los deseos que aun no concretamos divinaluna
10-03-2014 Extrajiste un recuerdo de mucho dolor, pero que eleva. Agradezco el que lo compartas con nosotros. En estos momentos, me gustaría abrazarte fuerte!!! MujerDiosa
04-01-2014 ¡Hermoso y tierno! En lo más recóndito de nuestro ser hay recuerdos que vale la pena revivir, aunque sean dolorosos, porque cada uno de ellos han forjado lo que somos. simasima
03-01-2014 Que hermoso relato Igmacia! Un abrazo grande amiga! silvimar-
03-01-2014 Cuánta emoción logras plasmar en este interesante y hermoso relato. Laura seguirá bailando en los corazones de todos. Un abrazo fuerte. SOFIAMA
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