Y sin darnos cuenta
somos lo que nunca fuimos,
calcamonías pegadas sobre hojas llenas,
hologramas proyectados de una sombra.

Caemos -y sin darnos cuenta-
no estamos,
en el relieve accidentado que dibujan las montañas,
en la figura de un silencio sobre la hoja de solfeo,
en el aire que se jacta de no tener forma,
no estamos.

Somos -y sin darnos cuenta-
el infinito que llena el vacío,
la eterna melodía de un director de orquesta,
lo indefinible,
que inútilmente se esfuerza por entrar a un molde,
por limitar para conocer, para darse cuenta...
y al final...
al final...

nada somos.