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EL CRIMEN PERFECTO…
La noche se ponía gris, fría, solitaria. La mujer estaba sola a la vera del camino. Ella tiritaba, no de frío sino de miedo. Hombre por más santo que sea al fijarse en ella, descubriría lo contorneado de sus formas, la suavidad de su piel, que sin tocarla se sentía, y la dulzura de sus labios rojos como fuego. Peor aún la tentación, llevaba una falda muy corta, de esas que usan en los desfiles de bandas de colegio. Y para rematar, ¡su edad! Esa edad en la que la flor está en su máximo esplendor, con el mejor de sus coloridos. Simplemente era un paisaje, un cuento imaginado que quisieras se haga realidad, cuento piel canela, cabello ondulado, largo, brillante...
La pobre parecía una palomita que golpeó sus alas y no podía volar. Indefensa, nerviosa, como pidiendo al cielo la cobije, la ampare de la desolación de la noche.
Se escucha a lo lejos en el silencio de penumbra el sonido de los cascos en las rocas, un jadeante caballo y el arre de su picador. La muchacha inmóvil, no respira, trata hacerse invisible… Al mismo tiempo las risas, los gritos y las confusas palabras de una boca impúdica, la boca de la merluza. Tres borrachos que subían con dirección a ella, quien paralizada de terror, no escondía su figura. Su novio a estas alturas sabe Dios en dónde estará, por su gracia divina ella aún está viva, entera. Cada instante en el que aclaran las voces de la embriaguez en sus oídos, sabe que se acerca para sí el infierno; cada vez que las pisadas del animal se acentúan con más fuerza, su piel se eriza, su vos se esconde, sus fuerzas se desvanecen…
El pobre hombre moribundo, y como Adán vino al mundo, fue abandonado en algún lugar, como un topo, con la amenaza de no ver sino hasta que el reloj haya caminado lo suficiente.
El caballo se escuchaba cada vez más cerca, y las voces descuartizadas y desprolijas, se acercaban también. Parecía tener fiebre, de esas fiebres que te hacen delirar, que te hacen hablar y sudar al extremo de escurrirte. Su vestido cual cómplice se ciñó a su figura, se adueñó de su cuerpo envolviéndolo. El sudor hizo lo suyo, otro acólito de la provocación, del pecado; transparentó sus ropas, las unió a su piel en un solo tono. Era un espectáculo digno de Picasso, del mismo Da Vinci. La noche de pronto cambió, se alejó la bruma, esa parte gris del terror y se dejó ver el satélite, invitado por el sudor y sus ropajes para hacer de ella un bocado que no se disimule en la noche, que brille cual lumbre, con el brillo del sudor, con el brillo de la calzada humedecida, que quien pasa deja su sombra desvaneciéndose. Era un personaje en medio del ruedo, a quien de pronto se le olvidó su guión, personaje de esos a quienes todos clavan la mirada esperando… Indefenso.
El hombre, moribundo, encontró consuelo en una patrulla que subía por el camino, sin hacerse entender por el shock sufrido, fue llevado a un hospital para sus primeros auxilios.
- Chucha madre, eso sí que estaba hueno, cuéntame que le hiciste a la puta esa.
- Esa puta se merecía
- Pero cuenta, qué le hiciste, y te contaré la suerte de la mía.
Las voces eran ahora entendibles a pesar de la falta de vocalización de sus interlocutores, eso hacía de ella unos ojos que cierran y una espalda que espera el golpe, sin querer ver nada. El caballo había bajado su fuste y se disponía a pasar frente a ella en minutos, pero más pronto llegarían los tres azorados. Así fue, pasaban junto a ella sin verla, ella quieta, parecía un feto en el vientre de su madre, enrollada en su regazo. Parecía haberse salvado de la mirada de los tres borrachines, pero no.
- ¡Ey! ¡Lotería!, vean, vean esto, que cosa más rica, esperando por nosotros.
- ¡Esa! Dulzura, ya llegaron tus machos; ya llegaron a quienes esperabas.
La muchacha no alzaba a ver, solo esperaba lo peor. Los sucios y malolientes borrachos cayeron sobre ella como lobos a su presa, como hienas hambrientas. El jinete quien subía en su caballo pasó al instante y al percatarse de la escena, desmontó. Con furia, ayudado de su fuete, libró a la mujer de las bestias, quienes cayeron encima suyo… pero el hombre pudo más y sometió a los maleantes. Era un mozuelo bien parecido, con la edad de estar iniciando una profesión. Bien vestido, con acento sobrio y vos de paz. La muchacha no entendía qué pasaba, el estupor no le permitía abrir los ojos, y peor aún incorporarse. Con mucha sutileza sosegó a la muchacha, se quitó su chamarro y la revistió. Poco a poco la mujer fue entrando en sí, hasta que pudo cabalgar. Los dos se dirigieron a casa del Joven hacendado, a quien por azares del destino, le envolvió la noche, cuando debía estar en casa antes de que el sol dé su alarma para ocultarse.
El héroe salvador de la preciosa criatura, cabalgó con toda delicadeza para evitar sufra más su ahora compañera de viaje. Faltaba mucho aún, no por la distancia sino por la velocidad a la que se deslizaban. Una o dos horas les separaba de la casa del llanero solitario, salvador de la princesa. La luna alumbraba el sendero y en el pajonal se reflejaba la figura, la silueta de la belleza que a pesar del maltrato seguía ahí, intacta, incólume. Figura que a paso lento avanzaba, detrás de la sombra del muchacho, quien buscando el terreno menos sinuoso, guiaba su caballo convencido de lo que hacía. Entraron en un bosque de frondosos e imponentes arboledas, las que con sus ramas entrelazadas, formaban un túnel, por cuyos claros penetraba la luz en forma de poesía. Rayos que se entrecruzaban al bajar hacia el suelo, en un concierto de formas de luz y sombra, que mudos hacían de la noche un verdadero escenario, del mejor de los tablados de Paris, siendo los principales y únicos actores la pareja y su cabalgadura, quienes se movían al son del ritmo del viento que marcaba el compas en la noche. No se articulaba palabra, ella por el estupor del cual aún era presa, él por no incomodar a su invitada. Solo se escuchaba el tac, tac, de los hierros que defendían las patas de la acémila, quien como comprensora de la historia, como sabiendo que ya era parte de ella, avanzaba sigilosa y en silencio…
El paisaje no podía ser mejor. Allá abajo, a lo lejos, las luces de la ciudad reflejaban el horizonte, chispeantes subían hacia el cielo, unas más, otras menos. Formaban hermosos sarcillos de colores cual diamantes habladores, mientras se iban apagando de a poco, la ciudad a cada paso se iba durmiendo, y con su resplandor el perfil armónico iba posando con la luna que iluminaba su entorno.
Ya habían avanzado lo suficiente para el descanso, particular del cual no se percató quien guiaba, el que por hacer mejor, llegaría a casa para que sea atendida y descansara cómodamente en un catre de nubes blancas, dignas de… él ángel que llevaba. El estupor y el cansancio pudieron con la amazonas, quien se deslizó suavemente desde arriba envolviéndose en las patas de la bestia, llegando a descansar en el suelo. El golpe fue enérgico, no despertó sino doce horas después de llegar a la hacienda. El doctor dijo, ojalá no traiga complicaciones…
Abrió esos grandes y negros ojos cuando los rayos de sol traspasaban la lucerna de la habitación. Miró para todos lados, sin moverse, ellos dos daban vueltas en sus órbitas como buscando reconocer, como buscando una respuesta. El doctor la miró, la cuestionó, y la conclusión fue un agujero negro, al cual podría tardar mucho en regresar la luz… No sabía quién era ni de dónde venía, no sabía de donde es ni a donde va. La noche se apoderó de su mente, una noche sin luna, sin estrellas, una noche de tinieblas sin un punto cardinal para retomar el camino.
Lo que parecía para su novio solo un susto, le llevó a descansar sobre una fría loza, una bala había atravesado su pulmón. En la morgue nadie preguntaba por él. No tenía un papel, no había forma de saber quién es. Su cuerpo esperó y esperó. Nunca nadie llegó. El reloj giro días enteros, ¡meses! y ese tiempo se acabó, su cuerpo debía descansar en otro lecho, ahí se lo olvidó.
La preciosa criatura vivía su vida, su nueva vida, conociendo todo, aprendiendo todo. Tampoco tuvo un papel tampoco tuvo una luz, para saber que estrella le alumbraba, cual era ese camino que debía seguir para llegar a casa.
El muchacho y su padre al ver que su huésped no despertaba de su sueño de inconsciencia, hicieron lo posible para devolverla a su mundo, pero todo fue inútil, nadie sabía nada, nadie le había visto. No registraba en hotel alguno ni ella ni su novio, ni los dos juntos. Buscaron en cooperativas de transporte, en la ciudad, fuera de ella, con la policía, con la defensa civil, con toda autoridad posible, la radio, la prensa, todo fue infructuosamente en vano.
Pasaba el tiempo y la muchacha se iba encariñando con su vida, vida que recién empezaba, vida que le iba descubriendo las cosas de la existencia… El muchacho por su lado, hacía lo que esté a su alcance y un poco más allá, para que la “recién nacida” no se sintiera sola, para que ella viviera cada día viendo lo bueno que tiene la vida. La inocencia se hacía evidente en la muchacha con cada día que pasaba, con cada paso que daba. La ciudad para ella fue un descubrir eterno, la ciudad era ese conjunto de cosas por conocer que a veces la perturbaban, lo que le hacía regresar deseosa a su refugio en la hacienda, permitiéndola estar contados minutos a gusto en el bullicio y la gente.
El tiempo no se detenía y pasaban, y pasaban los días, las semanas, los meses, y por fin ya se cumplía un año desde aquella noche de la pesadilla. La muchacha no volvía en sí, no recordaba nada de su vida pasada, a veces parecía como que ya no quería volver atrás.
No sé desde cuando nació el cariño por su héroe, pero cuando se acercaba se veían sus ojitos como un perrito cuando ve a su amo, siendo esa mirada tierna correspondida. Quienes los conocían decían que parecen hermanos, que se llevan como tales, pero no, ya eso no era amistad, eso ya pasó a un plano mayor, solo que ninguno de los dos se animaba a dar el paso. Él tenía sus razones siendo la más fuerte el pasado. Ella; temía despertar…
Ricardo el joven salvador de la princesa, y su padre Francisco, vieron la necesidad de que su huésped tuviera un nombre, por lo que con su anuencia, la llamaron Esperanza… Nacía un nuevo ser dejando todo lo que vivió atrás.
Esperanza de a poco se había metido en el corazón de Ricardo y de Francisco; de Francisco con el amor de una hija, mientras que de Ricardo, al parecer ya como una mujer, pero no había nada declarado entre ellos quienes no se animaban aún a sacar lo que tenían dentro.
Ricardo, era lo que se podía llamar “UN SOLTERO MUY CODICIADO,” pues era un muchacho apuesto, muy centrado, responsable, respetuoso y próspero; tenía una muy buena situación económica, pues su madre quien murió hace ya tres años, le dejó una gran fortuna, la que junto a su trabajo, se ha ido incrementando notablemente, pues tenía negocios en algunos países del mundo, los que los controlaba en forma muy relajada pero segura. Por su parte su padre quien ya bordeaba los setenta y cinco años, dueño de otra fortuna muy importante, se hacía cargo de sus negocios desde la ciudad y desde la hacienda, en forma también muy tranquila.
Ricardo ya cumplía los 37 años, ya entraba en una edad madura, la que hace pensar en formar un hogar; y al parecer, llegó la compañera idónea para seguir en la aventura de la vida.
Con toda la plata que Ricardo y Francisco tenían; querían llevarle a Esperanza al exterior para hacer la revisen médicos de renombre en clínicas especializadas para ese tipo de problemas, pero Esperanza, se resistía a la propuesta, ya que manifestaba estar bien con la vida que ahora tiene, y que por ella no quisiera despertar jamás. Así mismo, Ricardo insistía en que quería tomarse unas vacaciones y que quería que le acompañe a recorrer el mundo, sin destino fijo, sino a donde en cada puerto se les ocurra ir. Esperanza lo pensaba y lo pensaba, pero siempre su respuesta fue negativa, pues sentía miedo de enfrentarse a desconocidas situaciones, que podrían cambiar su vida drásticamente.
Francisco y Ricardo al parecer comprendían lo que le ocurría a su amiga y huésped, pues estar en los zapatos de ella no debía ser nada fácil, por lo que dejaron las cosas como estaban, sin insistir en el tema.
El tiempo iba pasando, ya Esperanza llevaba un año en la hacienda, ya era otro miembro de la familia; al parecer en algo suplía ese vacío que dejó la madre de Ricardo en aquella enorme casona.
Un cierto día, Ricardo quien dormía plácidamente, fue despertado por los rayos de luz, y una rosa que cosquilleaba su mejilla; abrió sus ojos y su mirada se perdió en el horizonte, las cortinas de su cuarto se retiraron permitiéndole observar un singular amanecer, un paisaje que a pesar que estaba en frente suyo todos los días, nunca se detuvo a admirarlo. Era espectacular, un sol radiante que hacía brillar el pastizal, con una suave brisa que provocaba un delicado danzar de las flores del campo, mientras los colibrís revoloteaban en un trenzar de sus picos, llenando de miel el ambiente; en donde cientos de mariposas de todos los colores, pululaban en un bailotear de ángeles mientras los enormes árboles en el desfiladero vestían a la montaña de trajes de bellos colores, que la convertían en una dama de clase que paseaba por el cielo, con sus guantes níveos y sedosos. Este hermoso despertar, tuvo una autora, ella fue sin duda Esperanza… Despertó Ricardo del éxtasis, miró la rosa, dio un salto de su cama, se acicaló un poco y bajó hacia el comedor en donde se encontró con otro singular paisaje de frutas frescas y delicias, que abrían el apetito hasta de las piedras. Salió y buscó en el jardín; era ella. Estaba quieta con la mirada perdida en las montañas, con el cabello suelto y su figura al viento, con un vestido liviano, que caía hasta las rodillas, blanco, puro y cristalino, dejando ver la silueta de su cuerpo en forma disimulada, elegante y discreta. Se aproximó silente, cauteloso, y pasó muy suavemente la mano por sus cabellos sin pronunciar palabra; ella no se inmutó, permaneció inmóvil y solo se estremeció con la sutileza de un hada de luz que se desvanece mágicamente, en la nada… Después de unos eternos segundos, regresó su rostro hacia atrás de medio lado, coqueta y sensual. Él, aproximándose a ella, dejó deslizándose un beso en sus hermosos sedales dorados oscuros. La escena se desarrollaba en cámara lenta, como un cuento contado con pausa, como una historia que no queremos termine. Él también vestía de blanco; llevaba el cabello alborotado, húmedo y salvaje, con el cuerpo humedecido de una suave brisa… Por fin se animó y la tomó de la cintura volteándola con extremada delicadeza hacia su humanidad. Sus finas manos respondieron lentamente, se posó una de ellas en su espalda mientras la otra permaneció a la espera de una señal… Al rato sus miradas se perdieron en la profundidad de sus pupilas, el entró en ella, ella entró en él… juntaron sus labios y dejaron salir ese néctar guardado, néctar que celosamente lo cuidaban para una ocasión especial. La pasión no tuvo freno, emanaron los sentimientos cual volcán, empero supieron controlar. El beso tuvo la eternidad de la primavera del paraíso, la dulzura del néctar de las flores, el silencio de la noche…
Francisco había salido a la ciudad, y cuando entraba a la hacienda, los vio a los dos tomados de la mano, caminaban lentamente por los andenes de la casona, riendo y jugando. Era lo que Franciso esperaba, era lo que le faltaba para estar tranquilo, que su hijo, su único y amado hijo se realizara, y qué mejor con una muchacha sencilla y honesta como Esperanza.
En forma muy prudente, con un pequeño sonido de garganta les anunció su presencia, dieron vuelta y se vieron fijamente los dos, y él a ellos; abrió sus brazos y los llamó.
- ¡Vengan hijos! No saben lo feliz que me hacen.
Se abrazaron en un largo y sollozante abrazo…
Todo era felicidad en la hacienda. Mandó Francisco a sacrificar unos terneros y unos chanchos, invitando a todos los trabajadores para hacer una gran fiesta, fiesta que la organizaba solo por el hecho de estar contento y no para anunciar nada en particular.
Los preparativos para la fiesta iban viento en popa, los castillos, las vacas locas, las comparsas; tenía que ser una fiesta sensacional, inolvidable.
Los enamorados hacían pública su actual situación, y las felicitaciones no se hacían esperar; sin embargo Esperanza no quería se entere mucha gente del acontecimiento, prefería que se mantenga en reserva sin hacer mucha publicidad del asunto.
El mes transcurrió muy rápido y llegó el esperado día de la fiesta. Francisco se puso su mejor traje para recibirla, y dar la bienvenida a sus invitados. Ni a Ricardo ni a Francisco les gustaba hacer mucha pompa de las cosas, por esto es que la fiesta la harían con limitadísimos invitados de la ciudad, pero todos los empleados de la hacienda, a quienes Francisco y su hijo los consideraban como de la familia.
Los invitados empezaron a llegar uno a uno, entraban en la casona de hacienda en donde eran recibidos por su anfitrión Francisco, quien estaba muy contento de tener a toda esa gente en su casa. Se armaron los castillos, se encendieron las vacas locas, la banda de pueblo empezó a tocar, todo era risa y diversión. La pareja disfrutaba del baile y de la música, mientras eran felicitados por todos, quienes demostraban su aprobación al hecho.
Francisco tenía algunos negocios con Colombia, y por coincidencia, recibe una llamada de uno de sus clientes colombianos, quienes habían venido a pasar unos días en el Ecuador, y querían aprovechar para saludar en persona a Francisco y a su hijo, a quienes los conocían solo por teléfono. Francisco muy a gusto, invitó a los señores colombianos a la hacienda a ser parte de la fiesta; ellos encantados, aceptaron la invitación y prometieron estar ahí por la tarde. Francisco llamó a su hijo para darle la buena nueva de sus nuevos invitados, quien recibió complacido dicha noticia, sin embargo Esperanza no sé por qué motivo, como que se extrañó o le incomodó que estos señores vinieran, notándose en su expresión, muy a pesar de que verbalmente expresaba su agrado. Ricardo al ver a su enamorada por primera vez como preocupada, como contrariada, preguntó qué le pasaba, a lo que Esperanza le manifestó, que no era nada, que simplemente le dolía la cabeza, y que prefería ir a descansar. Así fue, subió a su recámara y se recostó.
La fiesta era toda una maravilla, todo era alegría, todo era luz y color, el dueño de casa con sus setenta y cinco a cuestas, bailaba y gozaba como un quinceañero. Por otra parte la fiesta para Ricardo se vio empañada por la ausencia de su amada.
Por fin llegaron los invitados de honor, llegaron los señores colombianos, a quienes se les recibió con todos los honores de una fiesta de ese tipo. Al llegar dichos señores, Ricardo fue a ver a esperanza para ver si podía hacer un pequeño sacrificio y salude con los empresarios, pero todo fue inútil, cuando subió la encontró en el cuarto de baño, la puerta estaba asegurada y decía sentirse mal y que por favor no insistiera que se iba a recostar. Ante esto, Ricardo mostró preocupación y quiso llevarla o traer al médico a que la atienda, pero ella contestó que no había necesidad, que solo era cosas de mujeres… Ricardo bajó y siguió la fiesta más tranquilo con lo que mencionó Esperanza.
- Hijo mío; ¿cómo está esperanza?
- Está bien padre, dijo no nos preocupáramos, que tan solo era cosas de mujeres.
- Pero hijo, no quieres llamar a un médico.
- No papá, ya hablé con ella y todo está bien.
- No sé porqué hijo, pero cuando mencioné que venían como invitados estos señores empresarios colombianos, noté que la expresión de Esperanza se transformó, me atrevería a decir que empalideció.
- Si padre, efectivamente fue así, también lo noté, pero al parecer es uno de esos cólicos que en las mujeres no avisa para llegar, y simplemente coincidió el momento.
- Menos mal hijo. Bueno, ¡la fiesta fue un éxito no!
- Sí Papá, fue todo un éxito, todos estuvieron muy contentos, disfrutaron y comieron hasta el cansancio. La gente de la hacienda estuvo muy alegre y esto contagió a los demás invitados, quienes demostraron su complacencia, formando parte de los bailes y las danzas que los trabajadores prepararon.
Ya el enamoramiento cumplió su tercer mes, y al parecer ya se oían campanas. Ricardo y esperanza, pensaban formalizar su relación y casarse muy pronto, así dieron la buena noticia a Francisco, quien se mostró complacido, aunque la noticia le causó tanta emoción, que tuvieron que llamar a un médico.
- Doctor, ¿qué pasó? ¿cómo se encuentra mi padre?
- Debo ser honesto contigo Ricardo. Tú padre hace mucho que viene con una dolencia en el corazón, y me ha pedido, me ha exigido no te lo diga.
- Pero cómo, ¿desde cuándo?
- Desde hace mucho ya Ricardo, desde hace mucho.
- Cómo es posible que no me lo haya dicho, pero debió hacérmelo saber.
- Si Ricardo, te lo habría dicho, si es que se pudiera hacer algo para ayudarlo, pero…
- Pero… ¿qué tiene?
- Tu padre ha vivido más de lo que esperábamos, por lo que tememos, pueda suceder en cualquier momento; esta noticia tuya ha detonado lo que lamentablemente esperábamos; no hay mucho que hacer Ricardo, solo acompáñalo en sus últimos momentos.
Esperanza le dio consuelo a Ricardo y lloraron juntos por horas. Francisco murió…
Después del funeral en la hacienda, Ricardo y esperanza debían arreglar ciertos papeles de herencias y negocios que Francisco tenía pendiente, al no sentirse entero del todo para esto, pidió el apoyo a Esperanza, a quien le dio toda la información de sus negocios y de sus padres, de sus cuentas en Suiza, y de todo lo relacionado con los dineros que guardaba en las cajas fuertes de la hacienda, entregándole también la autorización para que saque dinero de los bancos, entre otras cosas.
La tarea encomendada a Esperanza fue cumplida; sacó el dinero de los bancos, dinero que lo guardaron momentáneamente en la hacienda, hasta que Ricardo pudiera viajar especialmente a Colombia a arreglar unas cuestiones pendientes.
Habían transcurrido quince días de la muerte de Francisco, Ricardo estaba más tranquilo y Esperanza siempre a su lado, no lo desamparaba ni de noche ni de día, apoyándolo en todo, haciéndose cargo del manejo de algunas cuentas y de algún dinero, lo que hacía pensar que nunca perdió la memoria, pues la habilidad que tenía para todos estos menesteres era excelente, y así lo decía Ricardo.
Esperanza preocupada por la cantidad de dinero que tenían en la hacienda, le animó a Ricardo para que la llevara a los bancos, pero Ricardo le dijo que aún no podía hacerlo, que en cinco días más lo llevaría de seguro.
Una noche cuando Esperanza y Ricardo se disponían a descansar, se escuchó una bulla afuera, los perros ladraban y se escuchó un disparo. Los dos, saltaron de sus asientos, pero hasta que ellos reaccionen, su casa estaba rodeada. Seis sujetos de acento colombiano les amenazaban con sofisticadas armas de fuego, mientras cuatro más, habían sometido a los trabajadores.
- No queremos hacerles daño; colaboren y nada les pasará.
- ¡Por favor! Llévense todo, no queremos problemas, no nos hagan daño.
- No te preocupes, de ti depende. Danos todo el dinero y las joyas; todo lo que tienes en las cajas fuertes y nos iremos tranquilos.
- No tengo ningún dinero ni cajas fuertes; de dónde sacan eso.
- Danos lo que te pedimos y nada te pasará, de lo contrario, empezaremos a matar de uno a los niños y a las mujeres que se encuentran afuera.
- Está bien, está bien, se los daré todo.
Sacó Ricardo el dinero de todas las cajas fuertes, y se los entregó junto con todas las joyas que tenía como recuerdo de su madre.
- Ya, eso es todo, están satisfechos.
- ¡No! aún falta algo.
- ¿Qué quieren? Ya les di mucho.
- No aún no. Danos los certificados de depósito al portador que tienes guardados en algún lugar.
- ¿Cuáles certificados? ¡No tengo nada de eso!
- ¡No! bueno, entonces empezaremos. Trae a uno de los niños.
- No, no, no sigan, les daré lo que quieren.
Ricardo les entregó todo lo que le pidieron, millones de dólares que se iban.
Cuando parecía que todo había terminado, se acercaron a Esperanza, la tomaron del brazo y la sacaron afuera. Ricardo enloqueció y terminó con un cachazo de revólver en la sien.
Los maleantes se encargaron de que nadie en la hacienda pudiera dar razón de lo que pasó, y se fueron. Al día siguiente, llevaron a Eperanza al banco, cambió los certificados de depósito, pues era muy conocida por el personal del banco y era ella quien debía hacer esa tarea después de unos días.
La policía descubrió después de un tiempo lo sucedido, y empezaron las investigaciones, meses y meses sin pistas de nada. Esperanza y Ricardo desaparecieron, se les tragó la tierra.
A la vuelta de un año, se escuchaba en una radio de una ciudad argentina, único medio en ese entonces… “Al parecer los maleantes huyeron… una joven y hermosa mujer fue encontrada a la vera del camino, por un potentado hacendado, en la noche, semi desnunda, en estado de shock. La mujer no tenía conciencia… el joven murió pocos minutos después en el hospital, nadie lo conoce, nadie sabe de él… No tenía un papel que lo identifique ni ella ni él. El joven y filántropo hacendado la acogió en su hacienda.
Fin…






Texto agregado el 03-01-2014, y leído por 227 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
14-02-2014 Mariposas en el estomago revoloteando, es lo que necesitamos más a menudo, feliz día de los enamorados. Mis estrellas...***** nito69
12-02-2014 Un texto muy largo y entretenido. Me gustó mucho leerte. maparo55
04-01-2014 Sorprendente y fantástico final. Me entretuve bastante, con muy buenas descripciones.Buena prosa a mi parecer. simasima
 
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