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Son las cuatro horas en la oficina del Quijote y, en medio de dos ebrias señoras, bebe un ponche de tejocote, un flaco apenas despierto, con un suéter de imbécil puesto y una bufanda rosa amarrada. No está muerto, más lo quisiera, -Esperad, la navidad no está arruinada- piensa Norberto en la escalera; busca en sus bolsillos un empaque, se encierra solo en la cocina y se lanza al contraataque, embarrándose en la cara un puño entero de cocaína.

La noche casi termina y de nada han valido sus rezos, pues Rosita pagó más de quinientos pesos, en el intercambio de la oficina. -¡Ah, que cabrona campesina!- Norberto para sus adentros decía –Ahora yo quedaré como un forro, por darle este puto gorro, de utilería-. Para no alertar a la demente vaca maldita, el flaco roba el regalo de una interna –Abrid vuestro presente, amable Doña Rosita- Ah… Si es… Es una corbata Hermenegildo Zegna (?).

Se ha abandonado a sí mismo y es infeliz por los rincones, no se detiene a pedir direcciones, pues todo camino lo lleva a la muerte, al abismo. Y así llega a su unidad habitacional, más muerto que de costumbre, sin suerte y con incertidumbre, de a pasos al suicidio convencional. Para ello, hace un listado: Una soga al cuello y un banquillo recortado; su camisa preferida, sus lágrimas ausentes, decidir si está vigente la redacción de la carta suicida.

Lo ha decidido, su fin es algo oficial, temblando teclea en youtube “Para nudos, un tutorial”.
¿Qué nos grita una muerte artificial? Es violencia contra la existencia errada, una simple herida provocada, la última decisión equivocada o profunda perversión espiritual.

Se piensa de anciano, de padre, de hombre; piensa en su madre, susurra su nombre, le tiembla la mano. Con sudor se anuda el cuello en una deplorable escena, mientras llora como Magdalena se va el último destello, el último rayo, el último de sol. Piensa en Elena y su falta de iniciativa, en todos los amores que no fueron; en el alcohol, que se bebió, en los rencores que lo obscurecieron; se aprieta el cuello, traga saliva.

Se le va el ritmo y la voz; se escapan las rimas, el soneto, el alma. Infeliz, quebrado por completo, se colma de muerte, se llena de calma, se envuelve en dolor, y salta.
En el suelo algo hace falta; ahí está con la bufanda de color, de tono rosa, con la carta de despedida; será otra cosa, pues yace lleno de vida. En momentos nota, se percata, que se ha roto la bufanda recortada, por culpa de Rosita, la tacaña desgraciada.

Una mujer insensata, dos hilos de lana corriente; una bufanda barata, podrida; es lo que cuesta la muerte, es lo que vale en la vida.

Texto agregado el 02-01-2014, y leído por 116 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
03-01-2014 Buen cueno, no todos tienen una bufanda podrida, ni la idea de morir ahorcados. siemprearena
 
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