Nadie ira a creer que soy inocente, que lo que hice es producto de justicia, más no de puro vandalismo.
Pero igual me comporto como un homicida. Sintiendo que huyo con el fantasma de la sangre derramada aun tibia. Siendo que solamente, un árido soplamocos, más un planchazo con la palma derecha, en la oreja izquierda claro, fue todo lo malo que sucedió, aquella noche, primero de enero, apenas de antes de ayer.
Luego de la paliza, la increpo para que me entregue todo el dinero, sabía que contaba con ahorros escondidos debajo del colchón, más él de la venta de la casa de Villa Ortúzar, por lo tanto la obligue a desenterrar el tesoro, agregando un pisotón suave en el pie que lleva la pantufla con la florecilla aun intacta.
En un instante, ella miro para todos lados, seguro en busca de algo cortante, no es mujer de tragar bronca, sino más de bien de ofrecer banquetes de tortura psicocológica a desconocidos que se prenden on line en ese festín del diablo; odio a los torturadores, creo haber pensado, mientras tanto esperaba ansioso, que haga aparecer el faco de dólares y nacionales.
Luego de salir de casa, apenas con un bolso con dos prendas locas, tomé un colectivo hasta una terminal de micros, que lleva solamente, de San Isidro hasta La Plata.
Allí, en el oloroso baño, de caballeros claro, aquellos seres que orinamos ámbar el agua mineral, intento algo desesperado rasura mi cabellera, dejando un jopo en el medio, con rectas dubitativas producto de los nervios y el apuro, pensaba que al salir de la apremiante situación, iré a comprar una campera negra y gran cantidad de anillos y collares.
Se que nunca he de regresar, que debo encontrar un nuevo nombre, junto con un trabajo decente, que ahora soy yo mi propia madre, que el pasado ha de ser olvido, inclusive, taponando las imágenes del ayer a fuerza de fuertes alaridos.