El año era 2003. Yo tenía trece y cursaba el segundo año de la secundaria. Tenía, como toda adolescente promedio, ilusiones y dudas con respectos a ciertos temas. En aquella época esperaba que el Rey retornara a finales de año (o lo que es lo mismo, la película que esperaba con ansias era El retorno del Rey, conclusión épica de la trilogía El Señor de los Anillos) y mi hit musical eran las canciones del álbum Lo que te conté mientras te hacías la dormida de La oreja de va Gogh (¿no pudieron ponerle un nombre más largo al mentado disco?), las quince canciones del reci+én estrenado disco recopilatorio de Nirvana y Shepeherd moons, de Enya. Recién acababa de leer la novela de El hobbit y estaba leyendo El Silmarillion, ambas de J.R.R. Tolkien y ahondaba mis conocimientos acercas de aquél desconocido y fascinante mundo llamado Tierra Media, lo que me apasionó y estimuló mi alebrestada imaginación. Era una buena alumna académicamente hablando y mis calificaciones me hacían aparecen casi siempre en el cuadro de honor, aún cuando todavía no tenía claro a que me dedicaría en el futuro.; aunque debo de confesar que, en secreto y de modo un tanto ingenuo, soñaba con convertirme en cantante o actriz (¿!). Me limitaba a pensar en que todavía contaba con mucho tiempo para pensar las cosas y que mientras se me despejaría la mente o hallaría una manera de cumplir mis sueños anteriormente mencionados (¡como si fuera tan fácil!).
Mientras escribo estas líneas, ya es octubre de 2013. Ahora tengo 23 años, voy en mi último año de universidad y muchas cosas no son las mismas, pero otras permanecen igual. Ahora espero que Smaug lo desuele todo (creo que, con eso, ya saben que cinta quiero ver en los cines) y voy muy frecuentemente al cine, cosa que no ocurría hace diez años. La oreja de van Gogh ya no es tanto mi hit (aunque sigo oyendo sus canciones) y los CD’s y CD players que tanto me acompañaban fueron sustituidos por los ipods y los videos de YouTube. No sólo he leído (y releído) varias otras novelas de Tolkien, sino que también muchas más de su colega C.S. Lewis, Ray Bradbury, Lovecraf, Edgar Allan Poe, Arthur Connan Doyle, Dovtoiyevsky y muchos más, convirtiendo en una ávida lectora. Sigo siendo buena estudiante, aunque no es lo mismo la secundaria y preparatoria que la universidad, y por primera vez en mi vida supe lo que es recursar una materia y tener que hacer exámenes extraordinarios. También abandoné mis sueños de fama artística y descubrí, por vuelcos inesperados del destino, que mi verdadera vocación era la literatura, por lo que pienso dedicarme a ella de manera directa o indirecta a ella.
Otra cosa es que pueden surgir cosas desagradables que, sin embargo, pueden dejarte una enseñanza. Hace diez años no me imaginaba que iba a colapsar mentalmente y que iba a estar a punto de ser ingresada a un manicomio debido a un devastador padecimiento psiquiátrico que me inhabilitó por un año y medio de casi toda actividad. Sin embargo, esta experiencia me ha adoctrinado a tener mayor empatía con las personas y a ver el mundo desde otra perspectiva. Aún así, muchas pasiones continúan intactas, y el mejor ejemplo de ello es mi acérrima afición al mundo tolkeniano y a la buena música. Así pues, si me preguntan, ¿qué tanto se puede cambiar en diez años?, la respuesta que les puedo decir es: nada, poco, mucho o totalmente, o quizás todas esas opciones, según el enfoque que se tenga.