PARTE TRES Y FINAL
Esta noche cenaremos búho escabechado, je je, dijo el pergenio.
Y se llevó al pobre pájaro adentro de una bolsa.
-¡Ha transcurrido mucho tiempo y no tenemos noticias de nuestro amigo Manuel- expresó preocupado el mirlo Pedro, mientras molía una avellana.
-¿Qué le habrá ocurrido?-preguntó consternado José.
-Sólo nos queda recurrir a Alejandro, el murciélago. Él es capaz de ubicarlo con ese talento que tiene.
Y así lo hicieron y partió Alejandro batiendo sus alas negras y fumando un pitillo de maravillas que lo ayudaba a inspirarse. Después de un corto vuelo rasante, se percató que Manuel se encontraba dentro de una modesta vivienda y que muy luego comenzaría a ser desplumado. Entonces, el murciélago buscó una rendija y se filtró en la casucha. Una vieja, aterrada, gritó:
-¡Un ratón, un ratón! Y agarrando una escoba, comenzó a perseguir a nuestro amigo, el que salió de la casa, a sabiendas de que la vieja lo perseguiría. Así, cuando ya se habían alejado más de una cuadra de la casa, Manuel se elevó y regresó raudo para liberar a su amigo. Manuel se encontraba amarrado de sus patas, por lo que el murciélago, utilizó una brizna de paja y con ella encendida, quemó las ataduras.
Al cabo, murciélago y búho abandonaron la pocilga, Alejandro, contento de haber cumplido con su misión y el búho, de haber salvado su pellejo.
Con las señas del búho, el mirlo José se dirigió a la morada del malhechor. Su intención era recuperar todas las joyas y buscar después un escondite más seguro para ellas.
Jeremías dormía ebrio en su habitación cuando el mirlo ingresó por una pequeña ventana. El ave buscó en todos los rincones pero nada encontró. Hasta que reparó en un enorme cofre que se encontraba bajo la cama. El problema era que se encontraba con llave y fue imposible para José intentar abrirlo. ¿Qué haría? La respuesta surgió muy pronto. Sobre la mesa, y bajo la pata de palo del ladrón, se encontraba un manojo de llaves. El asunto era dar con la del cofre. Así que José asió con su pico el hatijo y comenzó a probar en la cerradura. De pronto, ¡Eureka! Una de las llaves dio vuelta dentro de su círculo y un clic anunció que el cofre estaba abierto. Con todas sus fuerzas de pájaro, que no eran muchas, pero sí su deseo de recuperar lo que le pertenecía, José entreabrió el arcón y se deslumbró con el destello de tantas y tantas joyas. Tomó pues un paño que se encontraba sobre una cómoda y comenzó a depositar su tesoro allí. Luego, agarró cada punta y se dispuso a salir de la pocilga.
Fue entonces que una enorme manaza se posó en su lomo. Era el malvado de Jeremías, que había despertado de su mona y ahora lo contemplaba con expresión terrorífica.
-¿Así que pretendías robar mi tesoro?
Una escalofriante risotada hizo temblar las oscuras plumas del mirlo. ¿Por qué será que todos los bandidos ríen de ese modo?
El mirlo José pensó que era su final. Sería desplumado y convertido en cazuela, eso era seguro.
Pero no. Al instante, entró por la ventana el mirlo Pedro y se dirigió con envidiable precisión al ojo izquierdo del tipo, que era con el que mejor veía, picoteándoselo sin compasión. El bandido lanzó un tremendo aullido, soltando al mirlo José, para llevar su manaza al ojo herido.
-¡Ahora es el momento! – alertó Pedro a José, ordenándole que huyera con sus joyas. Así lo hizo el mirlo, escapando apenas por el pequeño orificio. Pedro, en cambio, agarró la pata de palo con maestría propia de sus años y también escapó, riendo para sus adentros. Con eso, se pagaba por el antiguo robo que le hiciera el abuelo de Jeremías.
Y colorín colorado, el mirlo José buscó un excelente escondite para sus joyas, las que se fueron incrementando cada vez más, transformándose el pájaro en la envidia de la comarca. José, se ufanaba de haber dejado tuerto y cojo al malhechor y todos los demás pájaros se propusieron alimentar al bueno de Nicasio, para que nunca más recibiera el sucio pago de cualquier malandrín…
¡FELIZ AÑO 2014 PARA TODOS!
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