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PARTE DOS

-Es indudable que alguien te hizo la gracia, ya que todos los mirlos somos espiados por ladrones sedientos de oro y riquezas. A mí me ocurrió cuando era un jovenzuelo, pero espié al ladrón y le seguí la pista. Puedo ufanarme de haber sido robado sólo una vez en toda mi larga vida.

El mirlo Pedro, viejo y experimentado, se acomodó sus espejuelos luego de advertirle a José que debería ser muy cauteloso de ahora en adelante.

-¡Es que el tipo que me robó, dejó mi escondite lleno de baratijas! ¡Esto deshonra a mi estirpe.
-Pues bien. Lo que haremos ahora, será tenderle una trampa al facineroso que te robó las joyas. Le encargaremos al búho Manuel que se preocupe de vigilar día y noche, hasta que demos con el maleante.

Así se hizo. Manuel, se puso de punto fijo cerca del nido de José y éste continuó con sus escamoteos en las casas más elegantes del orbe, llenando una vez más su escondite, el que volvió a relucir con tan maravillosas joyas de oro, con incrustaciones de zafiros, rubíes y diamantes que encontró a su paso.

Era indudable que había sido espiado por el malandrín y por ello, se pusieron en guardia todos para dar con su identidad. Así ocurrió efectivamente, ya que a los pocos días, nuevamente el bueno de Nicasio apareció entre las altas ramas y estiró sus manos para coger el botín. Para el pobre hombre, como ya lo hemos dicho, nada de lo que veía lo entusiasmaba y sólo se preocupaba de realizar su labor para luego degustar el rico sándwich que le regalaría en pago el malo de Jeremías.
-¡Cojo igual a su abuelo!- exclamó el mirlo José, dándose cuenta que el ladrón era pariente del que le había robado años atrás, ya que ambos eran similares a dos gotas de agua.
Y le encargó a Manuel, el búho, para que lo siguiera a distancia, para averiguar en donde se refugiaba. El parsimonioso pájaro, cumplió con su cometido y se fue tras de él por estrechas callejuelas, habitadas por personajes de mala catadura. Incluso, debió esquivar el peñascazo que un pequeño rapaz le arrojó.
Cuando el cojo llegó a destino, el búho Manuel se devolvió, satisfecho de haber cumplido con su labor. Pero, esta vez, el pequeño le arrojó otra piedra y esta vez sí que dio en el blanco. El pobre Manuel cayó sobre unas tablas y allí fue atrapado por el malvado mocoso, el que río con ganas, mostrando unos pequeños dientes amarillentos.


Ahora sí que termina el cuento. Se los prometo...













Texto agregado el 31-12-2013, y leído por 43 visitantes. (0 votos)


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