Resplandecían las calles
y brillaban los tejados
la lluvia de todo el día
ya menguar no parecía.
Era fecha de importancia
para mi y mi familia:
El octagésimo séptimo
aniversario de la boda
de mis padres este dia.
Con mi capa y el paraguas
en el coche me subi
y hacia ellos parti
a celebrar el momento.

Es moderno el cementerio
más que tal, parece un parque
los sepulcros solo muestran
ya de granito o de bronce
simples lápidas en la tierra,
ya no se ven como otrora
panteones o monumentos.
Arboles y cesped verde
en ondulantes colinas.
Clásicas las esculturas
que adornan el sacromonte
“La Pietá” o un “Moises”
un “San Francisco de Asís”, quizás.
Me fui a la tumba de ellos
se alejaba la llovizna,
ya un poco de sol lucia.
Su lápida es muy sencilla:

APELLIDO
Nuestro viejo Nuestra viejita

Las fechas de su nacimeinto
y luego las de su partida

Sonriendo me les llegué
-¿Cómo va, viejos queridos?-
No quería que creyeran
que había olvidado el gran día
¡Feliz Aniversario, viejitos!”

Les platiqué por un rato
les conté de la familia,
de sus nietos y bisnietos
sus estudios y sus juegos.
Y ellos me contestaron
como yo me lo esperaba:
Con un sepulcral silencio.
Les deposité sus flores
y les mostré mi cariño:
Palmaditas en la piedra.

Me despedi con sonrisas
tornando para marcharme
¡Ah, Dios mio, que sorpresa!
Mis padres no me ignoraban!
Del riachuelo a las sierras
majestuoso y complete
de fondo nubes casi negras
con colores que más claros
no había visto en mi vida
maravilla de arco iris
de extremo a extremo lucía
y un segundo pero tenue
a un lado aparecía.
Me quede maravillado,
fantástico era el contraste.
Imposible era que más claro
mis padres no se expresaran.
El dia ya se ponia y en el parque
a más gente no veía.
El fenómeno más bello
solo yo lo presenciaba.
No habia duda en mi mente
mis padres me sonreian.
No lo logré evitar
y en en verdad ni así quería
se humedecieron mis ojos
y no poco mis mejillas,
¡Que feliz fue ese día!
Como cuando yo era niño,
con mis padres me sentía.