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Inicio / Cuenteros Locales / Mariette / La Leyenda del Holandés Errante, capítulo 13.

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Capítulo 13: “Planes Truncados”.
Nota de Autora:
¿Recordáis que ayer dije que el capítulo de ayer sería decisivo? Bueno… el de hoy es la continuación. Es bastante triste por lo demás, así que saquen una buena provisión de pañuelos y pónganse a leer.
La canción para leer este capítulo es “Oh, Fortuna” de la cantata “Carmina Burana” de Carl Orff. Como dice la letra… la suerte es como la luna, creciente o decreciente, completamente variable.

La puerta de Aliet fue golpeada con desesperación. Al principio, la mujer pensó que se trataba de un sueño, pero apenas se cercioró de que estaba completamente despierta, se preguntó quién golpeaba de esa manera.
Por la cortina se filtraban los mortecinos rayos del sol, alumbrando apenas la estancia. Miró la hora en su celular y se percató de que eran las siete de la mañana.
Se puso la bata de levantar y fue a abrir. La figura regordeta de la nana apareció del otro lado del dintel con una mirada más bien furibunda…
-¿Qué pasa?-preguntó Aliet un tanto sorprendida.
-Señora, las niñas siguen acostadas-informó la nana.
-¿Y qué con eso?-preguntó Aliet.
-Señora, hoy tienen clases-dijo la nana atónita.
-Despiértelas, pues-dijo Aliet.
-He golpeado la puerta un montón de veces y les he gritado para adentro, pero ni siquiera les escucho la respiración-dijo la nana.
Aliet giró sobre sus talones, fue hasta su mesita de noche y levantó un manojo de llaves, luego enfiló hasta la habitación de las gemelas.
Cuando consiguió abrir, grande fue su sorpresa al notar que ninguna de las dos muchachas estaba dentro. Miró inquisitivamente a la nana, quien le devolvió una mirada de pasmo y se encogió de hombros señalando que ella nada había tenido que ver en el cuento.
Entró casi con miedo, como si sus gemelas fuesen a saltarle encima y a jugarle una broma si entraba sin tomar todas las precauciones del caso. Vio un papel doblado sobre la cama de Sophie. Lo desdobló y, si hubieseis sido ella, habríais deseado jamás haber comenzado a leer lo que decía…
“Mamá”, evidentemente era la letra de Sophie, porque Ivanna no escribía coherentemente ni su nombre, “Hemos sabido que has estado muy triste por el asunto de papá y Liss. Cuando fuimos a la feria, íbamos a visitar a Naomie (una bruja que tiene un espejo muy genial para ver cosas del pasado, el presente y el futuro) y pudimos ver que un hechizo se llevó a ellos y al Evertsen al siglo XVIII. Han pasado cosas realmente perturbantes. El último lugar que ahora visitaremos será el muelle, luego de Ivanna y de mí no se sabrá más, pero al volver, traeremos a todos ellos de regreso. Vamos al pasado, mamá. Los gitanos nos van a llevar. Sin más, te queremos mucho. Mejórate, ¿sí? Ivanna y Sophie”.
Aliet apretó el papel contra su pecho. Sintió como una lágrima rodó por su mejilla y luego más y más. La nana entró en la disyuntiva de abrazarle o mantenerse al margen. Quería darle su consuelo, pero ella en parte era culpable del desvarío de las niñas al descuidarlas.
Aliet mantuvo su mirada en el vacío, en aquella habitación que el Astro Rey comenzaba a iluminar con sus rayos áureos. Giró sobre sus talones y salió huracanadamente con rumbo a su habitación, cerrando estrepitosamente ambas puertas.
Se vistió lo más apurada que pudo y salió de nueva cuenta en volandas. Bajó al trote la escalera y azotó la puerta de entrada. Lo siguiente que se sintió fue un motor echando a andar y un chirrido de neumáticos que se perdió en el ajetreo de la mañana.
Aliet se bajó en el muelle sin siquiera preocuparse de cerrar la puerta de su vehículo. Corrió hasta el bordemar ignorando los aparatosos y cínicos saludos de los marines. El aire de la mañana, la brisa marina que movía su chaleco azul, las gaviotas cantando… todo le parecía nimio.
Ahí, congregados había diez gitanos, todos mayores de los cincuenta años. Cuatro mujeres cantaban acompañando la canción con liras. Era casi un lamento lo que sus labios proferían afinadamente.
Los cinco varones danzaban y decían palabras en romané, conjurando a las que creyó eran sus hijas. Al lado, sentada sobre una roca, una mujer tenía sobre sus manos una bandeja metálica rectangular que lanzaba destellos dorados. Se acercó silenciosamente a dicha mujer y miró sobre ella la bandeja. Se trataba de unas aguas que ella conjuraba para que le mostrasen el presente, así podía oírlo en su cántico que suavemente entonaba.
Y lo que vio la dejó en semi-coma: sus hijas se introducían en un bosque y miró atentamente al centro de la aglomeración… sus hijas se volvían espectros, Ivanna un poco antes que Sophie.
Podía ver a través de sus muchachas que eran de un celeste transparente ahora, Ivanna más tenue que Sophie.
Volvió a mirar en la bandeja: las chicas se internaban más y más. No pensó, sólo actuó.
-¡Dejadles!-gritó, golpeando irracionalmente a algunos de los que oficiaban el ritual. De inmediato, las gentes callaron y el baile cesó con algunos de ellos derivados en el suelo.
Ivanna y Sophie caminaban quedamente, aspirando la paz que les traía el aire marino tan cercano a donde estaban.
Sentían cómo se alejaban, cómo soltaban el ancla y cortaban las cadenas que intentaban atarles a su vida anterior, al camino que habían llevado inercialmente antes de ese momento clave en sus existencias.
Podían oír las mujeres cantar y a los hombres conjurar su viaje, podían sentir sobre sus pieles la energía de la danza de aquellas personas: esa bella ofrenda que se sacrificaba por ellas.
El mar sonaba a sus espaldas, oían esas voces… todo parecía tan lejano, como un murmullo de otro mundo.
Miraron a su alrededor. Los áureos rayos que el sol destilaba a cada amanecer se filtraban somnolientos por las hojas de miles de olivos en una bella avenida.
Cada uno de esos olivos tenía una un letrero en el tronco con un año y a medida que se adentraban en la avenida los años eran cada vez más antiguos.
Se miraron… a medida que pasaban los segundos se volvían más sólidas y visibles.
-¿1715 era?-preguntó Ivanna sin atreverse a romper la paz con su voz, sin querer cortar el silencio a su alrededor.
-Sí-respondió Sophie caminando por detrás de su hermana y mirando todo con absorta atención.
Ambas se pararon al frente del tronco del árbol del cual colgaba un cartel de madera y que rezaba en letras negras 1715. Extrajeron unas cuerdas armándose de valor para lo que iban a hacer.
Tan absortas estaban en lo que hacían que dejaron de sentir el trino de las aves, las voces que les conjuraban, los cantos de las mujeres. Sintieron unos gritos y una voz similar a la de su madre que decía irracionalmente que las llevasen de regreso. Desecharon aquella posibilidad.
Ivanna comenzó a escalar primero, Sophie iba casi un metro por detrás.
-Traedlas de vuelta, ¡brujos! ¿Qué habéis hecho con mis hijas?-gritaba Aliet.
Pero por más que gritase, siempre iba a haber uno más que podía cantar y seguir aquel hechizo. Ambas eran unas delgadas capas de azul transparente que dividían realidad y ficción.
Saltó y pescó a Sophie de las ropas y luego de la delgada cintura. Ya no podía ver a Ivanna.
Sophie gritó con toda su alma y refaló de la cuerda, quedando sostenida solamente por sus dedos. El dolor acometía todo su cuerpo: sus dedos se torturaban, un hombro estaba ad portas de descolgarse y el otro brazo intentaba sin conseguirlo poder sujetarse de la cuerda. El cuerdo le pesaba y estaba aterrada.
Ivanna volteó de golpe al oír el sorpresivo grito de su hermana y lo que vio la dejó helada, lo que ya es mucho decir, pues no era de esas personas que sorprendes con cualquier cosa.
Pero como siempre conocía sus prioridades a la perfección, se aferró a la cuerda y bajó de cabeza a riesgo de caerse y romperse el cráneo. No le importaba, tenía que hacer algo rápido: Sophie se desvanecía en el aire, ya no era más que un espectro.
Aliet cuando tocó a Sophie de inmediato vio cómo la chica se solidificaba y comenzó a jalarla con más fuerza, recuperando toda esperanza.
Ivanna vio como el lado derecho de Sophie ya no era más que una transparencia azulosa, en algunos casos, inclusive incolora. El lado izquierdo tenía un poco más de consistencia.
Apenas consiguió darle la mano, Sophie soltó la cuerda y su brazo derecho desapareció, empujando eso hacia abajo a Ivanna. Ambas lanzaron un grito de terror, sintiendo que iban a caer de un momento a otro.
Ivanna jaló desesperadamente a Sophie hacia ella, luchando contra una fuerza oculta que arrastraba a su hermana hacia abajo. No era tonta, sabía perfectamente bien que su hermana no estaba cayendo por acción de la mera gravedad: alguien la estaba reteniendo en el siglo XXI.
-¡Ivanna!-gritó Sophie a media voz, completamente aterrada, sin saber si su voz se había debilitado por el miedo o porque ella misma iba desapareciendo tanto como su bravía.
Sophie podía sentir perfectamente bien cómo alguien jalaba de su cintura hacia atrás haciéndola caer. Y ya se sentía incapaz de sujetarse de la mano de Ivanna, porque las manos de ambas comenzaban a desaparecer tanto como su fortaleza.
Ivanna lo notó… ella misma comenzaba a desaparecer ahora. Pero no iba a quebrantar su mente eso.
Aliet notó cómo ya Sophie estaba casi de vuelta, técnicamente sólida y palpable y consigo traía a Ivanna, quien se sujetaba a ella. Ivanna comenzaba a dejar de ser un espectro y eso le dio más fuerzas para luchar, incluso contra los gitanos que se le iban encima de tarde en tarde. Jaló con otra técnica y, al comprobar que daba mejores resultados que la anterior, hizo uso de toda su fuerza.
Ambas chicas dieron un grito agudo al comprobar que caían de la rama en la que se había estado sosteniendo Ivanna. La caída fue de varios metros y lo único que la frenó fue la cuerda de Ivanna, quien apenas recuperó la capacidad de discernir se sujetó con mayor fuerza.
-¡Sophie!-gritó Ivanna al comprobar que casi no podía ver a Sophie ni a sus propias manos.
-Ivanna, suéltame-dijo Sophie desesperada, haciendo uso de la poca voz y cordura que le quedaba.
-¡No!-gritó Ivanna.
Sophie sentía cómo desaparecía. Primero su cuerpo, luego el interior de éste, sus sentidos después y cómo un vacío en su mente comenzaba a llenar lo que anteriormente las ideas y las emociones habían ocupado.
Tenía que hacer algo para que Ivanna se quedase allí, para que la soltase, o todo el plan que tanto les había costado construir se iría por la borda.
-¡Escala!-le gritó a Ivanna, quien tal cual ella había pensado, se negó.
De la nada, sacando fuerzas de flaqueza, le asestó tremendo mordisco en la mano, lo cual le obligó a soltarle las axilas y en el intertanto en que su hermana se quejaba se dejó caer hacia la oscuridad.
Aliet vio caer de bruces en la arena a su hija Sophie. Dio un respingo involuntario, pero se alegró enormemente al descubrir que estaba completamente íntegra. Pero… ¿Dónde estaba Ivanna?
La imagen de Ivanna volvía a desvanecerse. Saltó hacia ella con intención de traerla de regreso…
“¡Escala!”… las palabras de su hermana repiqueteaban en las neuronas de Ivanna. Bueno, si ella había sido capaz de sacrificarse, de ir hacia lo desconocido… ¿Por qué no habría de hacerlo ella? Al fin y al cabo, no podía tirar por la borda la decisión que ambas habían tomado, menos si tomaba en cuenta que dudosamente Sophie había llegado al presente. Con esa convicción Ivanna siguió escalando con una agilidad pasmosa en ella, justo antes de que su madre pudiese agarrarla, convirtiéndose en las playas de Ámsterdam en un espectro que había desaparecido…
Aliet saltó sobre su hija y sus brazos capturaron sólo aire. Miró entre ellos y vio el vacío: Ivanna había desaparecido. Tironeó y jaló por todos lados, esperando pescar a su hija.
Ivanna se subió hasta la copa del olivo que decía 1715 y, una vez arriba, se rasgó la palma de la mano izquierda con la hoja seca que estaba más arriba y luego con una rama a medio cortar hasta que brotó suficiente sangre.
-Quiero ir a 1715-pronunció su deseo con voz temblorosa.
Cuando de su mano empuñada brotó sangre que inundó los dedos limpiamente, abrió la palma y dejó caer unas gotitas de dicho líquido vital hasta que se escurriesen tronco abajo.
Cuando eso se cumplió. Pudo sentir unas voces femeninas cantar suavemente en una lengua extraña y se desvaneció en la negrura. Se sentía caer, desfallecer, pero ya no tenía fuerzas para luchar contra nada… se dejó caer, perdiendo por último su cansada voluntad.
Su limpia caída de espaldas levantó un poco de arena y ahí se quedó, tirada e inconsciente.
Aliet miró con cariño a su hija. Una mirada de reproche dirigió a los gitanos, quienes le increpaban con sus limpios ojos el abrupto y abrumador final del conjuro.
Sin importarle nada, la levantó y se dirigió con ella en brazos hasta el coche para luego echar a andar.
-Ha ido… la canción ha sido cantada-dijo la mujer que había sostenido y visto en la bandeja.
Por ahora dejaremos de lado a las gemelas para concentrarnos en Liselot y los demás. ¿Qué estaría pasando con las gentes del Evertsen? ¿Qué sucedió con ellos el mismo día, 08 de agosto, pero en 1715? Veámoslo…
Liselot se levantó temprano la mañana de aquel día. Optimista como era, la llenó la idea de poder trabajar desde temprano a la luz del día en lo que más le gustaba hacer. Hizo caso omiso del sueño que sentía. Desde pequeña, siempre había sido remolona, pero los días sábados era capaz de levantarse a las ocho con tal de ver los dibujos animados que pasaban por la televisión. ¡Ah… qué tiempos aquellos! Le bajó una risita con su ocurrencia.
Cuando terminó de vestirse no serían más de las ocho. Técnicamente madrugar si se trataba de ella, pero le había bajado tal ansiedad mientras dormía que no había aguantado más y se había tirado cama abajo, a ver si desayunando se le pasaba ese extraño asunto. Ella nunca había sido así, pero su recién adquirido sexto sentido le avisaba sobre un mal presentimiento que supuestamente tenía.
No hizo mucho caso del mentado mal presentimiento. Así que penas estuvo lista se miró al espejo. Antes le gustaba mirarse porque le causaba un tanto de extrañeza verse así. Ahora, porque era ver en una imagen todo su sueño hecho realidad.
El presentimiento volvió y para aplacarlo pensó en que le tocaba turno a las 9:30 en las bodegas. Así que decidió ir con toda su calma a tomar el desayuno y alistarse para el turno. Cogió la metralleta y salió de su cuarto.
El comedor estaba vacío cuando llegó a él. Bostezó a cuanto le dio la boca y se estiró cuanto le estiraron los brazos.
-¿Tú tan temprano por aquí?-preguntó Lowie con una cara de descompuesto que no se la podía.
-Me desperté con hambre y ansiedad y un pésimo presentimiento-confesó ella-¿y tú?
-Turno nocturno-respondió el joven medio amodorrado.
-¿Dónde?-preguntó ella aún desde la puerta.
-Puente de mando-contestó él.
-Pero los turnos ahí cambian a las nueve-dijo ella sorprendida.
-¡Shit!-le hizo callar él-. Mejor cállate y vente a comer.
Pasaron un rato agradable riendo y charlando juntos a la hora del desayuno. Cuando ya faltaban cinco minutos para que comenzara el turno de Liselot, él decidió acompañarla hasta las bodegas.
No pudieron reaccionar, todo pasó demasiado rápido como para darse cuenta y conectar las neuronas en un contraataque coherente.
El Contramaestre Dirck Sheefnek le estaba esperando a Liselot en la puerta de la bodega con una cara peor que la que siempre traía, lo cual ya era demasiado decir.
Una bofetada voló hasta el rostro de la muchacha, quien de no haber sido sostenida por Lowie hubiese caído directo al suelo y quedado a merced del díscolo Contramaestre.
-¡Tú!-dijo Dirck-. Debí de habérmelo esperado de una perra como tú. Te ascendí al cargo de Encargada de Bodegas, te traté lo mejor que pude, te di un trabajo…
-No es la gran hazaña, era tu obligación-le cortó Lodewijk con la furia reflejada en su rostro al ver en ese estado a su mejor amiga.
-¡No te metas!-le cortó su padre para luego voltearse a la muchacha-. Y así es como me pagas… ¡Aliándote contra mí! ¡Robándote mis provisiones! ¡Ya no eres de mi confianza!
-¡Perdón!-dijo un marinero, llegando desde el pasillo y con una voz de marcado sarcasmo-. Aquí, mi Contramaestre, las provisiones son comunes.
-¿Quién te dijo ese embuste?-dijo Dirck.
-El Almirante, en tiempos de emergencia, todo es común: hasta el trabajo-dijo el hombre, perdiendo toda pizca de respeto por su superior.
-¡Yo tengo derecho a tener las mías propias!-se defendió Dirck.
-Pero no más grandes que las que tiene toda la tripulación junta-le cortó Sheila.
-¡Tú!...-la señaló Sheefnek y sin más le asestó tremenda bofetada-¡Tú! ¡Tú les diste las llaves! Y también… ¡El cuarto! ¡Dejadme ir! ¡Voy a revisar el cuarto!
Y ante el pasmo y terror de todos los marineros se hizo sitio y comenzó a encaminarse hasta “la bodega”. En un desesperado intento por hacer tiempo, las neuronas frenéticas de Lodewijk Sheefnek se aliaron.
Empuñó un revólver que había conseguido de una manera más bien tránsfuga a bordo y lo apuntó hacia la cabeza de su padre.
-Éste maltrato no puede seguir más-dijo Lodewijk.
Un grito brotó de los labios de la mayoría de los presentes: el Contramaestre había apuñalado a su propio hijo en el costado izquierdo… así lo testimoniaba la sangre que comenzaba a empapar la camisa.
-Y este desplante tampoco-completó.
Sin más, dejó a su propio hijo tirado allí y se encaminó al cuarto. Por suerte, uno de los marines había comprendido la indirecta y se había escabullido hasta la bodega de los amotinados a dar aviso a los que estaban de guardia de que había que sacar las cosas lo antes posible.
Constantemente, los amotinados mantenían una pequeña guardia en la bodega ante cualquier situación. Así que no fue cosa difícil trasladar las provisiones de camarote en camarote. Aún así, se acercó corriendo Linda Freeman.
-¡Ya viene!-susurró muy asustada, con los ojos desorbitados y la lengua afuera.
Sin más, en vista y considerando que aún quedaban unas pocas cosas por sacar, trancó la puerta con uno de los trucos que había aprendido de Lowie.
Cuando el Contramaestre hubo llegado, intentó abrirla por todos los medios posibles y existentes en el mundo de la cerrajería. Sin embargo, a cada vez que intentaba, más se convencía de que eran nefastos los resultados: no podía abrirla.
-¡Abridla! ¡Antes de que me enoje más! ¡Estáis con castigos asegurados por toda vuestra carrera!-bramó.
Luego un gemido brotó de sus labios y cayó hacia adelante sosteniéndose el herido hombro izquierdo. Todos voltearon y vieron a un alicaído Lodewijk, sostenido por Aloin y Liselot, aún apuntar su pistola.
-Recuerda… estamos en guerra, Sheefnek-dijo, escupiéndole justo el ojo izquierdo.
-Y tú, recuerda que los que se resisten van al calabozo-dijo Sheefnek, a lo cual dos de sus marines favoritos se acercaron y, tras aporrear un poco a Lowie, se lo llevaron a los calabozos.

Texto agregado el 31-12-2013, y leído por 93 visitantes. (0 votos)


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